«Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cómo es la voluntad de Dios: buena, agradable y perfecta.» Romanos 12:1-2
Pensar diferente suele incomodar. Cuando alguien no encaja en lo esperado, inmediatamente se lo mira como si algo estuviera mal. La sociedad crea moldes: estructuras, tradiciones y normas que determinan cómo vestir, qué significa el éxito, cómo debe verse una familia, cómo reaccionar ante la vida y qué metas alcanzar a cierta edad.
Quien no encaja en ese molde es señalado, cuestionado o descartado. Lo distinto genera sospecha. Todo lo que se sale de lo «convencional» nos parece raro, extraño y a veces hasta peligroso. Nuestra lógica se endurece, y lo que escapa a lo «normal» nos parece una locura. Lo conocido es cómodo, lo ya establecido se convierte en un lugar seguro donde creemos tener todo bajo control.
Lo que antes funcionaba como un marco para guiarnos, con el tiempo se endurece y empieza a limitarnos como una caja. Terminamos encerrados en nuestros propios pensamientos, atrapados en una forma de pensar que no deja espacio para nada nuevo.
Sin darnos cuenta, intentamos ajustar todo a nuestra forma de pensar. Buscamos explicaciones lógicas, forzamos situaciones y terminamos atrapados en una estructura mental rígida. Incluso nuestra relación con Dios se ve afectada, porque la vivimos desde estándares humanos, tratando de encajarlo en el molde que nos da seguridad y control.
CREAMOS UNA IMAGEN DE DIOS BASADA EN NUESTRAS EXPECTATIVAS.
Nuestra mirada de Dios muchas veces está más moldeada por nuestras expectativas que por quién Él realmente es, casi como un genio de lámpara que cumple todos nuestros deseos. Pero cuando esa imagen se rompe, cuando el molde que armamos no se cumple, surge la frustración. Nos sentimos desilusionados, traicionados y enojados. Entramos en crisis, nos cerramos, abandonamos y dejamos de avanzar.
No comprendemos que Dios es mucho más de lo que imaginamos. Sus pensamientos son más altos y sus planes son eternos. No está para satisfacer nuestros caprichos, sino para salvarnos, guiarnos, cuidarnos y llevarnos a la vida eterna. En el día bueno y en el día malo, Él sigue siendo fiel y justo, nunca nos deja a la deriva.
PENSAR A DIOS DESDE NUESTROS MOLDES LO LIMITA, Y MUCHAS VECES ESA FORMA DE PENSAR FRENA LO QUE ÉL QUIERE HACER, SIMPLEMENTE POR FALTA DE FE.
La Biblia nos cuenta que cuando Jesús volvió a su pueblo, a Nazaret, allí no fue recibido como el Mesías, sino como «el hijo del carpintero». La gente lo conocía desde chico, sabían quién era su familia, y eso los llevó a subestimarlo. Y como no creyeron, no pudo hacer muchos milagros allí. Pero no porque Él no tuviera poder, sino porque la incredulidad cerró esa posibilidad (Mateo 13:58).
LA VIDA CON JESÚS SE BASA EN CREER EN ÉL.
A veces no es que Dios no actúe, sino que no lo vemos porque lo hace fuera de nuestros moldes y expectativas. Pensamos que Dios no responde nuestra oración solo porque no obtenemos lo que queremos. Pero lo que hicimos fue normalizar la queja, como si fuera natural dudar de Él cada vez que no cumple nuestro capricho.
NUESTRO MOLDE NOS IMPIDE VER LO QUE DIOS ESTÁ HACIENDO.
Estas situaciones o formas de encarar nuestra vida no nos permiten ver más allá de lo que Dios está haciendo, y mucho menos entender que todas las cosas nos ayudan a bien (Romanos 8:28).
En Romanos 12, Pablo nos recuerda que antes éramos enemigos de Dios, pero por Su gran amor ahora tenemos salvación. Esa misericordia inmensa nos invita a ofrecer toda nuestra vida en adoración, a que decidamos amar a Dios con todo nuestro ser, reconociendo la importancia de esa decisión.
Pablo nos invita a entregar toda nuestra vida, a que sea un reflejo del amor hacia Dios. Pero junto a esta invitación viene una advertencia clara: no se amolden.
Dios nos conoce y sabe que tendemos a quedarnos en lo seguro, a ajustarnos a lo que ya conocemos, a seguir «lo que todos hacen». Amoldar nos habla de ajustar una cosa a un molde o a alguna forma conveniente. Ajustar una conducta a la de otra o a unas determinadas circunstancias.
Desde chicos normalizamos muchas actitudes solo porque «todos lo hacen». Respondemos mal, andamos a la defensiva, desconfiamos. Pensamos solo en cubrir nuestras propias necesidades y caemos en el egoísmo. Hacemos las cosas buscando ganar algo, creyendo en la meritocracia. Y frente a una crisis, entramos en caos y desesperanza, sin ver salida.
Pero cuando nos encontramos con Dios y Su gran amor, Él nos transforma en personas nuevas: llenas de esperanza, vida eterna, perdón y reconciliación con Él por medio de Jesús. (2 Corintios 5:17 NVI).
JESÚS ROMPE NUESTROS ESTÁNDARES Y MOLDES.
Nos llama a dejar de esconder nuestros errores y a confesar nuestros pecados. Nos enseña a perdonar, así como fuimos perdonados. Nos invita a amar a Dios y a los demás como a nosotros mismos, y a poner toda nuestra confianza en Él, incluso cuando la realidad se complica.
Nos libera del afán por el día a día porque sabe que su provisión es fiel. No tenemos que ganarnos su amor, sino recibirlo por gracia. Aunque estemos cansados, Él renueva nuestras fuerzas. No somos errores ni casualidades: Dios nos pensó, nos creó con un propósito claro, que todos se enteren de esta buena noticia.
TODO ESTO PODEMOS SABERLO EN TEORÍA, PERO SIN DIOS NO PODEMOS ENTENDERLO NI VIVIRLO EN PLENITUD.
En la Biblia incluso nos encontramos con un ejemplo: Nicodemo no entendía cuando Jesús le dijo «quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios» (Juan 3). Puede parecer una locura, pero la verdad es que Nicodemo no podía entenderlo ni vivirlo, estaba limitado por lo que sus ojos podían ver y creer.
2 Corintios 5:13-17 nos dice que si estamos «locos», es por Dios; y si estamos «cuerdos», es por el mundo. El amor de Cristo nos impulsa, porque Él murió por todos y, por eso, nosotros ya no vivimos para nosotros mismos, sino para quien murió y resucitó por nosotros.
De ahora en adelante, dejamos de ver la vida y a las personas con criterios humanos. Conocer a Cristo nos transforma. Si estamos en Él, somos nuevas criaturas: lo viejo quedó atrás y lo nuevo llegó. Esto nos lleva a tomar decisiones distintas y a experimentar cambios reales en nuestro corazón y en nuestra forma de vivir.
NUESTRO CAMBIO EN LA MANERA DE PENSAR SE VE REFLEJADA EN NUESTRAS DECISIONES.
Ya no vivimos para nosotros solos; queremos que todo el mundo se entere de lo que Dios hizo en nosotros. Un ejemplo claro es el bautismo. Más allá de seguir el ejemplo de Jesús, es una confesión pública que simboliza morir a la vieja vida y nacer a una nueva, a través de Él.
Por eso celebramos esta decisión personal: entrega, rendición y adoración a Dios, un compromiso de amarle cada día más. No se trata de vivir fingiendo ni negando que existen días buenos y días malos. Se trata de que lo viejo ya pasó. Hoy tenemos una nueva naturaleza, nuevas herramientas para enfrentar la vida, una esperanza firme y una seguridad que no falla.
YA NO VIVIMOS EL DÍA A DÍA CON LA MISMA CABEZA DE ANTES. AHORA EXPERIMENTAMOS UNA NUEVA FORMA DE PENSAR, DE DECIDIR Y DE ACTUAR.
Ser transformados significa un cambio profundo, significativo y duradero. Esta transformación viene de la renovación de nuestra mente. Ya no estamos controlados por nuestros pensamientos limitantes, sino que entregamos el poder a Dios para que nos guíe en cada paso de la vida.
El cambio es desde adentro hacia afuera, desde lo más profundo, desde ese lugar que solo Dios y nosotros conocemos. Tenemos una nueva naturaleza, una nueva esencia y una nueva forma de vivir. No nos acomodamos a lo que la sociedad piensa o a lo que hacíamos antes.
HACEMOS LA DIFERENCIA VIVIENDO SIN MOLDES NI ESTEREOTIPOS QUE NOS LIMITAN.
La frase popular dice «ver para creer», pero nosotros decidimos creer primero. Creer en el poder de Dios, en su cuidado, en ceder el control. Y así comprobamos que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta.
REFLEXIÓN
¿LO QUE ESTOY SINTIENDO Y PENSANDO ESTÁ LIMITANDO A DIOS EN MI VIDA?
Nos damos cuenta de que muchas veces nuestra forma de pensar rígida y nuestros sentimientos nos cierran la puerta a lo que Dios quiere hacer. Queremos acomodar todo a nuestra lógica humana, y así limitamos la acción de Dios en nuestra vida. Pero Dios es fiel y justo, aunque no siempre veamos o sintamos su mano, Él está en control y atento a nuestras necesidades.
¿CREO QUE TODAS LAS COSAS EN DIOS ME AYUDAN A BIEN?
A veces no lo vemos en el momento, pero sabemos que Dios obra en medio de las crisis para nuestro crecimiento. Aunque no siempre lo sintamos, confiamos en que todas las cosas colaboran para nuestro bien, como dice Romanos 8:28. La fe nos impulsa a creer en esta verdad, aun cuando la realidad parece difícil.
¿DECIDO ROMPER LOS MOLDES PARA ALCANZAR LO NUEVO DE PARTE DE DIOS?
Necesitamos decidir diariamente no amoldarnos a la sociedad y a los estereotipos que nos rodean, sino a ser transformados por la renovación de nuestra mente. Dios nos llama a perdonar, a vivir en fe, confiando incluso cuando la situación es complicada. Humanamente imposible, sí, pero con Dios todo es posible. Sabemos que la verdadera transformación viene desde lo más profundo, y por eso entregamos el control a Dios, permitiendo que Él guíe nuestra vida y renueve nuestra manera de pensar.