«Por eso, desde el día en que lo supimos, no hemos dejado de orar por ustedes. Pedimos que Dios les haga conocer plenamente su voluntad con toda sabiduría y comprensión espiritual,  para que vivan de manera digna del Señor, agradándole en todo. Esto implica dar fruto en toda buena obra, crecer en el conocimiento de Dios y ser fortalecidos en todo sentido con su glorioso poder. Así perseverarán con paciencia en toda situación y con mucha alegría darán gracias al Padre. Él los ha facultado para participar de la herencia de los creyentes en el reino de la luz. Él nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención y perdón de pecados.» Colosenses 1.9-14 

 

Se dice que los 40 son los nuevos 20. Esto refleja cómo nuestras percepciones de la edad han cambiado: lo que antes parecía ser una etapa de vida avanzada, ahora se considera como una edad llena de juventud y de oportunidades. Todo esto gracias a que la medicina ha cambiado y podemos acceder a una mejor calidad de vida, pero también a un cambio en nuestras prioridades y presiones sociales. Pero a pesar de que vivimos con estos cambios positivos, muchas personas luchan con la idea de crecer. Cumplir años se asocia, a veces, con perder juventud, pero también con asumir responsabilidades que pueden parecer agobiantes, como pagar deudas o enfrentar compromisos laborales y familiares. Crecer implica cambios, responsabilidades, y a veces dificultades que preferiríamos evitar. Es ahí donde entra el «Síndrome de Peter Pan», un concepto que describe a adultos que prefieren seguir viviendo como si fueran niños, evitando todo lo que implique compromiso o responsabilidad. Estas personas tienden a evadir responsabilidades o asumir compromisos, muestran resistencia al cambio y prefieren aferrarse a lo que conocen, dependen emocionalmente de otros para sentirse seguros, y a menudo reaccionan de manera inmadura ante situaciones estresantes. Además, priorizan el placer personal y evitan aquellas que requieren esfuerzo o sacrificio, estas actitudes pueden ser perjudiciales, causar dificultades tanto para quienes lo padecen como para las personas a su alrededor, afectando negativamente sus relaciones personales, su desempeño laboral y su capacidad para enfrentar la realidad de la vida adulta. 

«Cuando yo era niño, hablaba, pensaba y razonaba como niño; pero cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño» 1 Corintios 13:11. Muchas personas, aunque ya no son niños, siguen arrastrando comportamientos infantiles en su vida adulta. Vemos adultos que actúan como si fueran niños, aunque no lo son. Un niño está en proceso de crecimiento, tiene poca experiencia y depende de otros para casi todo. No se le pueden asignar grandes responsabilidades porque aún no está listo, lo cual es normal y esperable según su etapa. Sin embargo, cuando un adulto se comporta de esa manera, no solo es frustrante, sino que también puede causar dolor y vergüenza. Por eso, también en 1 Corintios 3:1-3, Pablo les dice a los miembros de la iglesia que son inmaduros, ya que no estaban preparados, no eran capaces o no habían desarrollado su nivel físico o mental de madurez. Lo que Pablo veía en ellos eran actitudes propias de niños. Madurar no depende solo de la edad, sino de alcanzar un desarrollo pleno o de ser una persona que ha alcanzado su mejor momento en algún aspecto.

Muchas de nuestras actitudes, comportamientos o incluso nuestra forma de ser nos hace ver como personas inmaduras que no están capacitadas o preparadas para recibir algo mayor. Nos hacen ver como niños. Hablamos sin pensar, y no nos damos cuenta de que nuestras palabras tienen poder («En la lengua hay poder de vida y muerte; quienes la aman comerán de su fruto.» Proverbios 18.21). Pensamos como niños, le damos poder y libertad a nuestros pensamientos, dejamos que tomen el control y vamos haciendo un concepto de nuestra realidad que termina limitándonos, condicionando nuestras vidas, acciones, decisiones, muchos de nuestros temores o miedos que vivimos responden a temores que nunca hemos visto, pero que existen en nuestro pensamiento. Limitando el poder de Dios. La Biblia dice que muchas de las personas que venían a Jesús, aun viendo los milagros eran afectados por dar lugar a sus pensamientos («Como Jesús conocía sus pensamientos, les dijo: —¿Por qué dan lugar a tan malos pensamientos?» Mateo 9.4) Necesitamos tener autoridad sobre nuestros pensamientos, ponerle limites a aquellos pensamientos que están buscando controlar nuestras vidas.

Razonamos, juzgamos y vivimos nuestra vida en base a nuestra propia manera, en lo que creemos y nos condicionamos, perdiendo la oportunidad de entender lo que Dios tiene para nuestras vidas. Pero necesitamos poner nuestra confianza solo en Dios, no en nuestros pensamientos, ni opiniones y en nuestra sabiduría. («Confía en el SEÑOR de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas. No seas sabio en tu propia opinión; más bien, teme al SEÑOR y huye del mal.» Proverbios 3.5-7 ) 

Y es que Dios siempre ha estado interesado en nuestras vidas, porque SOMOS IMPORTANTES PARA DIOS. Es por eso que en sus planes no solo estaba el salvarnos, sino que también nos ha puesto personas en nuestra vida para ayudarnos a crecer y madurar para que todos lleguemos a la unidad de la fe. (Efesios 4:11-16)  

Crecer significa adquirir más confianza, ánimo, autoridad, valor y fuerza para avanzar en nuestra vida. No es solo aumentar de tamaño o edad; también es aumentar nuestra capacidad para enfrentar retos y dificultades con una nueva actitud. Sin embargo, crecer no es fácil, porque requiere tomar decisiones y hacer cambios. Muchas veces, deseamos avanzar, pero nos cuesta dejar atrás viejos hábitos y maneras de pensar que nos impiden progresar. El verdadero crecimiento implica abandonar la antigua forma de vivir y adoptar una nueva, como se nos enseña en Efesios 4:22-24: «Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad.»

El crecimiento requiere soltar lo que nos frena. Debemos reflexionar sobre cómo hemos vivido hasta ahora y qué cosas han condicionado nuestra vida. Muchas personas no logran alcanzar nada significativo no por falta de oportunidades, sino porque no están dispuestas a dejar el pasado y asumir nuevas responsabilidades. Crecer también implica estar dispuestos a caminar con otros, seguir a Jesús, y cambiar nuestra manera de hablar, pensar y juzgar. Dios nos ha dado la iglesia para bendecirnos y ayudarnos a avanzar juntos. En Colosenses 1:9-14, se ora para que los creyentes «conozcan plenamente su voluntad con toda sabiduría y comprensión espiritual, para que vivan de manera digna del Señor, agradándole en todo. Esto implica dar fruto en toda buena obra, crecer en el conocimiento de Dios y ser fortalecidos en todo sentido con su glorioso poder.» Y es que Dios desea que nuestra relación con Él crezca y que alcancemos nuestra mejor versión. Nuestro mejor momento está por delante, y Dios quiere que lo vivamos plenamente. Nuestra mejor versión está en Dios.

 

 



¿ESTOY PERMITIENDO QUE EL MIEDO AL CAMBIO ESTORBE MI CRECIMIENTO?
Es natural sentir miedo a los cambios, pero no enfrentar estos desafíos solo nos mantiene estancados. Dios nos invita a crecer y madurar. Al enfrentar los cambios, fortalecemos nuestra fe y carácter, y nos alineamos más con los planes que Él tiene para nosotros. Cada cambio puede ser una oportunidad para acercarnos más a lo que Él quiere para nuestras vidas.

¿ESTOY ACEPTANDO LA AYUDA DE LAS PERSONAS QUE DIOS HA PUESTO EN MI VIDA PARA CRECER?
Dios ha puesto a personas en nuestra vida para que nos ayuden a crecer. Estas personas nos capacitan y nos apoyan para que podamos avanzar. Aceptar su ayuda nos permite madurar y alcanzar el propósito que Dios quiere para nosotros.

¿QUÉ COSAS NECESITO SOLTAR PARA PODER AVANZAR HACIA LO QUE DIOS TIENE PARA MÍ?
Dios quiere que crezcamos porque desea que vivamos a nuestro máximo potencial. Nos rodea de personas que nos ayudan a avanzar y nos da la fuerza para dejar atrás lo que nos limita y nos frena. Al confiar en Él podremos alcanzar la madurez que Él quiere para nosotros, viviendo plenamente según su propósito.

 

 

 

 

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