«Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de todo eso y esmérate en seguir la justicia, la devoción, la fe, el amor, la constancia y la humildad. Pelea la buena batalla de la fe; haz tuya la vida eterna, a la que fuiste llamado y por la cual hiciste aquella admirable declaración de fe delante de muchos testigos.» 1 Timoteo 6.11-12
«Escuchamos, pero no juzgamos» es una de las frases que se ha vuelto tendencia, y rápidamente se viralizó. Esta frase refleja el deseo de muchas personas de poder expresar sus verdades sin temor a ser juzgadas.
Algunos la aplican en sus relaciones, amistades y entornos, buscando mejorar la comunicación, fomentar la aceptación y generar empatía. Sin embargo, este concepto también revela una realidad cultural: queremos ser aceptados sin cuestionamientos.
Anhelamos que nos acepten tal como somos porque vivimos en una sociedad que constantemente juzga, señala los errores y expone para avergonzar. Y esta cultura del juicio ha llevado a muchos a esconder lo que les avergüenza, a callar por temor a lo que otros puedan opinar.
Jesús nos advierte sobre esto en Mateo 7.1-5, enseñándonos que seremos medidos con la misma vara con la que medimos a otros. Nos llama a examinar primero nuestros propios errores antes de señalar los de los demás, porque solo así podremos ayudar con humildad y claridad.
Juzgamos a los demás incluso sin considerar lo que ocurre en nuestras propias vidas. Y parece ser que el humano tiene la tendencia a emitir veredictos y juicios sobre los demás, pero Dios es diferente. Su amor es inmenso, su paciencia infinita y su misericordia inagotable. No nos trata según nuestros errores ni nos paga conforme a nuestras fallas. Él nos perdona, nos restaura y nos ama con un amor eterno, aun sabiendo cuán frágiles somos (Salmos 103.8-18).
Dios no vino a condenarnos, sino a salvarnos. Juan 3.16-17 nos recuerda que Dios nos amó tanto que envió a su Hijo, no para juzgarnos, sino para darnos salvación. Pero nosotros, en lugar de reflejar ese amor, señalamos y criticamos a los demás. Esto ha llevado a muchas personas a cerrarse y no querer mostrarse vulnerables, temiendo el juicio ajeno.
Hemos confundido la espiritualidad con la capacidad de señalar errores, creyéndonos jueces de los demás. Lo triste es que hay quienes no se acercan a la iglesia por miedo a ser juzgados. Muchos tienen una idea equivocada de Dios, creyendo que solo busca castigarlos, cuando en realidad Él es un Dios de amor y misericordia que perdona y restaura.
Pero ser verdaderamente espirituales no se trata de juzgar ni señalar, sino de restaurar con humildad y amor, como nos enseña Gálatas 6:1-10, que «si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud humilde.», recordando que todos somos vulnerables. Dios nos llama a sostenernos unos a otros, a llevar las cargas de los demás, no se trata de condenar, sino de acompañar en el proceso de restauración. Por eso, no debemos cansarnos de hacer el bien, porque a su tiempo cosecharemos si perseveramos.
Pero la realidad es que el miedo al juicio ha llevado a las personas a ocultar sus errores, dolores y fracasos. Fingimos que todo está bien por miedo a lo que dirán, terminando en soledad y cargando con nuestras luchas sin compartirlas.
Sin embargo, callar no resuelve nada; solo intensifica el dolor. El salmista lo describe con crudeza: mientras guardó silencio, su cuerpo se consumía, su fuerza se desvanecía y el peso de su culpa lo abrumaba. Pero cuando confesó su pecado, Dios lo perdonó y lo liberó (Salmos 32.3-5).
EL VERDADERO ESPIRITUAL RESTAURA, AYUDA, ACOMPAÑA Y AMA.
La cultura dice «escuchamos, pero no juzgamos», como si fuera suficiente hablar sin tomar decisiones, pero si queremos ver cambios, hay decisiones que tenemos que tomar y que nadie puede tomar por nosotros.
1 Timoteo 6.11-12 nos habla de tres acciones clave: «huye, sigue y pelea».
Necesitamos ya no quedarnos pasivos frente al mal. Ya basta de tolerar lo que nos destruye, una actitud pasiva solo hará que aumente el dolor, cuando Dios desea que frente que a lo que estamos viviendo hagamos algo Y TOMEMOS UNA ACCIÓN.
La primera acción es «huir». Necesitamos alejarnos de todo lo que nos daña y nos aparta de Dios. Génesis 39:12 nos cuenta la historia de José, quien huyó de la tentación en lugar de quedarse a enfrentarla.
Pero a veces nos creemos tan superiores, que frente a la tentación creemos que podemos resistir, cuando la mejor decisión es salir corriendo de aquello que quiere atraparnos y hacernos caer.
Dios conoce lo que realmente nos conviene, pero muchas veces insistimos en hacer las cosas a nuestro modo. Nos aferramos a nuestras ideas, creyendo que tenemos el control, y terminamos tomando decisiones que nos llevan a malos resultados. Por eso, en Proverbios 3.7 nos advierte que no confiemos solo en nuestro propio criterio, sino que reconozcamos a Dios y nos alejemos de todo lo que nos perjudica.
HOY NOS TOCA OBEDECER Y TOMAR LA ACCIÓN DE ESCAPAR DE TODO LO QUE NOS HACE MAL.
1 Corintios 10.12-14 nos advierte que, aunque pensemos que estamos firmes, debemos estar atentos para no caer. La tentación es parte de la experiencia humana, pero Dios es fiel y nunca permitirá que enfrentemos algo que no podamos soportar. Él siempre nos dará una salida para resistir.
SIEMPRE EN CADA SITUACIÓN, EN CADA TENTACIÓN HAY UNA SALIDA.
Este pasaje también nos dice que huyamos de la tentación, porque la tentación es un impulso a hacer algo que nos atrae, pero cuyo resultado es dañino. No se trata solo de evitar lo malo, sino de tomar la decisión de huir antes de quedar atrapados.
La mejor estrategia no es ver qué tan cerca podemos estar del peligro sin caer, sino huir antes de que sea demasiado tarde, como dice Proverbios 14.12 «Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero que acaban por ser caminos de muerte.»
Pero la palabra nos llama a huir no solo de situaciones, sino también de la idolatría. La idolatría no se trata solo de estatuas o imágenes, sino de cualquier cosa que capture nuestra atención y quiera ocupar el centro de nuestra vida. Puede ser una relación, un objeto, una meta personal o incluso nuestras propias emociones.
Cuando algo se convierte en imprescindible para nuestra felicidad, cuando creemos que no podemos vivir sin eso, terminamos siendo esclavos. Por eso, Dios nos llama a huir de todo aquello que quiere capturar nuestro corazón de manera equivocada.
2 Timoteo 2:22 nos llama a huir de las pasiones que intentan dominar nuestra voluntad y nublar nuestra razón, y huir significa alejarnos rápidamente de lo que nos hace daño antes de que sea demasiado tarde.
HUIR ES RECONOCER QUE HAY COSAS QUE NO NOS CONVIENEN.
En 1 Corintios 6:12 se nos recuerda: «Todo me está permitido», pero no todo me conviene. «Todo me está permitido», pero no dejaré que nada me domine. Hay cosas que intentan controlarnos y moldear nuestra forma de vivir y pensar. Por eso, necesitamos identificar qué nos está dominando y tomar la decisión de alejarnos de todo lo que nos limita.
¡NO SEAMOS PASIVOS!
Si algo nos daña, no podemos tolerarlo ni negociar con ello. Aunque parezca inofensivo o común, necesitamos alejarnos sin mirar atrás, porque dudar puede hacernos caer. Algunas decisiones pueden arruinar nuestro futuro, por eso nuestra acción debe estar en escapar.
Y una forma de escapar es confesar nuestros pecados, la Palabra nos enseña que confesamos no por temor a ser juzgados, sino para alejarnos de aquello que nos limita y nos destruye.
Confesar es para recibir perdón, no para ganar empatía, simpatía ni aceptación. 1 Juan 1.8-10 os recuerda que si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, pero si lo confesamos, Dios es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad.
Al confesar, no buscamos la aprobación de otros, sino ser libres de aquello que nos ata, porque mientras permanezca en lo oculto, seguirá operando y controlando nuestras vidas.
Pero no es suficiente con huir, ni con confesar nuestro pecado. Hay una acción que debe seguir después: «seguir». 1 Timoteo 6:11-12 nos enseña que no se trata solo de alejarnos del mal, sino de seguir a Jesús con dedicación y compromiso.
No basta con escapar de lo que nos destruye; necesitamos avanzar con determinación hacia lo que nos edifica. La vida con Dios no es solo evitar el pecado, sino buscar con intención aquello que nos acerca más a Él.
LA PASIVIDAD NO SOLO NOS MANTIENE EN PELIGRO… SI NO QUE NOS IMPIDE CRECER.
Hebreos 12:1-2 nos llama a correr con los ojos puestos en Él, dejando atrás todo lo que nos detiene. No se trata solo de creer o soltar cargas, sino de una entrega continua, avanzando cada día en su camino.
Seguir a Jesús es una acción continua que requiere esfuerzo y constancia. Filipenses 3:13-14 nos llama a dejar atrás lo viejo y avanzar con determinación hacia la meta, manteniendo nuestro compromiso con Él a lo largo del tiempo.
Dios nos rescató pagando el precio más alto: la sangre de Jesús (1 Pedro 1.18-20). No podemos quedarnos a mitad de camino, ni volver atrás. Ya sabemos cómo era esa vida sin sentido, y regresar solo nos haría peor (2 Pedro 2.20-22). Si conocemos a Jesús, nuestra única opción es seguir adelante, viviendo lo que Él tiene para nosotros y dejando atrás todo lo que nos ataba.
«Pelear» Ya no podemos quedarnos quietos. Nuestra relación con Dios requiere que luchemos para que Él esté siempre presente en nuestra vida. 1 Tesalonicenses 5.14-24 nos llama a animar a otros, hacer el bien, orar sin cesar y mantenernos firmes en la fe. Nuestra tarea es avivar el don de Dios, permitir que el Espíritu Santo tome mayor control y poder sobre nuestras vidas y pelear contra todo lo que nos limita.
PORQUE NO FUIMOS LLAMADOS PARA SER PASIVOS, SINO PARA TENER UNA ACCIÓN FUERTE.
¡HUIR, SEGUIR Y PELEAR!
¿ESTOY SIENDO PASIVO FRENTE A LAS COSAS QUE ME DESTRUYEN?
Muchas veces dejamos que lo que nos daña siga presente en nuestra vida sin hacer nada para detenerlo. Ya sea por miedo, comodidad o por creer que podemos controlarlo, terminamos tolerando lo que nos aleja de Dios. Pero la pasividad solo nos mantiene atrapados. Dios nos llama a huir de lo que nos destruye, a seguirlo con determinación y a pelear la buena batalla de la fe. No podemos quedarnos inmóviles, es tiempo de tomar acción y alejarnos de todo aquello que nos impide avanzar.
¿ESTOY SIGUIENDO A JESÚS PARA AVANZAR HACIA LO QUE ÉL TIENE PARA MÍ?
No es suficiente huir de lo que nos daña. Es clave que seamos intencionales en seguir a Jesús, día a día recordar nuestro compromiso con Él caminando hacia lo que nos edifica, hacia lo que nos acerca más a Dios y sus planes. Está en nosotros la responsabilidad de mantenernos avanzando en el camino que Jesús marco para nosotros.
¿ESTOY PELEANDO POR LO QUE REALMENTE IMPORTA?
Nuestra relación con Dios requiere esfuerzo, y muchas veces nos dejamos llevar por la rutina o el cansancio. Luchamos por muchas cosas en la vida metas, reconocimiento, estabilidad, pero podemos descuidar lo más importante: nuestra fe. Si no peleamos por lo que Dios nos ha dado, el desgaste y la distracción pueden alejarnos de su propósito.
No se trata de pelear con nuestras propias fuerzas, sino de confiar en Dios y perseverar en lo que realmente tiene valor eterno. Pelear la buena batalla de la fe significa insistir, resistir la pasividad y tomar decisiones que nos acerquen más a Él.