«Jesús se acercó entonces a ellos y dijo: —Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.» Mateo 28.18-20
¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar para evitar el sufrimiento, el dolor o incluso la muerte Muchas personas, con tal de evitar el sufrimiento, son capaces de cualquier cosa. Mentir, huir, gritar, e incluso actuar sin sentido.
Y es que cuando todo marcha bien, todos nos creemos valientes, incluso llegamos a decir que daríamos la vida por los demás. Pero, cuando surgen los desafíos, las dificultades es cuando entramos en crisis.
En Mateo 26.31-35, Jesús les dijo a sus discípulos: «Esta misma noche todos ustedes me abandonarán». En ese momento, Pedro responde con firmeza: «Aunque todos te abandonen, yo jamás lo haré». Jesús le contesta: «Te aseguro que esta misma noche, antes de que cante el gallo, me negarás tres veces». Pedro insiste: «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré». Y todos los demás discípulos dijeron lo mismo.
Encontramos a un Pedro enérgico, seguro y firme junto a todos los discípulos diciendo lo mismo «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré».
Pero, en el momento de la crisis, cuando Jesús fue arrestado y condenado, todos ellos lo abandonaron, a pesar de haber prometido lo contrario. Activando el instinto de supervivencia que los impulsó a actuar así.
El instinto de supervivencia es un impulso natural e irracional que surge frente al miedo y nos hace actuar. Este instinto nos lleva a huir, adaptarnos o enfrentarnos a las circunstancias para sobrevivir.
Es una respuesta natural de los seres humanos: La idea de «Sálvese quien pueda».
Y es verdad, solemos ponernos a nosotros mismos por encima de los demás, reaccionando de cualquier manera con tal de salvarnos. Nos enfocamos en pelear por lo nuestro, dejando que los demás se las arreglen como puedan.
Pero la verdad es que Pedro no mentía cuando dijo que daría su vida por Jesús; él estaba convencido de ello. Sin embargo, cuando sintió el peligro, fue fácil para él negar a Jesús e incluso maldecirlo.
En Mateo 26.75 dice que, en ese momento, Pedro recordó las palabras de Jesús y lloró amargamente. Y es que aunque quería dar su vida, terminó negándolo y llenándose de amargura porque su instinto de supervivencia lo hizo priorizarse a sí mismo sobre el amor a Jesús.
PERO QUE DISTINTA FUE LA ACTITUD DE JESÚS FRENTE AL PELIGRO.
Isaías 53.3-12 describe perfectamente como Jesús en lugar de buscar su propio bienestar, cargó con nuestras faltas y sufrió por nuestra salvación. Este capítulo de la biblia describe a Jesús como «Varón de dolores, experimentado en el sufrimiento», rechazado y despreciado por la gente, sin defenderse ni responder a las acusaciones.
Y es que Jesús no solo vino a morir; vino a llevar sobre sí mismo todo el dolor, sufrimiento y las consecuencias de nuestra desobediencia.
JESÚS ACEPTÓ ESTA CAUSA CON OBEDIENCIA Y AMOR SIN RESISTIRSE.
En Mateo 27.11-14, se nos relata cuando Jesús fue llevado ante las autoridades y acusado injustamente, la Biblia dice que «No respondió ni una sola acusación». En su conversación con Pilato, al ser cuestionado sobre su identidad como «rey de los judíos», Jesús respondió: «Tú lo dices».
Y aunque las preguntas de Pilato tenían la intención de que Jesús se defendiera o respondiera, Jesús no lo hizo, mostrando una obediencia que fue más allá de cualquier instinto de supervivencia.
En contraste con la actitud de Jesús, en Marcos 8.31-36 vemos a Pedro intentando tomar el control de la situación cuando Jesús menciona su sufrimiento.
Pedro, movido por su instinto de supervivencia, intenta hacer que Jesús cambie de opinión. Quiere protegerlo del dolor, buscando manejar la situación según su propio entendimiento, sin comprender el plan de Dios.
NUESTRO INSTINTO DE SUPERVIVENCIA SE PUEDE CONVERTIR EN UN PROBLEMA, EN UN TROPIEZO PARA OTROS.
Y es ahí donde nos encontramos con una de las respuestas más duras de Jesús que la Biblia describe. Mateo 16.23 dice: «Jesús se volvió y le dijo a Pedro: —¡Aléjate de mí, Satanás! Quieres hacerme tropezar; no piensas en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.»
Y esta actitud es similar en nosotros queremos ganar siempre, cumplir nuestros sueños sin pensar en los demás, y esto nos lleva a ser un problema delante de los demás, nos vuelve egoístas.
PORQUE NO PENSAMOS EN LAS COSAS DE DIOS, PENSAMOS EN LAS DE LOS HOMBRES.
Pero Jesús viene a cambiar ese concepto. Y nos dice en Mateo 8.35-36 «El que quiera salvar su vida; la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa y por el evangelio le salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si pierde la vida?»
Nuestro deseo de querer ganar y alcanzar nuestros propios objetivos muchas veces nos lleva a pensar que estamos por encima de los demás, luchando por lo nuestro, por nuestra vida, sin importar los tropiezos que podamos poner en el camino de otros.
Repetimos así los mismos errores que Pedro, permitiendo que el instinto de supervivencia domine nuestras acciones, llevándonos a actuar de manera egoísta y a luchar por salvarnos a nosotros mismos.
PERO LA REALIDAD ES QUE NO PODEMOS SALVAR A NADIE, Y MUCHO MENOS A NOSOTROS MISMOS.
Romanos 5.6-8 lo expresa de manera clara: «A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo murió por los impíos. Difícilmente habrá quien muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morir por una persona buena. Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros».
AL TRATAR DE SALVARNOS POR NUESTROS PROPIOS MEDIOS, EN REALIDAD TERMINAMOS PERDIENDONOS.
Nos alejamos de Dios, caemos en una vida sin sentido, convertidos en esclavos de pecados y atrapados en todo tipo de mal y dolor.
Pero Dios, en lugar de dejarnos en esa condición, mostró su amor de una manera que sobrepasa nuestro entendimiento: envió a Jesús para morir por nosotros, aun cuando estábamos lejos, aun cuando estábamos perdidos.
SU AMOR NO SON SOLO PALABRAS, SINO QUE LO DEMUESTRA A TRAVÉS DE JESÚS.
Pero nosotros seguimos luchando por nuestro bienestar y nuestras metas. Una lucha, centrada solo en nosotros mismos, que nos lleva a la amargura, decepción y frustración. Viviendo siempre en un instinto de supervivencia.
EL INSTINTO DE SUPERVIVENCIA LLEVÓ A JUDAS A TRAICIONAR A JESÚS POR 30 MONEDAS.
Judas solo pensó en el beneficio personal, en lo que a él le convenía, y hemos vivido una vida así. Persiguiendo nuestros anhelos, mientras Jesús, siendo Rey de reyes, vino a servir y a dar su vida.
Mientras luchamos por nuestras metas, Él se entregó por nosotros. Mientras peleamos por nuestros deseos, Él solo pensó en salvarnos.
En Eclesiastés 7.2 leemos que es mejor ir a una casa de duelo, que a una de banquete, porque ahí reflexionamos sobre lo realmente importante, recordamos que ni joyas ni riquezas nos acompañarán al final. Es en esos momentos que vemos la realidad. Que el valor de nuestra vida no está en las posesiones. Llegamos sin nada y nos iremos sin nada; no nos llevaremos ni bienes ni riquezas.
PERO NOS AFERRAMOS TANTO A ESTE MUNDO, CUANDO EN REALIDAD NADA NOS LLEVAREMOS DE ÉL.
Jesús dijo claramente: «Mi reino no es de este mundo.» Porque su enfoque estaba en nuestra vida eterna y por eso nos hace reflexionar en Marcos 8.36 «¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde la vida?»
Nos hemos desgastado en cosas insignificantes, cuando lo verdaderamente valioso es nuestra alma. Nos engañamos al pensar que seguir a Jesús es una pérdida, como creyó el joven rico. Pero, en realidad, solo Jesús puede darnos lo que más necesitamos: libertad, sanidad, restauración y, sobre todo, salvación.
LA CAUSA DE JESÚS ES EL EVANGELIO: QUE OTROS PUEDAN CONOCER LO QUE A VOS Y A MÍ NOS HIZO VERDADERAMENTE LIBRES. Y HOY NOS TOCA HACERLA PROPIA. SU CAUSA AHORA, ES NUESTRA CAUSA.
¿CUÁL ES NUESTRA CAUSA?
Si conoces a Jesús ya no se trata más acerca de vos. Dios quiere usar tu vida para alcanzar a otros, para que más personas puedan conocer su amor a través de ti. Su causa, ahora es nuestra causa. Al hacerlo, no solo reconocemos lo que Jesús ha hecho por nosotros, sino que también estamos cumpliendo con la causa, que Él nos dejó, asegurándonos de que otros puedan experimentar la misma gracia y perdón que nosotros hemos recibido, ayudando a acercar a las personas a Dios.
¿QUÉ ES LO QUE ME MOTIVA O IMPULSA A HACER LAS COSAS?
Nuestra motivación necesita nacer del amor de Dios y del deseo de seguir el ejemplo de Jesús, llevando su evangelio a otros y actuando en beneficio de quienes nos rodean. Este amor nos impulsa a actuar de manera desinteresada, a servir a los demás y a buscar lo mejor para ellos, incluso cuando eso significa sacrificio y tiempo. Nos inspiramos en el sacrificio de Jesús, quien pensó en nuestra salvación y bienestar por encima de su propio sufrimiento. Esta motivación nos ayuda a mantenernos enfocados en lo que realmente importa: amar a Dios y a amar a las personas.
¿EN QUÉ ESTOY INVIRTIENDO MI VIDA?
Si dedicamos nuestras energías a acumular riquezas, alcanzar logros o buscar satisfacciones momentáneas, corremos el riesgo de perder de vista lo que realmente importa. Dios quiere tener una relación genuina con vos y que inviertas tiempo en ella a través de la oración, palabra y la comunión. Esto no solo te beneficiará a ti, sino que también impactará positivamente a quienes te rodean. Dios anhela que seas la mejor versión de ti mismo y que nuestras acciones pueden tener un impacto positivo en la vida de los demás al reflejar el amor de Jesús marcando la diferencia.
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