«Todos los creyentes eran de un solo sentir y pensar. Nadie consideraba suya ninguna de sus posesiones, sino que las compartían. Los apóstoles, a su vez, con gran poder seguían dando testimonio de la resurrección del Señor Jesús. La gracia de Dios se derramaba abundantemente sobre todos ellos, pues no había ningún necesitado en la comunidad. Quienes poseían casas o terrenos los vendían, llevaban el dinero de las ventas y lo entregaban a los apóstoles para que se distribuyera según la necesidad de cada uno. José, un levita natural de Chipre, a quien los apóstoles llamaban Bernabé, que significa «Hijo de consolación», vendió un terreno que poseía, llevó el dinero y lo puso a disposición de los apóstoles.» Hechos 4.32-37
Vivimos en una sociedad donde cuesta ponerse de acuerdo. Cada uno defiende sus ideas con fuerza y eso generó algo que terminó marcando nuestra cultura: la grieta. Al principio describía posturas políticas opuestas, pero con el tiempo empezó a representar cualquier división: formas de pensar, estilos de vida, costumbres y hasta gustos cotidianos.
La grieta se volvió parte de lo emocional, lo familiar, lo cultural y lo relacional. Dividirnos parece más fácil que escucharnos, cancelar parece más simple que comprender, y cuidar lo nuestro parece más seguro que compartir.
Aunque el término sea reciente, la división siempre existió. El ser humano nunca logró sostener unidad verdadera por sí mismo. Por eso la iglesia de Hechos sorprende tanto: personas distintas, de contextos diferentes, viviendo con un solo sentir porque estaban llenas del Espíritu Santo (Hechos 4.32).
El deseo de Jesús fue que quienes creemos en Él vivamos unidad. Él oró para que seamos uno, así como Él y el Padre son uno (Juan 17.20-23). Y en un mundo lleno de caos y de conflicto, donde hablar de unidad pareciera una fantasía. En medio de todo de eso surge un grupo de personas, los creyentes, que eran de un solo sentir y pensar (Hechos 4.32)
LA UNIDAD ES EL RESULTADO DEL ESPÍRITU SANTO EN NUESTROS CORAZONES.
La unidad no nace del esfuerzo humano, porque lo natural en nosotros es la división, la rivalidad, el enojo y los desacuerdos (Gálatas 5.19-21).
Pero cuando el Espíritu Santo gobierna nuestro corazón, aparece un carácter nuevo: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio (Gálatas 5.22-26). Esa transformación sostiene la unidad. El Espíritu nos da vida y nos guía a andar en esa vida.
La Palabra muestra que cuando estos frutos no están, es porque el Espíritu no tiene lugar. Incluso revela que el corazón humano aprueba lo que destruye (Romanos 1.32). Pero quienes nacemos de Dios ya no vivimos practicando lo mismo (1 Juan 5.18). La unidad fluye de esa vida nueva.
LA UNIDAD ES EL RESULTADO DE LA NUEVA VIDA DE JESÚS EN EL CORAZÓN DEL QUE CREE.
Nuestra humanidad muchas veces nos lleva a rechazar o distanciarnos. Pero Jesús veía a las multitudes con compasión (Marcos 6.34). Mientras otros buscaban posiciones, Jesús vino a servir y entregar su vida (Marcos 10.45).
AMAR DEMUESTRA QUE CONOCEMOS A DIOS.
Y es que por naturaleza humana el hombre no tiene la capacidad de amar, pero cuando el amor de Dios llega a nuestras vidas, provoca un cambio dentro nuestro. Él pone dentro nuestro su corazón. Jesús se acercaba a pecadores, a los enfermos y buscaba a los rechazados. Su amor se expresó en que Dios nos amó primero y envió a su Hijo Jesucristo por amor a nosotros (1 Juan 4.9-10). Y nosotros amamos porque Él nos amó antes (1 Juan 4.19).
EL EVANGELIO NOS LLEVA A CAMINAR CON OTROS.
La iglesia de Hechos creció rápidamente. Más de 500 vieron a Jesús resucitado (Hechos 1), 120 fueron llenos del Espíritu Santo (Hechos 2) y unas 3.000 personas se convirtieron y bautizaron ese mismo día. Luego, por el milagro del lisiado y a través de la predicación de Pedro y Juan, unas 5.000 personas más creyeron (Hechos 3). Y seguían sumándose todos los días.
Ese crecimiento no llevó a desorden ni egoísmo: llevó a compartir. La iglesia de los Hechos veía necesidades reales y respondía. Y es que Jesús no pidió que escapemos del mundo, sino que seamos enviados a él y guardados del mal (Juan 17.15-18).
El evangelio nunca fue pensado para que nos aislemos, al contrario, cuando el evangelio llega a nuestros corazones, viene a cambiar nuestra perspectiva y visión, transformando nuestras formas y limites personales. Porque lo normal es que cada uno vele por lo suyo propio, pero el evangelio nos trae unidad.
EL EVANGELIO ES MUCHO MÁS FUERTE Y MÁS GRANDE QUE LO QUE NOS DIFERENCIA.
Necesitamos caminar juntos porque nuestra relación con Dios depende de como caminamos con otros. Por eso en Mateo 18.15-20 nos dice una y otra vez que si había conflicto, se resolvía de todas las maneras posibles, dándonos distintas opciones con el fin de mantener la unidad. Por que la unidad, el ponernos de acuerdo tal como dice Mateo 18.19-20 provoca que nuestras oraciones tengan resultados.
Muchas veces nuestras oraciones no ocurren y lo que deseamos ver no sucede, no porque Dios no tenga el deseo de hacernos bien, sino porque realmente no hemos entendido el evangelio.
El evangelio busca traer unidad y caminar con otros, en 1 Juan 4.20-2 dice que si no amamos a nuestros hermanos a quienes vemos, somos mentirosos si decimos que amamos a Dios a quien no podemos ver.
LA UNIDAD NO ES SIMPLEMENTE UN DETALLE EN NUESTRA VIDA.
Lo que hace tangible, real y que evidencia que una persona tiene a Dios en su vida, es que esa persona va amar como Dios ama, porque el que no ama no a conocido a Dios (1 Juan 4.8).
El Espíritu Santo en el creyente provoca caminar juntos en unidad y nos lleva a compartir lo que tenemos mientras vivimos en una sociedad que lo único que busca es el egoísmo. Pero cuando el Espíritu Santo viene a nuestra vida, transforma nuestro corazón y nos pone un mismo sentir y nos lleva a tener un corazón que comparte y que da lo que tiene con generosidad.
PERO EL COMPARTIR NO ES DAR LO QUE NOS SOBRA, LO QUE NO QUEREMOS O LO QUE ESTÁ EN DESUSO, ES DAR DE LO QUE TENGO PARA QUE OTROS DISFRUTEN CONMIGO.
Hechos 4.34 dice «pues no había ningún necesitado en la comunidad. Quienes poseían casas o terrenos los vendían, llevaban el dinero de las ventas y lo entregaban a los apóstoles para que se distribuyera según la necesidad de cada uno.»
El contexto de este pasaje, tiene que ver que todo esto que hemos leído estaba ocurriendo en pocos días. Muchas personas habían viajado desde diferentes partes del mundo para estar en la fiesta de Pentecostés, pensando que serían solo un par de días, pero terminaban quedándose más tiempo porque habían encontrado a Jesús. Había necesidades reales: gente sin recursos, lejos de su casa, sin medios para permanecer en Jerusalén.
LA NECESIDAD MOVIÓ EL CORAZÓN DE LAS PERSONAS.
Cuando leemos esto, muchas personas se incomodan. La reacción suele ser inmediata y aparece el miedo a que la fe implique perder algo. Hablar de dinero genera sensibilidad porque muchos tuvieron malas experiencias. Y por temor, evitamos el tema y dejamos de enseñar lo que Dios dice, y eso crea dificultades en nuestra vida práctica porque no aprendemos a administrar bien lo que Dios nos da.
El malestar, la incomodidad o el susto al hablar de recursos revelan algo más profundo. Si duele, si genera resistencia, conviene revisar nuestro corazón porque existe la posibilidad de que el corazón esté más aferrado a algo que a Dios.
La Palabra es clara: el amor al dinero es raíz de muchos males (1 Timoteo 6.10). El problema no es el recurso, sino el apego. Ese deseo excesivo hace que pongamos seguridad en lo material, confiando más en lo que tenemos que en Dios mismo.
Ese movimiento interno debilita la fe, desplaza el corazón y aleja la confianza del Señor. Así es como se instala la codicia: ese deseo intenso de algo difícil de alcanzar, buscando seguridad en lo que ofrece este mundo.
Jesús enseñó que donde está nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón (Mateo 6.21). El Reino es un tesoro real y profundo, como ese hombre que encontró un tesoro escondido en un campo y vendió todo con alegría para adquirirlo (Mateo 13.44). Pero para muchos, el Reino dejó de ser un tesoro. Ya no es algo valioso, y lo urgente del día a día ocupa el lugar central del corazón.
El joven rico se acercó a Jesús buscando vida eterna, pero cuando Jesús señaló la raíz de su corazón, se fue triste porque no quería soltar lo que lo dominaba. Le pasaba lo mismo que nos pasa a veces: buscaba bendición sin soltar los apegos.
NADA SE COMPARA CON LO QUE JESÚS VINO A DARNOS.
Nada se acerca a lo que Él ofrece, ni lo que podamos lograr, comprar o alcanzar en este mundo. Sin embargo, muchas veces se vuelve a abrazar lo temporal y lo terrenal con más fuerza que a Cristo. Pablo lo expresó con claridad: todo lo que antes era ganancia pasó a ser pérdida por la grandeza de conocer a Cristo (Filipenses 3.7-8). Frente al incomparable valor de Jesús, todo lo demás se vuelve secundario.
EL EVANGELIO SIEMPRE NOS CONFRONTA PARA VER DÓNDE ESTÁ NUESTRO CORAZÓN.
Muchos después de haber encontrado lo más valioso, Jesús, vuelven a mirar lo que tienen y dudan. Acumulan cosas sin valor y las vuelven tesoros. La Escritura describe esa realidad como quien vuelve a lo que ya lo dañó (2 Pedro 2.20-22).
Nunca fuimos dueños de nada: lo que recibimos siempre fue para compartir (Hechos 4.32). Los que encontramos a Jesús no podemos vivir como antes, ignorando que Él lo entregó todo. Esa realidad nos lleva inevitablemente a vivir conforme a su ejemplo (Filipenses 2.3-8).
Jesús, siendo Dios, no se aferró a nada. Pero nosotros nos aferramos a lo insignificante. Él siendo Rey lo entregó todo. Su amor se mostró en la entrega más grande (Juan 3.16). Cristo murió por nosotros cuando éramos incapaces de salvarnos (Romanos 5.6-8).
El amor verdadero es demostración. No existe amor sin entrega. Nuestro mensaje no son solo palabras, se respalda con acciones: compartir, acompañar, amar y acercarnos.
CUANDO LA UNIDAD Y EL COMPARTIR ESTÁN PRESENTES… EL EVANGELIO AVANZA SIN IMPEDIMENTOS.
La salvación llega a otros, porque el evangelio es compartir. La Biblia nos dice que los apóstoles daban testimonio con poder de la resurrección de Jesús y la gracia de Dios se derramaba sobre todos (Hechos 4.33). No había necesidad, es por eso que cuando retenemos lo que Dios nos da, perdemos nosotros y pierden quienes nos rodean, Pero cuando la unidad y el compartir están presentes en la iglesia, el evangelio no tiene limites.
Muchas personas siguen sin conocer a Dios, atrapadas en pensamientos y cargas. Pero una iglesia llena del poder del Espíritu Santo vive unidad, comparte lo que tiene, y provoca vida, porque el evangelio no se detiene.
Los resultados que estamos esperando no son magia o casualidad, cuando Dios actúa en nosotros y nos lleva a vivir en esa medida de fe, es imposible no ver resultados grandes. La Palabra enseña que quien siembra escasamente cosecha escasamente, y quien siembra generosamente cosecha abundantemente. Dios ama al que da con alegría y hace que toda gracia abunde para que tengamos todo lo necesario y para que toda buena obra abunde en nosotros (2 Corintios 9.6-8).
Vivimos unidad porque el Espíritu Santo transformó nuestro interior. Caminamos con otros porque recibimos el amor de Jesús. Compartimos porque Cristo nos entregó el tesoro más grande.
AVANZAMOS PORQUE EL EVANGELIO SIEMPRE FLUYE DONDE HAY UNIDAD, ENTREGA Y GENEROSIDAD.
REFLEXIÓN
¿ESTOY VIVIENDO EN UNIDAD?
La unidad empieza cuando dejamos de movernos desde lo mío y abrimos espacio para lo que el Espíritu Santo quiere formar en nosotros. Vivir en unidad es tener un mismo sentir, permitir que Él ordene nuestras reacciones, nuestro carácter y nuestras intenciones. Cuando soltamos el egoísmo, la competencia y la necesidad de cuidar solo lo nuestro, podemos caminar juntos con un corazón alineado y un propósito, acercar a las personas a Dios.
¿CÓMO ESTOY COMPARTIENDO LO QUE TENGO?
Compartir es parte del evangelio. No es dar lo que ya no usamos, sino abrir lo que tenemos con generosidad. En Hechos compartían porque veían necesidad y porque Cristo era su tesoro, no las cosas. Compartir nos saca del centro, rompe el apego y nos conecta con otros. El evangelio se vive caminando juntos, acompañando, abriendo espacio y poniendo nuestros recursos, tiempo y corazón a disposición.
¿QUÉ ESTOY VIENDO EN MI VIDA MIENTRAS SIGO AVANZANDO?
Los resultados que esperamos llegan cuando dejamos que Dios actúe en nosotros. Cuando elegimos vivir en unidad, con generosidad y compartiendo el amor de Jesús, nuestra vida comienza a mostrar cambios concretos. Pero no se queda en nosotros: un mundo entero necesita ver y escuchar ese mensaje. Continuar significa seguir avanzando en lo que Dios empezó, dejando que nuestra forma de vivir abra camino para que otros también conozcan a Cristo.