«A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo murió por los malvados. Difícilmente habrá quien muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morir por una persona buena. Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. Y ahora que hemos sido justificados por su sangre, ¡con cuánta más razón, por medio de él, seremos salvados del castigo de Dios! Porque si, cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él mediante la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, habiendo sido reconciliados, seremos salvados por su vida! Y no solo esto, sino que también nos regocijamos en Dios por nuestro Señor Jesucristo, pues gracias a él ya hemos recibido la reconciliación.» Romanos 5.6-11
Si hay algo que disfrutamos mucho es poder resolver los problemas y dificultades que se nos presentan. Cuanto más grande es el desafío, mayor la satisfacción cuando lo logramos. Nada se compara con esa sensación de irnos a dormir diciendo: «¡LO LOGRAMOS!»
Pero también está el otro lado. Cuando algo no tiene solución, o al menos no la encontramos, eso nos tortura. Nos cuesta aceptar que algo no se puede resolver.
Y es que vivimos en una cultura que exalta la autosuficiencia. Dónde es normal escuchar: «si podés soñarlo, podés lograrlo»; «si te lo proponés, lo conseguís»; «el futuro está nuestras manos» Y la verdad es que todo eso suena lindo… hasta que enfrentamos lo eterno.
Porque cuando se trata del alma, de la eternidad y de nuestra relación con Dios, nos choca una verdad incómoda: SOMOS INCAPACES DE SALVARNOS A NOSOTROS MISMOS.
Y ES QUE NO IMPORTA CUÁNTO LO DESEEMOS O LO INTENTEMOS, NO PODEMOS.
No hay nada que podamos ofrecerle a Dios para cambiar nuestra condición. No hay manera que desde nuestras fuerzas podamos pagar nuestra deuda, ni mucho menos acercarnos a Dios por nuestros medios.
Y a diferencia de todo lo que se escucha hoy, la palabra nos dice que éramos totalmente incapaces de salvarnos (Romanos 5.6). Y eso duele, porque nos cuesta aceptar que no podemos hacer nada, y seguimos buscando algún mérito propio que nos salve inútilmente.
SI LA SALVACIÓN FUERA POR HACER BIEN LAS COSAS, LA MUERTE DE JESÚS NO TENDRÍA SENTIDO.
Gálatas 2.21 dice: «No desecho la gracia de Dios. Si la justicia se obtuviera mediante la ley, Cristo habría muerto en vano».
Si la salvación se pudiera obtener por hacer todo bien, por cumplir reglas o portarse como corresponde… entonces Jesús vino en vano. Su entrega en la cruz no tendría ningún sentido. Si hubiéramos podido salvarnos por nuestros propios méritos, no habría sido necesario que el Hijo de Dios se hiciera carne y muriera por nosotros. Pero la realidad es que ÉRAMOS INCAPACES, y lo seguimos siendo sin Él.
PERO, ¿SALVADOS DE QUÉ…?
Y acá es donde ocurre el interrogante que muchos se hacen «¿salvos de qué?». Porque muchos dicen: «Yo no soy mala persona. No maté a nadie. No le hago daño a nadie.» Y creemos que con ser buenas personas es suficiente.
Pero Romanos 5.6-11 nos revela algo muy distinto: que Cristo murió por los malvados, por aquellos que llevan maldad dentro, que están inclinados a hacer lo que está mal. Murió por los pecadores, los que se apartaron de lo justo y recto, que viven en contra de la voluntad de Dios, murió por los enemigos de Dios, los que se oponen, los que viven como si Él no existiera o como si no importara.
Jesús murió por nosotros. Porque todos, sin excepción, nos alejamos de Dios con nuestras decisiones, nuestra indiferencia o nuestra manera de vivir. Y no se trata de qué tan buenos creemos ser, sino de qué tan lejos estábamos de Él.
Romanos 3.10-12 lo deja en claro: «No hay ni un solo justo, ni siquiera uno… no hay nadie que haga lo bueno». Y Romanos 5.12 lo confirma: «Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron».
En otras palabras, por el pecado de uno, todos fuimos alcanzados por el pecado y, con él, por la muerte. Nadie se salvó. Todos quedamos bajo la misma condena.
EL PECADO NO SOLO NOS ALEJÓ DE DIOS, TRAJO CONDENACIÓN Y MUERTE.
Pero seguimos convencidos de que no necesitamos salvación, seguimos creyendo que solos podemos y que no necesitamos de Dios, y que somos libres de elegir y decidir por nosotros mismos. Pero la maldad no es el resultado de la acción, sino de lo que hay dentro nuestro.
Porque lo que contamina no es lo que entra, si no lo que sale de nuestro corazón, como lo dice Mateo 15.10-20. Pero aun así siempre nos excusamos y culpamos a los demás por nuestras acciones, pero la maldad es lo que produce nuestras acciones de mal, y nos seguimos engañando pensando que somos buenos y libres de decidir.
Nuestra condición no solo era de pecadores, sino también de esclavos del pecado, tal como Jesús lo dice en Juan 8.34. Y es que no tenemos la capacidad de decidir por completo. Estamos bajo el dominio de algo más, y carecemos de verdadera libertad.
Si realmente pudiéramos cambiar por nosotros mismos, Dios nos habría dicho claramente: «¡Cambien!» Pero no podemos. Porque el mal no está afuera, está dentro de nosotros. Y aun así, muchos creen que no necesitan ser salvados. Piensan que creer en Jesús es solo una opción más, algo que se puede tomar o dejar, sin comprender realmente lo que significa la salvación que Él vino a ofrecernos.
LA SALVACIÓN NO ES UNA OPCIÓN, ES UNA NECESIDAD.
Y aunque muchos buscan a Dios solo para resolver problemas familiares, económicos o de salud, Él responde por su misericordia. Pero la necesidad más urgente no es una mejor vida… ES SER SALVADOS.
JESÚS NO VINO A MEJORAR NUESTRAS VIDAS, VINO A SALVARNOS.
Y es que muchas veces nos confundimos, porque creemos que necesitamos ayuda para tener una vida mejor, pero la realidad es que Jesús no vino a hacernos la vida más cómoda: JESÚS VINO A SALVARNOS.
El evangelio es una buena y gran noticia, TODOS necesitamos de un salvador, y Su nombre es JESÚS.
No hay otro medio de salvación, Juan 14.6 lo dice «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por mí». Y Hechos 4.12 lo confirma: «En ningún otro hay salvación… no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos».
Jesús tomó nuestro lugar. El Santo, el Justo, sin mancha, se hizo pecado por nosotros. Y ahora, solo por la fe, no por obras ni esfuerzos, recibimos salvación (Efesios 2.4-9) (Tito 3.4-6)
NUESTRA FE ESTÁ FUNDADA EN AQUEL QUE RESUCITÓ.
Esa resurrección es motivo de celebración, porque si Él no hubiera resucitado, como dice 1 Corintios 15.14-19, nuestra fe no tendría sentido. Pero ¡JESÚS RESUCITÓ, EL SEPULCRO ESTÁ VACÍO Y LA MUERTE FUE VENCIDA!
LA PASCUA ES LA CELEBRACIÓN DE QUE EL PECADO Y LA MUERTE FUERON DERROTADOS.
Jesús no está muerto. La muerte no pudo vencerlo, y el sepulcro quedó vacío. Por medio de Su muerte y resurrección, hoy tenemos la oportunidad de creer, recibir perdón por nuestros pecados y encontrar salvación para nuestras vidas (Romanos 10.8-11).
Por eso hoy podemos tener esperanza. 1 Corintios 15.55-57 lo celebra: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?… ¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!»
Aunque estábamos muertos, perdidos, siendo malvados, pecadores y enemigos… POR MEDIO DE JESÚS FUIMOS RECONCILIADOS CON DIOS. Mientras que el pecado trajo muerte, la gracia nos dio vida eterna (Romanos 6.23).
Por medio de la fe, SOMOS ACEPTADOS, AMADOS Y ESCOGIDOS. Aunque éramos incapaces… HOY PODEMOS TENER PAZ CON DIOS.
R E F L E X I Ó N
¿ENTIENDO QUE JESÚS ME SALVÓ O BUSCO SALVARME A MI MISMO?
Si todavía creemos que podemos ganarnos la salvación con nuestras buenas acciones, la muerte de Jesús habría sido en vano, como dice Gálatas 2.21. Pero Él murió en nuestro lugar porque no había otra forma, éramos incapaces de salvarnos por nuestra propia cuenta. Y resucitó para darnos salvación, vida y esperanza. No se trata de lo que podamos hacer, se trata de creer porque nuestra fe está fundada en Aquel que venció la muerte. Nos salva su gracia, no nuestras acciones.
¿ESTOY BUSCANDO A DIOS POR INTERÉS O POR GRATITUD?
Es importante reconocer que a veces buscamos y nos acercamos a Dios por lo que Él puede darnos o por lo que necesitamos. Sin embargo, incluso cuando lo buscamos por interés, Él no nos rechaza. Dios nos ama tanto que, a pesar de nuestras motivaciones, siempre está dispuesto a ayudarnos. Su amor no depende de lo que busquemos de Él, sino de su deseo de tener una relación genuina con nosotros. Él quiere caminar junto a nosotros, guiarnos y enseñarnos a vivir de acuerdo con su propósito.
¿ESTOY COMPARTIENDO DE JESÚS A OTROS?
El evangelio es la buena y gran noticia, TODOS necesitamos de un salvador y Su nombre es JESÚS. En nosotros esta la posibilidad de que otros puedan escuchar y conocer este mensaje de esperanza y salvación que encontramos en Jesús. Él lo dio todo por nosotros, y ahora nos invita a hacer lo mismo por otros, ¡que todos lo sepan! Dónde estás hoy en día es el lugar perfecto para compartir sobre Jesús, ¡animate!