«Tú, mujer estéril, que nunca has dado a luz, ¡grita de alegría! Tú, que nunca tuviste dolores de parto, ¡prorrumpe en canciones y grita con júbilo! Porque más hijos que la casada tendrá la desamparada», dice el Señor. «Ensancha el espacio de tu tienda y despliega las cortinas de tu morada. ¡No te limites! Alarga tus cuerdas y refuerza tus estacas. Porque a derecha y a izquierda te extenderás; tu descendencia desalojará naciones y poblará ciudades desoladas.» Isaías 54.1-3 

 

Hay personas que son por naturaleza ambiciosas, que tienen muy en claro lo que esperan para su futuro y saben como quieren llevar a cabo sus metas y proyectos.

Pero, seamos sinceros, el futuro muchas veces nos genera ansiedad, temor e incertidumbre. Y cómo no nos va a costar proyectarnos si vivimos en un mundo que constantemente nos recuerda lo inseguro e incierto que es el mañana.  

Nos hablan de soñar en grande, de luchar por nuestros sueños, incluso en las iglesias hemos escuchado que Dios quiere cumplir nuestros sueños.

PERO PARA MUCHOS EL PASADO Y EL PRESENTE ES TAN DURO QUE NI SIQUIERA PUEDEN ATREVERSE A SOÑAR.

Estamos continuamente bombardeados con mensajes motivacionales, mentalidad positiva y métodos para alcanzar la felicidad. «Soñá en grande», «Decretalo», nos dicen. 

Pero la realidad es que este tipo de pensamiento muchas veces no hace más que traer frustración. Porque, al final del día, toda la carga, la presión y la expectativa recaen sobre nosotros y nos pone en un lugar de autosuficiencia que nos deja agotados y sin respuestas cuando no alcanzamos lo que esperábamos.

No negamos que el esfuerzo y el trabajo duro traen resultados, pero necesitamos reconocer que hay una parte importante de nuestra vida que no podemos resolver solos. Una parte en la que ni nuestras fuerzas, ni nuestros recursos, ni nuestras capacidades son suficientes.

PORQUE MUCHAS VECES LAS LIMITACIONES, TRABAS Y OBSTÁCULOS ESTÁN EN NUESTRA PROPIA MENTE.

Por eso es que hoy muchos se sienten frustrados e insatisfechos con su presente, porque por sus propias fuerzas han intentado superar obstáculos o situaciones en la vida sin lograr resultados.

Han trabajado duro, pero la realidad les ha golpeado tan fuerte que los hizo pensar: «Eso que estás pensando, no es para vos» o «Esos sueños no están a tu altura».

Y MUCHOS HOY ESTÁN EN LA CONDICIÓN EN LA QUE ISRAEL SE ENCONTRABA.

Israel es el prototipo del plan de Dios para la humanidad, la nación que Él levantó para revelarse al mundo. Sin embargo, debido a su rebeldía, se alejaron tanto de Dios que terminaron en cautiverio. 

Muchos fueron exiliados, otros murieron o fueron llevados a Babilonia, perdiendo su libertad y las bendiciones que habían recibido como consecuencia de sus malas decisiones.

Pero aun en medio de esta difícil situación, Dios se acerca a Israel con su amor y misericordia y a través del profeta Isaías, le recuerda que aún tiene planes de bien para su vida.

En Isaías 54:1-3, Dios habla a través del profeta y le dice a Israel: «Tú, mujer estéril, que nunca has dado a luz, ¡grita de alegría!!» «Tu descendencia desalojará naciones y poblará ciudades desoladas».

Dios compara a Israel con una mujer estéril, y en aquel tiempo, ser estéril no solo implicaba el dolor de no poder ser madre, sino que también traía consigo una fuerte carga social, era ser excluida, vista como alguien menos, un sufrimiento personal, una marca de insignificancia. Y Dios usa esta ilustración para expresar como se sentía Israel, despojados de toda posibilidad de ser feliz, avergonzados y sin esperanza alguna.

Hoy muchas personas se sienten en la misma condición de Israel. Despojadas de esperanza, lamentándose por lo que no han logrado, pensando que ya es tarde para sus sueños, que tendrán que conformarse con lo que tienen porque sus decisiones o la vida las han dejado atrapadas en ese lugar.

Personas que viven luchando con pensamientos de desesperanza, de muerte, sobreviviendo más que viviendo, y batallando por no rendirse. Pero, incluso en medio de esta difícil situación, el amor de Dios sigue presente, y una vez más, Él se lo hace saber a Israel.

Y es importante recordar que las promesas hechas a Israel, son también promesas para todos los que creemos en Dios. Promesas de salvación, de sanidad, de restauración, de esperanza.

LAS PROMESAS DE DIOS VIENEN A ROMPER NUESTRA REALIDAD Y TRANSFORMARLA POR COMPLETO.

Porque Él es un Dios de oportunidades y de planes de bien, que, como escuchamos en los domingos anteriores, busca exaltar nuestras vidas. Él quiere llevarnos a vivir cosas mucho mayores de lo que hasta ahora hubiésemos imaginado.

Dios le está diciendo a la «mujer estéril» que celebre, porque tendría una gran descendencia. En otras palabras, Dios nos está invitando a prepararnos para recibir aquello que nos parecía imposible, inalcanzable e impensable.

Y podemos preguntarnos cuál es la diferencia entre un mensaje positivo y lo que estamos compartiendo ahora. La diferencia está en que podemos decir «Soñá en grande», pero soñar tiene que ver con imaginar algo que nos genera satisfacción y placer, y que es poco probable que suceda. 

Un sueño está siempre condicionado por nuestra visión, nuestra percepción del mundo y la realidad. Pero las promesas de Dios no están condicionadas a nuestra realidad, nuestras limitaciones ni mucho menos a lo que ya hemos conocido. Las promesas de Dios responden únicamente a Su poder, superan nuestras expectativas y cualquier cosa que podamos imaginar.

DEJEMOS DE SOÑAR E IMAGINAR DESDE AFUERA, Y COMENCEMOS A CREER, PORQUE HAY PROMESAS DE DIOS SOBRE NUESTRAS VIDAS QUE SON MÁS GRANDES QUE CUALQUIER COSA QUE PODAMOS IMAGINAR.

«Como palmeras florecen los justos; como cedros del Líbano crecen. Plantados en la casa del Señor, florecen en los atrios de nuestro Dios. Aun en su vejez, darán fruto, siempre estarán saludables y frondosos para proclamar: "El Señor es justo, él es mi roca y en él no hay injusticia".» Salmo 92.12-15

Dios nos ha dado promesas de que nuestras vidas crecerán, florecerán y darán fruto, superando cualquier dificultad. Sin embargo, muchas veces nos sentimos limitados por nuestros pensamientos o la realidad que enfrentamos. 

Nos acercamos a Dios con desconfianza, filtrando Su promesa a través de nuestras propias experiencias y miedos, y cuando los resultados no llegan en el tiempo esperado o cuando las dificultades se presentan, tendemos a dudar y buscar otras soluciones. Y es ahí en medio de la crisis, cuando nuestros pensamientos y emociones se descontrolan, perdiendo la dirección, el enfoque y terminamos dudando del amor de Dios. 

PERO ES NUESTRA DECISIÓN PLANTARNOS EN LAS PROMESAS DE DIOS.

Es posible que hasta acá tal vez muchas cosas no hemos visto, no porque Dios no quisiera bendecirnos, sino porque no hemos permanecido lo suficiente para alcanzarlas.  Caminamos con Dios, y escuchamos lo que Dios tiene, pero en vez de plantarnos en sus promesas para que nuestra vida pueda crecer y tener fruto, seguimos arraigados al pasado con el temor de que lo vivido se repita y no nos damos cuenta de que somos nosotros mismos quienes seguimos trayendo las sombras de nuestro pasado al presente, arraigados a nuestra falta de perdón, a nuestros errores.

Pero para plantarnos en las promesas de Dios, necesitamos echar raíces en Dios es decir, desarraigarnos de todo aquello que está frenando nuestras vidas. Vergüenzas, temores o malas experiencias. 

Salmo 92.12-15 nos habla del crecer como el cedro que es un árbol de crecimiento lento, pero que puede durar hasta 3000 años, y es capaz de resistir los inviernos más fríos. Y es ahí donde necesitamos reflexionar que quizás aún no estamos viendo el fruto, o el resultado esperado, porque hay algo que Dios necesita trabajar en nosotros para que nuestras raíces estén firmes. Así, cuando llegue lo que Él tiene preparado, seremos capaces de sostenerlo.

HOY PODEMOS CREER CON SEGURIDAD, PORQUE SABEMOS QUE LAS PROMESAS DE DIOS NO SON MENSAJES POSITIVOS, SINO QUE SON PALABRA VERDADERA.

Dios cumple su palabra, porque Él no es hombre para mentir, ni hijo de hombre para arrepentirse (Números 23.19) Y las promesas que Él habló sobre nosotros se van a cumplir.  

Hoy, el consejo general frente a la realidad del país es: «No pongas todos los huevos en la misma canasta». Pero con Dios no es así. Por Él vale la pena arriesgarlo todo y entregarse por completo. Teniendo la confianza y la seguridad de que lo que Dios prometió lo va a cumplir y que él es capaz de hacer lo que hoy no vemos. (Hebreos 11.1-3)

SUS PROMESAS NO ESTÁN CONDICIONADAS A NUESTRA REALIDAD, SINO QUE SUS PROMESAS ESTÁN PARA TRANSFORMAR NUESTRA REALIDAD. 

En Juan 15.5-17 Jesús nos asegura que si permanecemos en Él, nuestras vidas darán fruto; es decir, darán resultados. Y Dios no es un ser mezquino, Él no escatimó nada. Dio a Jesús, lo mejor que tenía, para demostrarnos su amor y para ofrecernos salvación y esperanza.

Pero para experimentar todo lo que Dios tiene para nosotros, es necesario que tomemos una decisión firme, que nos plantemos en Él, en sus promesas, y permanezcamos en ellas.

PLANTARNOS HABLA DE ECHAR RAÍCES, Y CUANDO ECHAMOS RAÍCES ESTAMOS DECIDIENDO PERMANECER EN UN LUGAR.  

No hay mejor lugar para echar raíces que en las manos de un Dios que nos ama y desea que nuestra vida crezca, aquel que tiene planes de bien para nuestra vida, un futuro lleno de paz y esperanza.

En Isaías 54:1-3, además de lo que ya se mencionó, Dios le dice a Israel: «Alarga tus cuerdas y refuerza tus estacas...». Este es un recordatorio de que necesitamos estar firmes en Él. Es por eso que es momento de dejar de buscar en otros lugares lo que solo Dios puede ofrecernos. 

ES TIEMPO DE PLANTARNOS Y ARRAIGARNOS EN DIOS.

Y para lograrlo, aunque la realidad nos traiga temor y venga la crisis Dios nos ha dado herramientas para mantenernos firmes:

Una de ella es la oración. Como iglesia, hacemos énfasis en ella, especialmente en enero y agosto, para recordar que la oración es nuestra primera opción, y no nuestro último recurso. Porque a través de ella nos permite conectar con Dios, expresar nuestras preocupaciones y recordar que Él tiene el control y es soberano, incluso en medio de la crisis. Por eso siempre decimos «primero orá».

Otra herramienta que tenemos es la Palabra de Dios. Es importante leerla, tomarnos el tiempo de conocer su palabra, porque en tiempos de crisis el Espíritu Santo nos recuerda pasajes que alguna vez leímos, y esa palabra nos sostiene. Aunque podamos sentir que vamos a caer, la palabra de Dios nos da fortaleza y nos mantiene firmes.

Por último, pero no menos importante, Dios nos dejó la iglesia para que podamos permanecer firmes y plantados en sus promesas y en nuestra fe. Como iglesia, creemos en la importancia de conectar, de tener relaciones saludables y de contar con alguien en quien apoyarnos. 

Por eso, somos una iglesia de grupos de conexión, y que cuando nuestros pensamientos nos aíslan y las mentiras invaden nuestro corazón, la iglesia está ahí para abrazarnos, orar por nosotros y ayudarnos a permanecer plantados en lo que Dios ha prometido, para que podamos disfrutar de todo lo que Él tiene para nuestras vidas y encontrar libertad. 

Nuestra mente necesita ser transformada para vernos como Dios nos ve, no bajo la sombra de nuestros fracasos, sino bajo la luz de las promesas de Dios, para descubrir que su voluntad es buena, agradable y perfecta. 

Dios nos dice que no nos limitemos, que ampliemos nuestra mente y fortalezcamos nuestros pensamientos en Su Palabra, en lo que Él dice. Y que así podremos experimentar Su poder. 

Dios nos llama a no aferrarnos más lo que nos limita, porque lo que tiene para nosotros no solo será una bendición para nuestra vida, sino para los demás. Él quiere levantarnos como un testimonio de Su poder, mostrando que lo que Él ha hecho en nuestra vida, también puede hacerlo en la vida de otros y que en lo que consideramos nuestra mayor debilidad, es donde Él quiere exaltarnos y usarnos.

«Al que puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir, por el poder que obra eficazmente en nosotros, ¡a él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos! Amén.» Efesios 3:20-21 NVI

 

 



¿CREO EN LAS PROMESAS DE DIOS PARA MI VIDA O ME LIMITO A MI REALIDAD? 
Es fácil que nuestra realidad nos haga dudar de las promesas de Dios. A veces, nuestras circunstancias, pensamientos y miedos nos hacen vernos limitados y pensar que lo que Dios ha prometido está fuera de nuestro alcance. Pero Dios no está condicionado por nuestra realidad, Él no está limitado por lo que vemos o lo que vivimos. Sus promesas responden a Su poder, que es mucho mayor que cualquier limitación humana. Dios nos llama a no limitarnos, sino a confiar en Sus promesas, a mantenernos firmes en lo que Él ha dicho, porque Él es fiel para cumplir Su palabra.

¿ESTOY PERMANECIENDO FIRME EN DIOS?
Dios nos ha dado herramientas para mantenernos firmes en cualquier circunstancia. La oración es una de ellas que nos permite conectar con Él, expresar nuestras preocupaciones y recordarnos que Él tiene el control, incluso en tiempos difíciles. También está su palabra que al leerla, especialmente en momentos de crisis, el Espíritu Santo nos recuerda pasajes que nos sostienen y nos dan fortaleza para seguir adelante. Finalmente, Dios nos dejó la comunión con otros a través de la iglesia y de los grupos de conexión. Juntos podemos encontrar apoyo, cultivar relaciones saludables y recibir la ayuda necesaria para permanecer firmes en sus promesas y en nuestra fe.

¿ESTOY CREYENDO QUE DIOS TIENE ALGO GRANDE O ME ESTOY CONFORMANDO?
Dios nos desafía a no limitarnos. Si hasta acá no creíamos en lo que Dios tiene es tiempo de creer y si habíamos creído según nuestra visión, es tiempo de pedirle a Dios que abra nuestros ojos para que nada nos limite. Dios quiere bendecirnos en esas áreas que más limitados nos sentimos, porque así otros van a comprobar que el poder de Dios es real. El propósito de Dios con nosotros no muere en nosotros, sino que nos trasciende para bendecir a otros.

 

¡CREÉ EN GRANDE!