«Cuando oren, no sean como los hipócritas, porque a ellos les encanta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que la gente los vea. Les aseguro que ya han obtenido toda su recompensa. Pero tú, cuando te pongas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto. Así tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará. Y al orar, no hablen solo por hablar como hacen los gentiles, porque ellos se imaginan que serán escuchados por sus muchas palabras. No sean como ellos, porque su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan.» Mateo 6.5-8
Desde que nacemos, los seres humanos nos vamos perfeccionando en técnicas para conseguir lo que queremos. Desde el llanto y los berrinches hasta la manipulación y la adulación para lograr que el otro nos haga lo que deseamos. De adultos esto no cambia sino que evoluciona, aprendemos lo que al otro le gusta para poder manipularlo sin que se de cuenta, nos volvemos expertos en el arte de la extorsión. Hemos trasladado esta práctica a todas las áreas de nuestras vidas para conseguir lo que queremos a cualquier precio.
Tanto en la política, más en este tiempo, como en el medio artístico, vemos mentirosos compulsivos que hacen creer que aman a sus seguidores y buscan su bien cuando lo único que quieren es sacar provecho de la confianza de la personas y así ganar votos o ventas para conseguir su poder y su éxito. Estas personas utilizan la adulación para eso, nosotros sabemos que nos mienten pero nos gusta que nos digan lo que queremos escuchar, el famoso “mentirme que me gusta”.
Lamentablemente hoy nos encontramos con tantos corazones rotos y traicionados por falsas promesas de amor, porque descubrieron que detrás de ese amor había un interés personal y egoísta. Esta realidad hizo que nos cerremos y descreamos cuando alguien tiene un buen gesto con nosotros. Comenzamos a desconfiar de todos y nos acercamos a Dios con temor, pensando en qué me puede llegar a pedir a cambio, porque no podemos creer que Él tenga un verdadero interés en nosotros y no por lo que podamos ofrecerle.
Pero que podríamos ofrecerle a un Dios que es el dueño de todo lo que existe, sobre todo cuando nada bueno hay en nosotros (Salmos 8.4 / Mateo 5.33-37). Aun cuando estábamos en la peor condición, completamente lejos de Dios y sin esperanza alguna (Romanos 3.9-18 / 5.8), Él no nos abandonó sino que nos expresó su amor.
«Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.» Juan 3.16
El amor de Dios hacia nosotros se hizo visible a través de Jesús. Su muerte y resurrección dándonos esperanza cuando no la merecíamos y nadie más podía hacerlo. Pero estamos tan acostumbrados a la mentira y la extorsión que nos preguntamos por qué Dios me ama cuando no puedo darle nada.
Dios nos ama con un amor tan genuino que su interés es exclusivamente por nuestro corazón y no por lo que podamos darle. Él nos ama porque sí, porque así él lo quiso. No le encontramos la lógica porque es más fácil pensar en un Dios que condena y castiga que en un Dios que ama desinteresadamente. Pero Dios no quiere algo de nosotros, Dios nos quiere a nosotros.
«…Y pido que, arraigados y cimentados en amor, puedan comprender, junto con todos los creyentes, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo. En fin, que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para que sean llenos de la plenitud de Dios…» Efesios 3.14-21
Por esto mismo, cuando hablamos de oración, podemos entender que Dios no necesita nuestra oración, somos nosotros los que necesitamos orar. Necesitamos acercarnos más a Él, Él quiere tener una relación genuina con nosotros y hacernos comprender cuánto y cómo él nos ama.
Con el tiempo hemos caído en oraciones repetitivas y sin sentido, buscando aparentar o demostrarle a Dios lo que creemos que Él espera ver de nosotros. Creyendo que el encerrarnos a orar era una cuestión mística y una regla de oro (Lucas 18.9-14). Pero esta clase de oraciones no son más que actuaciones y conversaciones con nosotros mismos. La oración no es para demostrar, sino que es la expresión de un corazón que reconoce su necesidad de Dios. El buscar un lugar privado es con el fin de encontrar un espacio en el cual no necesitamos fingir y podemos ser nosotros mismos frente a Dios. La oración es un corazón que corresponde al amor de Dios, que reconoce quien es El y busca relacionarse con total honestidad. Un corazón que busca a Dios por quien es y no por lo que pueda darnos de la misma forma que Él nos ama sin esperar nada a cambio. Esto no significa que lo que le damos a Dios no sirve, nuestra entrega, nuestro servicio, y todo lo que damos para Él tiene sentido cuando nace de una relación y un corazón entregado (Mateo 6.5-13 / Salmos 51.16-19) .
Dios sabe quienes somos, conoce lo que necesitamos, Él nos ama y quiere relacionarse con nosotros. Dios quiere relacionarse con vos, porque lo más valioso para Dios sos vos.
Dios ama con un amor tan genuino que su interés es exclusivamente por nuestro corazón y no por lo que podamos darle.
¿ESTOY VIENDO A DIOS COMO REALMENTE ES, O MIS MALAS EXPERIENCIAS ME LLEVAN A TENER UNA IDEA ERRADA DE QUIEN ES ÉL? Dios nos ama por quienes somos y no por lo que podamos darle. Nos amó porque así lo quiso y todo lo que tenemos que hacer es aceptar su amor.
¿ESTOY ACERCÁNDOME A DIOS DE MANERA GENUINA O BUSCO APARENTAR ALGO FRENTE A ÉL? Nada bueno hay en nosotros naturalmente, y aun así él nos ama. Dios está interesado en nuestro corazón y desea tener una relación real con nosotros.
¿ESTOY ENCONTRANDO EN LA ORACIÓN LA MANERA MÁS REAL DE RELACIONARME CON DIOS? No oramos para obtener un beneficio de Dios, tampoco porque Dios necesite nuestra oración. Oramos porque lo necesitamos, necesitamos relacionarnos con Dios, conocerle más y comprender la magnitud de su amor hacia nosotros. La oración es nuestra primera opción porque nuestro interés es estar cerca de Dios.