«Por esos días se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno y Jesús andaba en el Templo por el Pórtico de Salomón. Entonces lo rodearon los judíos y le preguntaron: —¿Hasta cuándo vas a tenernos en suspenso? Si tú eres el Cristo, dínoslo con franqueza. Jesús respondió: —Ya se lo he dicho a ustedes y no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que me acreditan, pero ustedes no creen porque no son de mi rebaño. Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatármelas de la mano. Mi Padre, que me las ha dado, es más grande que todos; y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar. El Padre y yo somos uno» Juan 10:22-30
Vivimos en una época en la que estamos constantemente bombardeados con información. Todos quieren enseñarte algo: consejos de productividad, moda, cuidado de la piel, motivación personal, etc. A diario se nos ofrecen distintas opciones, recomendaciones, ideas, promociones, planes. Y tras toda esa avalancha, llega el momento de decidir: ¿qué camino tomar? ¿qué voz escuchar?.
Todos conocemos el concepto del «ángel bueno y el ángel malo», esa lucha interna entre lo que sabemos que deberíamos hacer y lo que quisiéramos hacer. Día a día enfrentamos decisiones, pequeñas y grandes y en todas ellas, influye algo más profundo: las voces internas que nos han formado.
La cosmovisión es el conjunto de creencias, ideas, valores y experiencias que nos forman, es el filtro con el que interpretamos la realidad. A lo largo de nuestra vida hemos construido esa cosmovisión, a veces consciente o inconscientemente. Es construida por las voces del pasado, de nuestras experiencias, de lo que nos dijeron nuestros padres, maestros, amigos, voces de miedo, de orgullo, de frustración, de cultura, de tradición, de heridas. Es a través de la cosmovisión que interpretamos lo que vivimos, lo que sentimos, y lo que decidimos.
En Juan 10, los judíos enfrentan esa misma lucha: «Entonces lo rodearon los judíos y le preguntaron: —¿Hasta cuándo vas a tenernos en suspenso? Si tú eres el Cristo, dínoslo con franqueza.” Jesús les respondió: —“Ya se los he dicho y no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre me respaldan.”» (Juan 10:24-25).
Estos hombres no eran ignorantes. Tenían criterio, tradición y conocimiento, pero estaban TAN AFERRADOS A SUS IDEAS, QUE NO PODÍAN VER NI ACEPTAR LO EVIDENTE. Jesús les había hablado, había hecho milagros, había mostrado el poder de Dios, pero ellos no creían, no escuchaban.
Eso también nos pasa a nosotros. Hay momentos en nuestra vida en los que NO TENEMOS EN CUENTA LA VOZ DE DIOS, a pesar de haberla escuchado antes. A pesar de haber visto lo que Él ha hecho. Simplemente decidimos seguir nuestra propia voz. En el capítulo anterior (Juan 9), Jesús sanó a un ciego de nacimiento, pero en lugar de alegrarse, los líderes decidieron investigar, dudar, incluso rechazar la evidencia.
ESTAMOS TAN AFERRADOS A LO QUE CREEMOS SABER, QUE NO PODEMOS VER LO NUEVO QUE DIOS QUIERE HACER, seguimos escuchando voces del pasado, de malas experiencias, de rechazo, de orgullo, y eso nos impide avanzar.
«El corazón del hombre es engañoso, más que todas las cosas.» Jeremías 17:9.
Nos engañamos a nosotros mismos, tomamos decisiones desde el dolor, la culpa, la frustración, la decepción. Nos cerramos, nos aislamos, y comenzamos a escuchar únicamente lo que ya tenemos dentro, aunque nos esté destruyendo
«En la lengua hay poder de vida y de muerte» (Proverbios 18:21). Y no solo dañamos a otros con lo que decimos… también nos dañamos a nosotros mismos con pensamientos como «no sirvo», «no voy a salir adelante», «ya fue, no hay vuelta atrás». Y así, esas voces terminan robándonos la paz, la esperanza, la identidad.
Pero en medio de todo eso, Jesús nos ofrece algo diferente: «Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen.» (Juan 10:27).
JESÚS NOS CONOCE, NO POR LO QUE APARENTAMOS, SINO TAL CUAL SOMOS.
Él conoce nuestras debilidades, nuestras derrotas, nuestros rincones más oscuros y aun así, nos ama, nos busca y nos llama. Si decidimos seguir su voz, encontramos dirección, descanso, y vida.
Entre tantas voces, ¿cómo saber cuál es la de Dios?. Una de las formas más claras es a través de la oración, hablar con Él. Otra es la comunión, compartir la vida con otros que nos animen en la fe, y sobre todo, a través de la Palabra de Dios, porque «la fe viene por el oír, y el oír la palabra de Dios.» (Romanos 10:17).
LA BIBLIA ESTÁ LLENA DE PROMESAS QUE CONFRONTAN Y CALLAN LAS VOCES QUE NOS HACEN DAÑO
- Si te sentís débil:
«Diga el débil: Fuerte soy.» Joel 3:10 / «Mi poder se perfecciona en tu debilidad.» 2 Corintios 12:9. - Si estás ansioso:
«Echen toda su ansiedad sobre Él, porque Él cuida de ustedes.» 1 Pedro 5:7. - Si te sentís solo:
«No te dejaré ni te desampararé.» Hebreos 13:5. - Si no sabés qué hacer:
«Te enseñaré el camino en que debes andar.» Salmo 32:8. - Si te sentís culpable:
«Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados.» 1 Juan 1:9. - Si estás agotado:
«Vengan a mí todos los que están cansados y cargados, y yo les daré descanso.» Mateo 11:28. - Si necesitás ánimo:
«Cuando pases por las aguas yo estaré contigo, cuando pases por el fuego, no te quemarás.» Isaías 43:2.
Como leíamos en un principio, Jesús dijo «Yo les doy vida eterna, y jamás perecerán; nadie podrá arrebatármelas de la mano.» (Juan 10:28) EN SUS MANOS ESTAMOS SEGUROS, PROTEGIDOS Y AMADOS. Cuando el ruido nos quiere confundir, cuando el miedo o la culpa nos hablan más fuerte que la verdad, recordemos que Dios nos llama por nuestro nombre, nos invita a descansar en su presencia, a escucharlo, A DEJAR QUE SU VOZ SEA LA MÁS FUERTE DE TODAS.
«Yo estoy a la puerta y llamo; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré, cenaré con él y él conmigo.» (Apocalipsis 3:20). Es momento de volver a Jesús, de correr a Él, de entregarle lo que estamos viviendo, de rendirle nuestras decisiones y volver a escuchar Su voz, que nos da esperanza, dirección y paz.
REFLEXIÓN
¿QUÉ VOCES ME ESTÁN FRENANDO?
Estamos tan aferrados a lo que creemos saber, que no podemos ver lo nuevo que Dios quiere hacer, seguimos escuchando voces del pasado, de malas experiencias, de rechazo, de orgullo, y eso nos impide avanzar. Dios nos conoce, no por lo que aparentamos, sino tal cual somos. Él conoce nuestras debilidades, nuestras derrotas, nuestros rincones más oscuros y aun así, nos ama, nos busca y nos llama. Si decidimos seguir su voz, encontramos dirección, descanso, y vida.
¿ESTOY ESCUCHANDO LA VOZ DE DIOS?
Interpretamos lo que vivimos, lo que sentimos, y lo que decidimos en base nuestra cosmovisión, que es el filtro con el que interpretamos la realidad. Pero cuando conocemos a Dios nos damos cuenta que constantemente nos habla, nos guía y nos busca. «Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen.» (Juan 10:27). Cuando el ruido nos quiere confundir, recordemos que SU VOZ ES MÁS FUERTE QUE OTRAS.
¿CÓMO PUEDO ESCUCHAR A DIOS?
La voz de Dios se encuentra cuando lo buscamos en oración, cuando compartimos la vida con otros que nos animen en la fe y aferramos a su Palabra. De esta forma, Su verdad empieza a callar las mentiras que nos dañan y recibimos Su paz. Y su palabra nos recuerda que podemos correr a Jesús, entregarle lo que estamos viviendo, rendirle nuestras decisiones y volver a escuchar Su voz, que nos da esperanza, dirección y paz.