«Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios para que él los exalte a su debido tiempo.» 1 Pedro 5.6-11

Nadie disfruta pasar vergüenza; es en ese momento en el que sentimos que nuestra dignidad y valor se ven golpeados. Es esa situación incómoda, donde quedamos expuestos frente a la mirada y el juicio de los demás. 

El significado de la palabra vergüenza es «Sentimiento de pérdida de dignidad causado por una falta cometida o por una humillación o insulto recibidos. Un sentimiento de incomodidad producido por el temor a hacer el ridículo ante alguien, o a que alguien lo haga.»

Todos anhelamos sentirnos bien recibidos y amados. Y la vergüenza no es algo que disfrutemos, mucho menos que celebremos. Es ese instante en el que nos enfrentamos a nuestra insuficiencia, a nuestras fallas y errores.

De pronto, cuando hacemos o decimos algo que no cumple con las expectativas de quienes nos observan, sentimos la vergüenza de quedar expuestos 

Y LO NATURAL ES INTENTAR TAPAR O ESCONDER AQUELLO QUE NOS AVERGÜENZA, PORQUE PREFERIMOS QUE NADIE LO DESCUBRA.

Momentos en los que deseamos no haber estado ahí, o que lo sucedido simplemente no hubiera pasado. Sin embargo, esas situaciones de vergüenza generalmente no pasan desapercibidas, y a veces quedan grabadas, ya sea en la memoria de quienes estaban presentes o incluso en los celulares de todos.

Pero, aun así, a veces nos olvidamos de lo que Jesús nos dijo en Lucas 8.16: No hay nada oculto que no llegue a ser conocido, ni nada escondido que no salga a la luz y se haga público.

Pero nosotros no queremos que las cosas salgan a la luz, y lo primero que hacemos es escondernos. La razón por la que ocultamos las cosas es muy simple: no queremos que otros lo sepan, que se enteren de nuestras fallas o errores.

No queremos que esas situaciones vergonzosas se expongan, porque la vergüenza nos hace enfocarnos en lo malo que creemos que somos o en lo mal que sentimos haber actuado. Y esa vergüenza, lejos de liberarnos, termina alimentando nuestra culpa.

NO HEMOS DEJADO DE JUGAR DESDE EL PRINCIPIO DE LA HUMANIDAD. 

Todos hemos jugado a las escondidas alguna vez. Lo peor era ser encontrado primero. No solo nos daba vergüenza porque nuestro escondite había sido un desastre, sino porque sabíamos que habíamos perdido y en donde el mejor de todos era aquel que nadie lograba encontrar, el que se escondía tan bien que al final tenían que decir: «¡Dale, salí, que ya se terminó el juego!»

Pero, finalmente, era solo un juego. Un juego que, sin embargo, en la vida real, no hemos dejado de jugar desde el mismo Génesis.

Génesis 3.6-12 nos habla de cómo Adán y Eva, al pecar, sintieron vergüenza y se escondieron y hoy hay muchos que piensan que pueden librarse de la vergüenza o del dolor escondiéndose, pero en realidad, lo único que logran es que ese dolor empiece a hacerles daño por dentro.
Y pensar que Dios nos ve, para muchos, solo aumenta el dolor y la vergüenza, porque, después de ser descubiertos, no solo sentimos esa vergüenza, sino que las personas a nuestro alrededor se encargan de hacerla aún más grande. 

Vivimos en una sociedad agresiva y violenta, donde hay quienes se burlan de nosotros y nos desprecian, sumando más peso a lo que ya estamos viviendo, una sociedad en la que encontramos a personas que tienen la capacidad de crear chistes, apodos y memes, pero lo único que logran es dañar a las personas, haciéndolas sentir que no son valiosas.

Y esto siempre ha sido así. En cierta ocasión, podemos encontrar como en Mateo 13.53-58 nos muestra cómo Jesús enseñaba en su pueblo, pero la gente, aunque veía su sabiduría y los milagros que hacía, no podían dejar de cuestionarlo. Se preguntaban: «¿No es este el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y no están sus hermanos y hermanas entre nosotros?». A pesar de presenciar los milagros, se sorprendían y dudaban de Él.

Jesús les respondió: «En todas partes se honra a un profeta, menos en su tierra y en su propia casa» Y, debido a la falta de fe de la gente, Jesús no pudo hacer muchos milagros en ese lugar

El menosprecio se ha vuelto algo tan común, donde nuestra realidad, pasado o errores, se utilizan como herramientas para destruir a otros, y lo más triste es que no solo tenemos que luchar contra nuestra propia vergüenza, sino también contra aquellas personas que se encargan de saber lo que pensamos y de dañarnos en el camino.

Nos enfrentamos no solo a las críticas de otros, sino también a nuestras propias críticas internas. Y, sumado a eso, tenemos que luchar contra nuestro adversario, el diablo, el acusador (Apocalipsis 12.10), quien solo busca señalarnos nuestros errores y hacernos sentir culpables. Él nos recuerda nuestros errores de manera precisa, poniéndolos en nuestra mente en todo momento, incluso cuando estamos durmiendo, cada fracaso que hemos tenido. Su único objetivo es nuestra vergüenza y nuestra destrucción.

Pero al acercarnos a Dios es diferente, aunque nos sintamos expuestos delante de Él. En Juan 3.16-21, vemos que «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él». La condenación llega cuando preferimos la oscuridad a la luz, porque nuestras obras son malas (Juan 3.19). Aquellos que hacen el mal evitan la luz por miedo a que sus acciones se expongan (Juan 3.20), pero los que practican la verdad se acercan a la luz para que se vea que sus obras están en obediencia a Dios (Juan 3.21). Dios nos invita a acercarnos a Él para ser salvos, no para ser condenados.

A DIFERENCIA DE TODOS AQUELLOS QUE BUSCAN AVERGONZARNOS, DIOS NOS MUESTRA SU AMOR PARA PERDÓN, PARA QUE HAYA ARREPENTIMIENTO.

Dios busca mostrarnos cuánto nos ama para nuestro perdón y arrepentimiento. Sin embargo, muchos siguen escondiéndose, lo que solo provoca dolor y muerte. La Biblia nos dice que Dios pone tristeza en nuestros errores, pero esa tristeza es para arrepentimiento, para salvación, para libertad, para vida (2 Corintios 7.10). En cambio, la tristeza que el mundo provoca produce muerte (Romanos 6.23).

EL PECADO NO ES SOLO AQUELLO QUE NO LE GUSTA A DIOS, SINO QUE TAMBIÉN NOS ALEJA DE ÉL Y DESTRUYE NUESTRAS VIDAS.

El pecado nos va matando lentamente, de manera dolorosa y silenciosa, porque lo mantenemos escondido. En Salmos 32.3-5, el salmista expresa: «Mientras guardé silencio, mis huesos se fueron consumiendo por mi gemir de todo el día. Te confesé mi pecado y no te oculté mi maldad. Me dije: ‘Voy a confesar mis transgresiones al SEÑOR’. Y tú perdonaste la culpa de mi pecado». Cuando mantenemos el pecado oculto, nos consume por dentro, pero al confesarlo, encontramos el perdón y la liberación que Dios nos ofrece.

Mientras vivimos en una sociedad que nos señala y marca nuestros errores, Dios busca algo diferente. Él nos muestra nuestros fallos para que entendamos que, por cada uno de ellos, Él dio Su vida. Al acercarnos a Él, encontramos perdón y restauración. Pero muchos han permitido que sus vergüenzas los condicionen y definan su identidad. 

PERO EL AMOR DE DIOS NO NOS AVERGÜENZA, NI NOS RECHAZA.

Hoy, Dios nos invita a acercarnos a Él. Quiere exaltarnos, levantarnos con honor y restaurar nuestra vida, ofreciéndonos una nueva oportunidad que va más allá de todo lo que hemos vivido.

Cuando Dios viene a nuestra vida, Su amor sana, nos da libertad, nos llena de poder y nos libra de todo lo que hasta aquí solo ha producido dolor y vergüenza.

1 Pedro 5.6-7 «Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios para que él los exalte a su debido tiempo.  Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes.»

Exaltar tiene que ver con alabar a alguien o algo, destacando enormemente sus cualidades o méritos. Es conceder grandeza, honor o un gran valor a esa persona o cosa. 

DIOS SOLO HA BUSCADO MOSTRARNOS LO VALIOSOS QUE SOMOS PARA ÉL.

Un valor que no fue comprado con oro ni plata, sino con Su sangre derramada por nosotros. Y aunque a veces permitimos que la aflicción y el dolor tomen parte de nuestra vida, Jesús, al comenzar Su ministerio, dijo en Lucas 4.18-19, citando Isaías 61.1-3, que Él vino para sanar a los quebrantados de corazón, para dar libertad a los cautivos, y para proclamar el año de la gracia del Señor, trayendo consuelo y esperanza.

DIOS NO NOS DEJA DONDE NOS ENCONTRÓ O DONDE LA VERGÜENZA NOS QUIERE MANTENER.

Él nos invita a acercarnos confiadamente, con seguridad y confianza. Como dice Hebreos 4.16: «Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir la misericordia y encontrar la gracia que nos ayude oportunamente».

Porque nuestra identidad no está definida por nuestros fracasos, sino por en quién hemos creído. Juan 1.12-13 nos dice que Su amor nos hace hijos de Dios, no por voluntad humana ni por esfuerzo propio, sino por el deseo de Él de adoptarnos en Su familia.

La vergüenza nos lleva a estar escondidos, detenidos en nuestras acciones, pero hay un Dios que dice en 1 Pedro 5.6-7 yo te voy a exaltar en el momento correcto. 

Hay un Dios que, en este año, quiere sacarnos de nuestra vergüenza y dolor. Que su verdad rompa todas las mentiras que hemos creído y que nos han limitado. Que podamos ver que Dios nos ama, nos levanta con honra y gloria. 

Hoy nos toca creer, entendiendo que su salvación nos hace justos y libres de toda vergüenza. En Él encontramos el perdón y la libertad que necesitamos para vivir plenamente, sin que nada nos impida avanzar hacia lo que Él tiene preparado para nosotros. Hoy tenemos la oportunidad de vivir lo que Él tiene y darle la buena noticia a otros para que reciban la esperanza que hay en Jesús.

 



¿CÓMO TE ESTÁS VIENDO HOY? 
Nuestra identidad no está definida por nuestros errores, sino por lo que Dios dice de nosotros. Él nos llama sus hijos, nos ve como reyes, sacerdotes, escogidos y amados. Aunque muchas veces nos enfocamos en nuestras fallas o dejamos que los demás nos definan, Dios nos invita a mirarnos con sus ojos: con amor, valor y propósito. En Él encontramos nuestra verdadera identidad, una que no depende de lo que hicimos, sino de lo que Él hizo por nosotros.

¿ESTOY BUSCANDO ESCONDER MIS ERRORES POR VERGÜENZA?
Dios busca mostrarnos cuánto nos ama para nuestro perdón y arrepentimiento. Sin embargo, muchos siguen escondiéndose, lo que solo provoca dolor y muerte. Acercarnos a Dios con un corazón abierto, para ser transformados y recibir su perdón es lo que va a marcar la diferencia en nuestras vidas, para que podamos experimentar lo que Dios tiene. 

¿ESTOY CREYENDO LO QUE DIOS TIENE PARA MÍ?
En Isaías 61.1-3 dice que Jesús vino para sanar a los quebrantados de corazón, para dar libertad a los cautivos, y para proclamar el año de la gracia del Señor, trayendo consuelo y esperanza. Él no solo nos mira con amor y nos da una nueva identidad, sino que nos llena de su Espíritu para que nosotros podamos llevar a otros esta buena noticia.