«Al quedar libres, Pedro y Juan volvieron a los suyos y les relataron todo lo que habían dicho los jefes de los sacerdotes y los líderes religiosos. Cuando lo oyeron, alzaron unánimes la voz en oración a Dios: «Soberano Señor, creador del cielo y de la tierra, del mar y de todo lo que hay en ellos, tú, por medio del Espíritu Santo, dijiste en labios de nuestro padre David, tu siervo: »“¿Por qué se enfurecen las naciones y en vano conspiran los pueblos? Los reyes de la tierra se rebelan; los gobernantes se confabulan contra el Señor y contra su ungido”. En efecto, en esta ciudad se reunieron Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y con el pueblo de Israel, contra tu santo siervo Jesús, a quien ungiste para hacer lo que de antemano tu poder y tu voluntad habían determinado que sucediera. Ahora, Señor, toma en cuenta sus amenazas y concede a tus siervos el proclamar tu palabra sin temor alguno. Por eso, extiende tu mano para sanar y hacer señales y prodigios mediante el nombre de tu santo siervo Jesús». Después de haber orado, tembló el lugar en que estaban reunidos; todos fueron llenos del Espíritu Santo y proclamaban la palabra de Dios sin temor alguno.» Hechos 4.23-31
Muchas veces nos cuesta hablar con otros de lo que realmente sentimos. A veces creemos que nos van a juzgar, que van a minimizar nuestro dolor o que no nos van a entender. Eso nos lleva a guardarnos todo, a aislarnos, a buscar distracciones para tapar lo que nos pasa y a intentar sobrevivir solos. Y cuando no encontramos un lugar seguro, el corazón empieza a enfriarse. En ese lugar interno tan frágil, el desánimo puede robarnos fuerzas, llevarnos al agotamiento y empujarnos a decisiones que solo profundizan el dolor. Pero en Hechos 4 vemos algo que marca el camino: Pedro y Juan sabían qué hacer y adónde volver.
Escuchamos frases que minimizan lo que vivimos: «no es para tanto», «hay peores cosas», «otros tienen problemas más grandes». Y eso nos parte por dentro. Cuando la presión aumenta y no encontramos respuesta, el desánimo nos agota y puede llevarnos a malas decisiones.
Y es ahí donde muchos caen y buscan tapar el dolor con cualquier cosa que saque un poco el peso de la realidad: distracciones, vicios, alcohol, drogas o trabajo excesivo. Y esa falta de un lugar seguro nos lleva a aislarnos aún más.
Pero los discípulos nos muestran el camino. Ellos hicieron dos cosas clave:
#1 FUERON A LOS SUYOS
La iglesia no está para ser un lugar donde aparecemos solo el domingo y nada más. Muchas veces corremos a la iglesia en el primer momento de desesperación, pero cuando el problema se resuelve, dejamos de venir porque «ya está». Y así nunca construimos pertenencia. Incluso cuando pasamos por situaciones difíciles, nos guardamos lo que sentimos porque creemos que nos van a juzgar o condenar. Pero es un alivio enorme saber que contamos con personas que nos aman a pesar de todo… y que están dispuestas a caminar con nosotros aun cuando no estamos en nuestro mejor momento.
#2 ALZARON UNÁNIMES LA VOZ EN ORACIÓN
Qué bueno es saber que Dios no está lejos de nuestra situación. Él nos oye y está cerca, más cerca de lo que imaginamos (Salmo 34.17-18). Jesús conoce nuestro dolor y siente dolor al vernos sufrir. No es como las personas, que muchas veces no logran ponerse en nuestro lugar ni comprender lo que sentimos. Jesús sí siente tristeza al ver nuestra condición, y Su compasión no solo reconoce nuestro dolor: busca aliviarlo, quitarlo y transformar nuestro sufrimiento.
Por eso nos invita a acercarnos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y encontrar la gracia que nos ayuda en cualquier momento que estemos atravesando (Hebreos 4.14-16).
NECESITAMOS SABER A DÓNDE IR.
No podemos andar como alguien que no tiene cuidado. Efesios 5.15-20 nos llama a vivir con sabiduría, entendiendo la voluntad del Señor y siendo llenos del Espíritu, no entregándonos al descontrol sino eligiendo alinearnos con Dios.
Y es que El Espíritu Santo es una persona con: INTELECTO (capacidad de pensar / 1 Corintios 2.10-13; Juan 14.26), SENSIBILIDAD (capacidad de sentir / Romanos 15.30), VOLUNTAD (capacidad de decidir / 1 Corintios 12.11), CONCIENCIA MORAL (capacidad de conocer el bien y el mal / Juan 16.8; Juan 16.13).
Y según cómo vivimos, podemos contristarlo (Efesios 4.30), apagarlo (1 Tesalonicenses 5.19) o resistirlo (Hechos 7.51).
Los discípulos habían estado con Jesús, habían visto cada milagro, cada obra y cada palabra. Ellos caminaron a Su lado. Pero cuando Jesús murió, resucitó y ascendió, quedaron descolocados, sin saber qué iba a pasar. Entraron en ese pánico que cualquier persona sentiría. Fue un momento donde todo lo que habían vivido parecía tambalear.
Pero Jesús les había dado una palabra que sostenía toda su fe: «No los dejaré huérfanos» (Juan 14.16-18). Él había prometido enviar al Consolador, al Espíritu de verdad, para estar con nosotros para siempre. Por eso, aunque algunos llaman a este libro «Hechos de los Apóstoles», realmente es el Espíritu Santo el protagonista, obrando en el corazón y en la vida de los creyentes.
Y ESTO ES ALGO QUE ELLOS ENTENDÍAN MUY BIEN, PERO QUE NOSOTROS MUCHAS VECES OLVIDAMOS: DIOS ES SOBERANO.
No hay quien lo gobierne. No hay nadie por encima de Él. Es la autoridad máxima. Él creó el cielo, la tierra, el mar y todo lo que existe. Él es más grande que nuestros problemas, más grande que nuestros temores y más grande que cualquier amenaza que quiera debilitarnos. (Isaías 40.28-31).
Aunque todo se sacuda alrededor nuestro, aunque parezca que todo conspira en nuestra contra, la confianza es la completa seguridad de que Dios está en control y que llevará adelante Su voluntad. (Filipenses 1.6).
Los discípulos sabían que Jesús no los dejaría solos. Sabían que Él no solo escucha lo que vivimos, sino que interviene y pelea por nosotros. Y cuando somos llenos del Espíritu Santo, dejamos atrás el miedo y la vida oculta; empezamos a vivir con valentía, tomando nuestro lugar como protagonistas junto a Él.
El Espíritu del Señor está sobre nosotros para para anunciar buenas noticias, sanar corazones heridos, proclamar libertad y levantara otros (Isaías 61.1-3).
EL ESPÍRITU SANTO QUIERE INVITARNOS A SER PROTAGONISTAS CON ÉL.
Y cuando miramos lo que sucede con los discípulos en Hechos, vemos tres evidencias claras de lo que pasa cuando Él nos llena.
#1 HAY VALENTÍA / Hechos 4.29.
Cuando el Espíritu Santo toma control, el temor deja de marcar nuestras decisiones. Lo que antes parecía intimidante pierde fuerza porque entendemos que detrás nuestro hay un Dios que respalda, sostiene y afirma cada paso. Él nos da denuedo, un valor firme que trae energía y decisión para avanzar incluso en escenarios que normalmente nos frenarían. Ese coraje no nace de nuestra personalidad ni de nuestras ganas: viene del cielo (2 Timoteo 1.7).
Y cuando somos llenos del Espíritu, hablamos sin temor alguno porque Su poder opera en nosotros (Hechos 4.31). Aunque todo alrededor intente callarnos, sabemos que el mensaje que llevamos tiene poder para salvar (Romanos 1.16).
#2 LAS SEÑALES NOS SIGUEN / Hechos 4.30.
Cuando caminamos con fe, como Jesús prometió, las señales siguen a los que creemos (Marcos 16.17-18). Y eso nos impulsa a avanzar con firmeza, sabiendo que Él respalda Su palabra. Estas señales buscan acompañarnos, pero requieren corazones que creen, que hablan sin temor y que anhelan la obra profunda del Espíritu Santo.
No las perseguimos por emoción; reconocemos que son parte del respaldo de Dios a Su mensaje (Hechos 5.12). Y entendemos algo esencial: Dios es un Dios de milagros, pero la sanidad no es el final. Cada milagro apunta a algo mayor: que las personas crean.
Las señales no son el fin; son el medio. Porque el fin de la sanidad es la salvación.
#3 HAY MANIFESTACIONES DEL PODER DE DIOS / 1 Corintios 2.4.
El poder de Dios no se queda en lo teórico ni en lo espiritual; también se manifiesta de forma visible y concreta. Así ocurrió cuando vino del cielo una ráfaga de viento, se encendieron lenguas como de fuego y todos fueron llenos del Espíritu Santo (Hechos 2.2-4). Cuando Él se mueve, algo sucede: algo cambia, algo se enciende, algo se activa.
EL ESPÍRITU SANTO ES EL VERDADERO AUTOR DETRÁS DE CADA AVANCE DEL EVANGELIO.
Él es quien empodera, quien guía, quien da valentía, quien confirma con señales y quien manifiesta el poder del cielo en la tierra. Nada de lo que sucede en la obra de Dios avanza por fuerza humana; avanza porque el Espíritu se mueve.
La iglesia de Hechos no terminó: nosotros seguimos siendo parte de esa historia hoy, avanzando con la misma fuerza y bajo el mismo Espíritu. Él sigue levantando protagonistas, personas dispuestas a vivir con valentía y a ponerse en Sus manos.
Por eso podemos decir con decisión: Espíritu Santo, llenanos, guiános y usanos para ser protagonistas de nuestra generación.
REFLEXIÓN
¿CÓMO REACCIONO FRENTE A LOS PROBLEMAS?
Cuando la presión nos supera, muchas veces nos encerramos, nos alejamos o buscamos distraernos para no enfrentar lo que sentimos. Tapamos el dolor con actividades, vicios o trabajo, pensando que así vamos a sentir menos. Pero alejarnos no trae alivio. La salida no está en aislarnos ni en escapar, sino en hacer lo que hizo la iglesia en Hechos: acercarnos, hablar, pedir ayuda y levantar la voz delante de Dios. Es ahí donde aparece la fuerza, la claridad y el sostén que realmente necesitamos.
¿QUIÉN ESTÁ GUIANDO MIS DECISIONES?
A veces reaccionamos desde lo emocional: miedo, enojo, cansancio o frustración. Sin darnos cuenta, terminamos guiados por impulsos, por ideas viejas o por formas que no traen vida. Pero el Espíritu Santo quiere conducirnos de una manera distinta. Él quiere llevarnos a decisiones sabias, a respuestas más profundas y a movimientos que no dependan de cómo nos sentimos, sino de lo que Dios está haciendo. No se trata de negar nuestras emociones, sino de no permitir que ellas sean las que tomen el control.
¿QUÉ ESTÁ OCUPANDO MÁS ESPACIO EN MI MENTE?
Las amenazas, los miedos y las mentiras golpean fuerte el corazón. Y cuando estamos cansados es fácil creer que esta vez lo que enfrentamos es demasiado: que no alcanza, que no vamos a poder, que todo supera nuestra fe. Pero eso no es real. Lo que nos quiere frenar son solo voces, presiones y amenazas. Dios es eterno, poderoso y completamente soberano. Cuando volvemos a mirarlo a Él, recordamos que nada que enfrentemos es más grande que Su fuerza y que Él sigue en control de todo.