«Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, hasta en los confines de la tierra.» Hechos 1.8
En cierta ocasión, Jesús habló a los judíos que lo seguían acerca de la libertad que encontramos en Él, y estos reaccionaron de manera negativa, argumentando que no eran esclavos de nada como para necesitar libertad, y es que no estaban comprendiendo con claridad la condición espiritual de sus vidas. (Juan 8.31-36).
De la misma forma, hoy muchos viven esclavos sin darse cuenta; son muchas las cosas que hoy buscan someternos y esclavizarnos, y una de ellas es el dinero. Se vuelve un tema sensible de abordar, justamente tiene un poder particular sobre nuestras vidas.
Hubo una época en la que se creía que la pobreza era sinónimo de espiritualidad. Malinterpretábamos la expresión de Jesús de «Bienaventurados los pobres de espíritu» creyendo que si vivimos en escasez entonces éramos más espirituales, cuando la pobreza de espíritu nos habla de una dependencia de Dios total y no de una condición económica (Mateo 5.3). Pero más tarde, surgió la teología de la prosperidad, donde el mensaje del evangelio se volvió una promesa de que en Dios íbamos a prosperar económicamente. Llevando a muchos a creer que la falta de abundancia económica estaba directamente relacionada con la falta de fe o con el pecado. Estas ideas tan contrapuestas y extremas no han hecho más que alejar a las personas de Dios.
Jesús, entendiendo el poder que el dinero puede llegar a tener sobre nosotros, se tomó el tiempo de enseñarnos acerca de ello, instándonos a que no dediquemos nuestra vida a acumular bienes materiales, porque nada de esto es eterno, sino que se deshace, es pasajero. «Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.» (Mateo 6.19-24). Si nuestro tesoro está en aquello que no puede sostenernos en medio de la dificultad, entonces tarde o temprano nos encontraremos en una oscuridad de la que no podremos salir, porque nuestro enfoque está sobre aquello mismo que nos esclaviza. Sin embargo, si nuestro corazón está puesto en Dios, Él es el único capaz de sostenernos en medio de la crisis. Y no podemos servir a Dios o a las riquezas, no podemos enfocarnos en lo que es verdaderamente valioso si nuestro corazón está en lo pasajero.
Servir significa ponernos «debajo de». Nos habla de un sometimiento bajo algo que ha ganado nuestra atención. Pero lamentablemente «el dinero es un buen siervo y un mal amo».
Muchos podrían preguntarse si el dinero es malo. El problema no es el dinero, sino cuando el corazón pone el dinero como centro y prioridad y convierte las riquezas en lo más importante. El dinero y los recursos son necesarios, pero cuando el corazón pone su confianza en él y reemplaza a Dios, se vuelve nocivo. Porque el dinero es perecedero. (2 Tesalonicenses 3.10 / Proverbios 30.7-9). El verdadero conflicto no está en la riqueza o en la pobreza, sino en un corazón que deja de confiar en Dios. El corazón es frágil y fácilmente nos convertimos en esclavos de las riquezas. Entramos en afán y ansiedad cuando nos encontramos en crisis económica. Si hay preocupación en nuestro corazón es porque no estamos poniendo nuestra confianza en el lugar correcto. (Mateo 6.25-34). DIOS NOS ASEGURA QUE ÉL VA A CUIDAR DE NOSOTROS PORQUE NUESTRA VIDA ES MÁS VALIOSA QUE CUALQUIER COSA. Si estamos viviendo ansiedad y temor por el día de mañana, es porque nuestro corazón está lleno de tinieblas, porque nuestro corazón está puesto en el lugar equivocado.
Además, Jesús nos advierte en Lucas 12 «CUIDADO CON LA AVARICIA». La vida no depende de la abundancia de los bienes, pero nosotros caemos en dependencia del dinero. Hay quienes se desesperan en hacer riquezas por el simple hecho de amontonarlas, viviendo una felicidad condicionada a lo que aún le falta y se vuelve una insatisfacción constante porque siempre va a faltarnos algo. (Eclesiastés 6.1-2). Hay quienes por amor al dinero caen en ganancias deshonestas, están dispuestos a todo con tal de conseguir eso que desean (1 Timoteo 6.3-10). Celebran con orgullo cuando logran ahorrar dinero, aunque eso implique evadir leyes o responsabilidades. Es difícil abordar el tema del dinero en el contexto de la iglesia porque en ese afán de ganar, muchos hasta han usado la religión como medio para enriquecerse, dañando a otros y provocando que las personas se alejen y resientan con Dios.
Dios no tiene problema con las riquezas; el problema lo tenemos nosotros, que dejamos que nuestro corazón sea esclavo de ellas. Necesitamos entender que nada es nuestro; somos administradores de lo que Dios nos da. Ser administradores significa gobernar sobre algo, pero nosotros somos muchas veces gobernados por el dinero, cuando en realidad Dios nos dio autoridad para que sea al revés. Dios sabe la fragilidad de nuestro corazón y cómo luchamos con eso, por eso nos da dirección para que aprendamos a ordenar las prioridades. (Proverbios 3.9-10 ) Hay quienes oran por prosperidad, pero como su corazón no está en el lugar correcto, solo piden más dinero que lo seguirá esclavizando. (Santiago 4.1-4)
Necesitamos entender que todo le pertenece a Dios y de Él vienen todas las cosas (1 Crónicas 29.11). El problema con el dinero no lo tiene Dios sino nosotros, porque cuando conseguimos algo creemos que fue por nuestro propio mérito y descansamos en la fuerza de nuestro trabajo. Pero ante la crisis o la inestabilidad nos acordamos de buscar a Dios. Jesús resalta la ofrenda de la viuda porque le llamó la atención, su expresión en esa ofrenda fue «aunque es todo lo que tengo, creo y en que Dios se ocupa de mí». Como iglesia practicamos las ofrendas y diezmos, no como una imposición o trueque con Dios, sino como reconocimiento de que Él es nuestro proveedor. Y esta práctica es un termómetro que mide nuestro corazón, demuestra dónde está nuestro enfoque y confianza. El diezmo y la ofrenda no hablan de dinero, sino de un corazón que está confiando en Dios. «Pero ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que podamos darte estas ofrendas voluntarias? En verdad, tú eres el dueño de todo, y lo que te hemos dado, de ti lo hemos recibido.» 1 Crónicas 29.14
Dios quiere bendecirnos, y hay promesas de Dios sobre aquellos que dan, pero nuestro corazón tiene que respaldar esa acción. (2 Corintios 9.6-8). El diezmo es dar el diez por ciento de nuestras ganancias, mientras que la ofrenda nos habla de una generosidad sin límites. (Malaquías 3.10-12) Y Dios nos desafía a probarlo en esta área de nuestras vidas. El dar no puede estar ligado a una imposición u obligación, o a un querer cumplir con una regla para torcer el brazo de Dios. Dios no necesita nuestro dinero, nosotros necesitamos su bendición. (Hechos 5.1-11). Muchos se guardan y retienen por temor. Dios no busca nuestro dinero sino nuestro corazón para bendecirnos. Por eso en la iglesia nadie va a obligarnos a dar, sino que somos enseñados a hacerlo para que podamos experimentar la bendición de Dios en nuestras vidas. «El que es generoso prospera; el que reanima será reanimado.» Proverbios 11.25.
Hoy la atención del mundo está sobre aquel que tiene mucho dinero, se considera el poder adquisitivo como sinónimo de felicidad y de poder. PERO DIOS NOS DICE QUE VAMOS A RECIBIR PODER CUANDO SU ESPÍRITU SANTO ESTÉ EN NOSOTROS (Hechos 1.8). Y ese poder es el que tenemos que anhelar, es el que va a marcar la diferencia en nuestras vidas. Sin embargo, nos encontramos poniendo nuestra atención en cosas efímeras. Necesitamos recordar que el poder no está en nuestros recursos, sino en lo que Jesús puso en nosotros (Hechos 3.1-10). Necesitamos volver a poner nuestra mirada en Dios. Y creer que aun cuando nuestros recursos escasean, lo que tenemos para dar es mucho más valioso, porque tenemos el poder del Espíritu Santo para ser sal y luz en medio de la oscuridad. (Mateo 5.13-14) Ese poder no está condicionado a lo que tenemos y no hay nada que pueda limitarlo. Aun atravesando momentos de crisis y escasez, podemos tener plena confianza de que en Dios tenemos todo lo que necesitamos, que su poder nos fortalece para toda situación. Por eso en Él tiene que estar nuestra confianza (Filipenses 4.13).
LOS RECURSOS QUE DIOS PONE EN TUS MANOS NO SON EL FIN DE LA VIDA, UN MEDIO PARA ALGO MUCHO MÁS GRANDE.
Dios quiere prosperarnos, pero no para que esa abundancia se vuelva el centro de nuestro corazón, sino para que usemos todo lo que esté a nuestro alcance para llevar vida a otros y darlo a conocer a Él.
¿ESTOY DEJANDO QUE LO PASAJERO ME ESCLAVICE?
Dios no tiene problemas con el dinero, el problema está cuando dejamos que la ansiedad, la preocupación y el deseo de prosperar nos gobiernen y tomen el control de nosotros. Dios dispone todas las cosas para bendecirnos y que seamos buenos administradores, esa es la verdadera libertad en Jesús.
¿ESTOY CONFIANDO EN EL CUIDADO DE DIOS SOBRE MI VIDA?
Cuando ponemos nuestra esperanza en los recursos pasajeros es porque no estamos confiando en el cuidado de Dios sobre nuestras vidas. Pero esto solo va a traer mayor dolor e insatisfacción. Necesitamos recordar que Dios cuida de nosotros, porque nuestra vida para Él vale más que cualquier cosa.
¿ESTOY SIENDO GENEROSO CON LO QUE DIOS PUSO EN MIS MANOS PARA BENDECIR A OTROS?
Dios quiere bendecirnos, pero no para que nos volvamos esclavos de esa bendición, sino para que usemos todos los recursos que Él puso en nuestras manos para bendecir a otros y llevarlo a conocer a Jesús. Su poder nos da autoridad para administrar cada recurso y superar toda circunstancia.
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