«¿No saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero solo uno obtiene el premio? Corran, pues, de tal modo que lo obtengan. Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener una corona que se echa a perder; nosotros, en cambio, por una que dura para siempre. Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire. Más bien, golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea que después de haber predicado a otros, yo mismo quede descalificado.» 1 Corintios 9:24-27
Desde el inicio de la humanidad, el ser humano ha encontrado maneras de justificar su falta de acción y sin querer nos hemos perfeccionado el arte de dar excusas para evitar responsabilidades, escudándonos en nuestras limitaciones, temores e inseguridades.
En lugar de enfrentar desafíos con determinación, muchas veces preferimos quedarnos en nuestra zona de confort, creyendo que no tenemos lo necesario para avanzar. Y en la Biblia encontramos innumerables ejemplos de personas que intentaron justificar su inacción con excusas: Adán culpó a Eva, Moisés dijo que no sabía hablar, los espías vieron gigantes, Gedeón se consideró el más débil. Sin embargo, Dios no se detuvo ante sus excusas, sino que los desafió a confiar en Él y actuar.
Pero mayormente las excusas son un mecanismo de defensa que nos mantiene en nuestra zona de confort. Nos hacen creer que no tenemos lo necesario, que nuestras circunstancias nos limitan, que el momento no es el adecuado.
Y nos hemos acostumbrado a culpar a otros o a las circunstancias en lugar de asumir el control de nuestras vidas y sin darnos cuenta, adoptamos una mentalidad de víctima creyendo que los resultados dependen únicamente de factores externos y circunstancias que nos han tocado vivir.
LA DIFERENCIA ENTRE LOS QUE LOGRAN COSAS Y LOS QUE NO, NO ES LA SUERTE, SINO LA ACCIÓN SIN EXCUSAS.
Pero nos quedamos en el «si tuviera…», poniendo nuestros planes condicionados en lo que no tenemos. Cuando no se trata de lo que nos falta, sino de qué hacemos con lo que sí tenemos.
Y TODOS TENEMOS ALGO, TODOS HEMOS RECIBIDO ALGO.
La mentira es hacernos creer que no tenemos nada, comparándonos con otros y buscando excusas, limitando lo que Dios tiene para nuestras vidas. Pero si queremos ver resultados, necesitamos adoptar una actitud de acción, no de excusas.
En Mateo 25.14-30, Jesús nos relata una parábola sobre el Reino de los Cielos, donde un hombre, al irse de viaje, confía sus bienes a tres siervos según su capacidad. A cada uno le otorga una cantidad diferente de talentos, que en la cultura de la época representaban grandes sumas de dinero. Cuando el señor regresa, pide cuentas a sus siervos.
El primer siervo, que recibió cinco mil monedas, invierte lo que se le dio y obtiene otros cinco mil más. El segundo, que recibió dos mil, también invierte y obtiene otros dos mil… Ambos siervos fueron elogiados por su fidelidad y esfuerzo. Su señor les dice: «Bien hecho, buen siervo y fiel. Has sido fiel en lo poco, te pondré a cargo de mucho. Ven a compartir la alegría de tu señor»
Sin embargo, el tercer siervo, que recibió un solo talento, actúa de manera diferente. Al momento de rendir cuentas, presenta una excusa bien pensada. Prepara un discurso para justificar su inacción, algo que a veces también hacemos nosotros: preparamos excusas para evitar nuestras responsabilidades.
Este siervo comienza a justificarse diciendo que su señor era un hombre exigente. «Tuve miedo» dice, «y fui a esconder tu dinero en la tierra.»
El temor lo llevó a tomar el control de sus acciones, lo que lo llevó a esconder lo que tenía bajo tierra y podemos pensar que, al menos, no lo perdió ni lo descuidó. Sin embargo, lo que necesitamos entender es que la tarea no era solo cuidarlo, sino hacer que lo recibido diera un mayor resultado.
Todos hemos recibido algo conforme a nuestra capacidad, pero nos limitamos por temor, inseguridad, vergüenza e incluso comparación, colocando excusas y nos limitamos a no provocar resultados.
Al ver cómo actuó este siervo, en otra versión leemos una respuesta aún más contundente de su señor: «¡Esa es una forma terrible de vivir! ¡Es un crimen vivir con tanta cautela! Si sabías que yo buscaba lo mejor, ¿por qué hiciste menos que lo mínimo? Lo mínimo que podías haber hecho era invertir la suma en los banqueros, donde al menos yo hubiera obtenido un pequeño interés.» (Mateo 25.26-27 TM)
Lo mínimo que este siervo pudo haber hecho era llevarlo al banco, negociar y asumir algún riesgo. Pero este siervo había decidido excusarse bajo la cautela que no es más que «Cuidado y reserva de una persona al hablar o actuar para prevenir un daño o un peligro, o sigilo con el que procede para evitar que sea advertida su presencia.»
Y la cautela en sí no es mala, pero se vuelve un problema cuando es desmedida al punto de impedirnos actuar por miedo. En toda negociación existe la posibilidad de perder, pero cuando el temor se vuelve más grande que la confianza en un mejor resultado, terminamos paralizados.
VIVIR CON MIEDO NOS CONDICIONA Y NOS IMPIDE RECONOCER LO QUE REALMENTE TENEMOS EN NUESTRAS MANOS.
Cada uno de nosotros ha recibido algo conforme a su capacidad, pero el peligro está en ser tan cuidadosos que terminemos sin hacer nada. Dios no nos da dones y oportunidades para que los enterremos, sino para que los pongamos en acción y los hagamos crecer.
EL MIEDO NOS IMPIDE COMPRENDER QUE LO QUE DIOS NOS HA DADO ES PARA HACERLO CRECER.
En lugar de avanzar con fe, optamos por lo seguro: nos escondemos, evitamos el desafío y caemos en la pereza. Proverbios 6.4-11 nos advierte sobre esto: «No permitas que se duerman tus ojos; no dejes que tus párpados se cierren. Líbrate, como se libra del cazador la gacela, como se libra de la trampa el ave. ¡Anda, perezoso, fíjate en la hormiga! ¡Fíjate en lo que hace y adquiere sabiduría! No tiene quien la mande ni quien la vigile ni gobierne; con todo, en el verano almacena provisiones y durante la cosecha recoge alimentos. Perezoso, ¿cuánto tiempo más seguirás acostado? ¿Cuándo despertarás de tu sueño? Un corto sueño, una breve siesta, un pequeño descanso, cruzado de brazos… ¡y te asaltará la pobreza como un bandido, y la escasez como un hombre armado!»
Dios nos ha dado recursos, dones, talentos y oportunidades, pero es nuestra responsabilidad hacerlos crecer.
La parábola de Mateo 25.14-30 nos muestra cómo es el Reino de Dios. Un señor se fue de viaje y dejó algo en manos de cada siervo según su capacidad, no para que lo guarden, sino para que lo arriesguen, lo negocien, lo trabajen y lo multipliquen.
Sin embargo, muchas veces hemos sido engañados creyendo que no hemos recibido nada, y eso nos limita. Nos comparamos con otros, menospreciamos lo que tenemos y terminamos sin hacer nada, o peor aún, creyendo que no es suficiente.
Pero olvidamos lo más importante: hubo un señor que confió en nosotros y puso algo en nuestras manos con un propósito.
ÉL CONFIO, PORQUE NADIE ENTREGA ALGO VALIOSO A QUIEN NO CONSIDERA CAPAZ DE ADMINISTRARLO.
Si Dios ha puesto algo en nuestras manos, es porque Él sabe que podemos hacer que eso crezca. No hay nada que pueda impedir que su propósito se cumpla si confiamos en lo que nos ha dado y lo hacemos crecer, y si no lo hacemos, no es porque no podamos, sino porque estamos poniendo excusas. No podemos conformarnos con solo participar. No estamos llamados a perder, a correr sin rumbo como quien no tiene dirección, ni a dar golpes al aire como quien no obtiene resultados.
DIOS NOS LLAMA A QUE SAQUEMOS PROVECHO DE LO QUE HEMOS RECIBIDO.
Por eso, por eso como dice Mateo 25.29, a unos les dará más y tendrán abundancia. Pero a quienes no hacen nada con lo que tienen, se les quitará aún lo poco que tienen.
El resultado de nuestras vidas está en lo que hagamos con lo que se nos ha dado.
Dios no quiere que perdamos lo que nos ha confiado. Es momento de actuar, despertar a la acción, dejar de poner excusas y aprovechar todo lo que Él nos ha entregado, porque al hacerlo, Él nos llevará a experimentar aún más de lo que ya tenemos.
YA NO HAY EXCUSAS PARA VIVIR SIN RESULTADOS.
¿ESTOY RECONOCIENDO LO QUE DIOS HA PUESTO EN MIS MANOS?
Dios nos ha confiado algo en nuestras manos, y muchas veces no lo reconocemos. Puede ser un talento, una habilidad, o incluso recursos materiales. No debemos caer en la trampa de compararnos con otros y pensar que lo que tenemos no es suficiente. Reconocer lo que tenemos es el primer paso para entender que lo que Dios nos ha entregado tiene un propósito y un valor.
¿QUÉ ESTOY HACIENDO CON LO QUE DIOS ME HA CONFIADO?
Si no estamos utilizando lo que Dios nos ha dado, probablemente estemos poniendo excusas. No basta con esperar, necesitamos actuar. El siervo que escondió el talento no hizo nada con lo que recibió, y eso fue lo que lo llevó a la condena. Si no estamos multiplicando lo que se nos ha entregado, es porque no estamos invirtiendo el tiempo y esfuerzo necesarios. La acción es clave para ver resultados y aprovechar todo lo que se nos ha confiado, ya basta de excusas.
¿CÓMO PUEDO MULTIPLICAR LO QUE DIOS HA PUESTO EN MÍ?
Para multiplicar lo que Dios nos ha dado, tenemos que entender que lo que Él ha puesto en nuestras manos no se limita solo a bienes materiales, sino también a los dones, talentos y habilidades que cada uno posee. Todo lo que recibimos de Dios tiene un propósito: no solo para nuestro beneficio personal, sino también para bendecir a los demás. Usar lo que Dios nos ha dado para servir, para ayudar y para compartir con los demás es la manera de hacer crecer lo que Él ha puesto en nosotros. Al hacerlo, no solo vemos frutos en nuestra vida, sino que también somos instrumentos para expandir su reino y tocar la vida de quienes nos rodean.