«Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, hasta en los confines de la tierra.» Hechos 1.8 

Todos en algún momento hemos experimentado frustración al ver nuestras incapacidades, el sentirnos insuficientes, sin las condiciones necesarias frente a los desafíos de la vida. Nos cuesta exponer nuestras debilidades y por eso nos esforzamos para superarlas y mostrar lo mejor de nosotros, intentando ocultar esos defectos o errores y haciendo notar aquello en lo que nos va mejor. Pero por más esfuerzo que hagamos en algún momento la vida se encarga de exponer nuestras limitaciones.

En muchas ocasiones los discípulos de Jesús se encontraron cometiendo errores, intentando hacer las cosas bien, pero siendo humanamente limitados. Por más que en sus corazones la intención era resolver ciertas situaciones, sus dificultades eran evidentes. La Biblia los muestra sintiéndose incapaces tal como nos pasa a cualquiera de nosotros. Incapaces en medio de una tormenta que no podían manejar y les hizo temer por sus vidas (Mateo 8.23-27), incapaces frente a desafíos espirituales, como personas endemoniadas, por ejemplo (Mateo 17.14-23) o incapaces frente a la falta de recursos, como cuando Jesús los desafía a alimentar a la multitud (Marcos 6.34-36). 

Cuántas veces nosotros nos sentimos de la misma forma frente a las dificultades que la vida nos presenta en cualquiera de estas áreas. Sintiendo que el problema excede nuestras fuerzas, que intentamos, pero nada sucede, viviendo luchas espirituales que nos superan.

LA VIDA NOS MUESTRA LO INCAPACES, DÉBILES Y PEQUEÑOS QUE SOMOS, PORQUE ESTÁ LLENA DE SITUACIONES QUE SON IMPOSIBLES. Pero la clave está en qué es lo que hacemos cuando nos encontramos con esta realidad, cuando nuestras fuerzas ya no dan más. Usualmente, nos frustramos, nos enojamos y queremos soltar todo. Nos cuesta aceptar que sin Dios no podemos, pero eso es justo lo que necesitamos, reconocernos limitados e incapaces, entendiendo que no podemos ni pudimos salvarnos a nosotros mismos. (Romanos 5.6-8) Pero Dios, viendo nuestra condición limitada, envió a Jesús a morir por nosotros.

Frente a esta realidad, sería tonto pensar que los resultados hoy depende de nosotros, porque los desafíos no van a dejar de presentarse; sin embargo, tenemos la seguridad de que para Dios todo es posible. «Al oír esto, los discípulos quedaron asombrados y decían: —En ese caso, ¿quién podrá salvarse? —Para los hombres es imposible —aclaró Jesús, mirándolos fijamente—, mas para Dios todo es posible.» Mateo 19.25-26

EL MISMO DIOS QUE VINO A RESCATARNOS, NOS PROMETIÓ QUE NO NOS DEJARÍA SOLOS. Jesús nos aseguró que no nos dejaría huérfanos, sino que nos enviaría a su Espíritu Santo, (Juan 14.15-18) y el mismo Juan el bautista anunció que seríamos bautizados con espíritu y fuego (Mateo 3.11). Ante nuestras incapacidades, Dios promete revestirnos de su poder.

Jesús mismo anunció a sus discípulos esta promesa del poder del Espíritu Santo en nosotros, pero ellos aun viendo no podían entenderlo. (Lucas 24.36-49) Uno podría creer que todo termina con la salvación, pero hay algo más de parte de Dios para nosotros, y es su poder derramado en nuestras vidas. POR ESO AHORA SOMOS PERSONAS TOTALMENTE INCAPACES, PERO LLAMADAS Y CAPACITADAS POR DIOS PARA VIVIR LO IMPOSIBLE.

«Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, hasta en los confines de la tierra.» Hechos 1.8

El poder que Dios nos da, habla de una capacidad divina que actúa por encima de nuestras debilidades. (2 Corintios 12.8-9) justo en estas áreas donde nos sentimos más limitados. Este poder es la promesa del Espíritu Santo, y es algo que cada creyente tiene que anhelar y pedir. Todos desearíamos contar con esto, pero no se trata de algo que responde a necesidades personales, sino que la promesa del poder del Espíritu Santo tiene un propósito, y es que seamos testigos de Dios, es que este poder actúe en nuestros imposibles, pero para dar a conocer a otros quién es Dios. Un testigo es aquel que vivió y presenció algo y luego lo da a conocer. Dios quiere que lo podamos experimentar de manera personal, y que seamos nosotros quienes llevemos a otros a conocerle a Él. NOSOTROS SOMOS LA ESTRATEGIA DE DIOS PARA ALCANZAR A OTROS.

Sin embargo, la realidad y el sistema en el que vivimos constantemente nos lleva a vivir encerrados en nuestros asuntos, distraídos en nuestras urgencias. Ante la muerte de Jesús, los discípulos estaban, de la misma manera, angustiados y pensando en sus necesidades personales, sociales y políticas. (Hechos 1.6) pero Jesús les estaba hablando de algo mayor, que no se limitaba a las circunstancias pasajeras de este mundo (Juan 18.36)

Muchos hoy, habiendo conocido a Dios, estamos de la misma forma, otra vez aferrados a nuestras situaciones, con la mirada en lo que nos sucede, sin poder ver más allá de nosotros mismos.  Todo lo que nos rodea está buscando hacernos callar, para que dejemos de decir a otros lo que hemos visto y oído de Dios, pero esas experiencias con El son el mensaje más poderoso que tenemos para dar. POR ESO NECESITAMOS RECORDAR, QUE LOS PROBLEMAS SON UNA OPORTUNIDAD PARA VER Y MOSTRAR A OTROS LO QUE DIOS PUEDE HACER. 

Vos y yo somos el plan de Dios para la humanidad, personas llenas del Espíritu Santo, viviendo su poder en cada desafío, experimentando a Dios y dándolo a conocer a otros. Somos la luz y la sal del mundo. (Mateo 5.13-15) Cuando los discípulos recibieron la promesa del Espíritu Santo, se levantaron y anunciaron a la multitud el mensaje de Jesús, y miles de personas fueron conmovidas experimentaron ese día a Dios y preguntaron que necesitaban hacer para vivir una transformación en sus vidas (Hechos 2.37). Hoy muchos caminan con preguntas, que hacer para salir de la situación en la que están, muchos están confundidos y frustrados pensando que la solución debería estar en sus propias fuerzas. Nosotros tenemos la respuesta, pero no en nuestras fuerzas, porque nuestras armas no son humanas (2 Corintios 10.3-5), nuestra fuerza no es natural, es el poder de Dios actuando en nosotros, llevándonos a vivir cosas aún mayores que las que Jesús hizo. 

«Ciertamente les aseguro que el que cree en mí las obras que yo hago también él las hará, y aun las hará mayores, porque yo vuelvo al Padre. Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre, yo la haré; así será glorificado el Padre en el Hijo. Lo que pidan en mi nombre, yo lo haré.» Juan 14.12-14


​¿ME ESTOY SINTIENDO INCAPAZ FRENTE A LOS DESAFÍOS QUE SE ME PRESENTAN?
Por más esfuerzos que hagamos, las crisis de la vida nos ponen de frente a nuestras incapacidades. No podemos hacer nada por nosotros mismos para librarnos de esta condición limitada, por eso Dios envió a Jesús, para morir por nosotros y darnos salvación. 

¿ESTOY EXPERIMENTANDO EL PODER DE DIOS EN MIS IMPOSIBLES?
Cuando entendemos que el poder de Dios obra en nuestras debilidades, entendemos que los problemas son oportunidades para ver a Dios actuar con su poder ilimitado.

¿ESTOY DANDO A CONOCER A OTROS LO QUE DIOS HIZO EN MÍ?
​El poder del Espíritu Santo es derramado por Dios sobre nuestras vidas, no con el fin de responder a nuestras necesidades personales, sino porque el plan de Dios para la humanidad es obrar en nosotros personas limitadas, para que podamos conocerle y otros le conozcan a través nuestro. FUIMOS LLAMADOS A SER TESTIGOS DEL PODER DE DIOS, A EXPERIMENTAR SU PODER Y DARLO A CONOCER A OTROS.

 

 

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