«Entonces les contó esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo, pero cuando fue a buscar fruto en ella, no encontró nada. Así que dijo al viñador: “Mira, ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no he encontrado nada. ¡Córtala! ¿Para qué ha de ocupar terreno?”. “Señor —contestó el viñador—, déjela todavía por un año más, para que yo pueda cavar a su alrededor y echarle abono. Tal vez así, más adelante dé fruto; de lo contrario, córtela”». Lucas 13.6-9
Antes de contar la parábola de la higuera plantada en su viñedo, Jesús había escuchado a personas que le contaban sobre tragedias: Pilato había matado a unos galileos mientras ofrecían sacrificios, y una torre había caído sobre dieciocho personas. Muchos sacaban sus propias conclusiones y creían que esas desgracias eran un castigo de Dios (Lucas 13.1-9).
Hoy pasa lo mismo. Cuando vemos inundaciones, incendios o guerras, lo primero que hacemos es dar nuestra opinión, diciendo que es un juicio divino. Somos rápidos para juzgar lo que sucede y también a las personas, e incluso a nosotros mismos.
Hemos dicho o escuchado frases como: «este no cambia más». Y no solo hemos dicho o escuchado esta frase para referirnos a otros, muchas veces hemos pensado esto de nosotros mismos. Hay situaciones que se repiten y no cambian. Y como el dueño de la higuera que no daba frutos, somos rápidos en descartar. Concluimos sin dudar: «¡Córtala! No sirve más», como si no hubiera esperanza de cambio.
Hay una expresión que puede resumir esto «no le pidas peras al olmo», que se usa para decir que algo es imposible o que no se puede esperar algo más de una persona o situación. Aunque tiene algo de cierto, muchas veces esta frase se utiliza para dar por sentado que alguien no cambiará y que no vale la pena esperar algo diferente de esa persona.
SOMOS RÁPIDOS PARA DESCARTAR Y RECHAZAR.
Somos rápidos en dar juicio o una afirmación para descartar y rechazar algo o alguien, e incluso a nosotros mismos. Este impulso nos lleva a pensar que Dios también actúa de la misma manera, como si su decisión sobre nosotros dependiera de nuestras fallas. Pero la Biblia nos dice algo distinto: Él decidió amarnos.
Nuestra realidad, con todo en contra, nos hace creer que estamos descartados, que nuestra situación es irreversible, pero Dios, en su infinita gracia, vio nuestra condición y decidió rescatarnos.
Efesios 2.1-3 nos muestra que estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, pero Dios, en lugar de desecharnos, nos dio vida en Cristo. Nos rescató cuando no había razón para hacerlo, dándonos una nueva oportunidad.
Todos somos pecadores, como nos recuerda Romanos 3.23. A pesar de nuestra condición, Dios no nos descartó. En lugar de cortarnos, nos eligió. Nos hizo reyes y sacerdotes, una nación santa, un pueblo que le pertenece, como dice 1 Pedro 2.9.
Cuando pensamos que no podemos cambiar por nuestra propia cuenta, nos equivocamos al creer que son nuestras fuerzas las que nos cambiarán. Somos creación de Dios, no por lo que hemos hecho, sino por lo que Él ha hecho en nosotros.
Aún siendo imperfectos, Dios nos hizo herederos de una esperanza. En Tito 3.3-8 se nos dice que antes éramos esclavos de nuestras pasiones, pero cuando se manifestó la bondad y el amor de Dios, Él nos salvó, no por nuestras obras, sino por su misericordia.
DIOS DE OPORTUNIDADES.
La misericordia va más allá de sentir pena por alguien; implica tomar acción para aliviar el sufrimiento o dar una oportunidad a quien ha fallado. Y eso es lo que Dios nos da: una oportunidad.
Jesús no vino para condenarnos o para que nos perdiéramos; vino a rescatarnos, a darnos vida y salvación. «Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.» Lucas 19.10
No importa la situación que estemos viviendo, porque Dios no corta y no elimina. Dios siempre da oportunidades. Aun cuando todo parezca ir mal, podemos encontrar esperanza en Su fidelidad, que se renueva cada mañana (Lamentaciones 3.21-24).
Es sorprendente lo fácil que olvidamos lo que Dios ha hecho en nuestras vidas, y ni siquiera pensamos en lo que puede llegar a hacer en la vida de los demás. Olvidamos lo grande que es Su amor. Aunque éramos como esa higuera sin frutos, pero al ver nuestra condición, Dios nos asegura que tiene algo nuevo para nosotros cada día.
Aunque el mundo nos dé por perdidos, Dios nunca nos descarta.
Puede ser que entendamos que Dios nos ama, pero a veces, la impaciencia nos domina. Queremos ver resultados ya, y nos frustramos cuando, con el paso de los años, no vemos lo que esperamos.1
La parábola de Lucas 13.6-9 refleja eso: durante tres años, se buscó frutos en la higuera, pero no apareció nada. Tal vez hoy no estamos viendo los resultados que queremos en nuestras vidas, o tal vez estamos lidiando con personas que tampoco los muestran.
Pero debemos recordar que Dios no ha terminado con nosotros. Él sigue trabajando en nuestras vidas. No nos descarta, sino que nos da un cuidado especial.
Hay una seguridad muy grande en esto: Dios no abandona lo que comenzó. Él continuará su obra en nosotros hasta que esté completamente terminada. Como dice Filipenses 1:6: «Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús.»
Aquel que nos amó a pesar de nuestros errores y entregó su vida por nosotros, no va a abandonar su obra en nuestras vidas. Pero a veces nuestra impaciencia nos gana y olvidamos que la vida es un proceso que lleva tiempo. Esto nos lleva a la intolerancia y a ser duros con nosotros mismos y con los demás.
En Isaías 43.1-2, Dios nos dice: «Tú eres mío», expresando pertenencia, cuidado y protección. Él no nos rechaza ni nos olvida, sino que nos reclama como suyos, con un amor que nos cuida y nos guarda.
DIOS TIENE UN CUIDADO ESPECIAL DE NOSOTROS.
Todos deseamos cambios y resultados, pero el verdadero problema surge cuando no nos dejamos trabajar ni tratar por Dios. Escapamos de su trato y no permitimos que Él limpie y corte las cosas en nuestras vidas que nos impiden ver los resultados y que no nos hacen bien. Todo aquello que nos ha limitado hasta hoy.
Juan 15.1-4 nos recuerda que Jesús es la vid verdadera y que su Padre es el que cuida y trabaja en nuestras vidas. Él corta las ramas que no dan fruto, pero cuida las que sí lo hacen, para que den aún más. Nos asegura que, si permanecemos en Él, seremos transformados y dar buen fruto.
Muchos temen ser limpiados, porque han sufrido maltrato o vergüenza, pero cuando Dios llega a nuestras vidas, Él limpia lo que no sirve, para que podamos avanzar. Por eso, en cualquier momento o situación, incluso en medio de nuestros errores, Dios nunca nos abandona. Él siempre buscará llegar a nuestro corazón, para transformarnos y guiarnos hacia mejores resultados.
Por eso, podemos decir con total confianza: esto no ha terminado. Lo que Dios determinó hacer en nuestra vida no lo va a detener ni frenar. Como nos dice Salmos 138.8, «El Señor cumplirá en mí su propósito. Tu gran amor, Señor, perdura para siempre; ¡no abandones la obra de tus manos!»
La palabra nos dice «no abandones», porque aunque a veces nos escapemos de Él, su amor y su propósito no cambian. Dios sigue trabajando en nosotros, y nada puede detener lo que Él ha comenzado.
Romanos 8.31-39 nos recuerda que, aunque enfrentemos dificultades, nada ni nadie puede separarnos del amor de Dios. Él no vino a cortarnos, sino a cumplir su propósito en nuestras vidas. No hay circunstancias que nos puedan apartar de su amor, ni que impidan que su plan se cumpla en nosotros.
A veces, nuestras frustraciones y la realidad que vivimos nos hacen creer que no podemos, o incluso nos hacen aceptar que las personas no pueden cambiar. Pero la palabra de Dios nos garantiza que Él cumplirá su plan en nosotros.
EL DIOS DE LOS IMPOSIBLES TIENE PODER PARA TRANSFORMARLO TODO.
A veces llegamos a un punto donde nos sentimos sin esperanza, creyendo que nuestra vida será siempre la misma, y nos dejamos estar, conformándonos con nuestra realidad. Aunque hemos escuchado testimonios de personas rescatadas de vidas de muerte, depresión, adicciones y dolor, a veces aún dudamos de que algo pueda cambiar en nosotros.
Pero necesitamos entender que Él tiene el poder para cambiar cualquier vida, cualquier circunstancia, cualquier diagnóstico, cualquier dolor. Porque aquel que todo lo puede nos da la garantía de que no abandonará la obra en nuestras vidas, que no nos dejará ni nos descartará.
Como dice Efesios 3.20 «Al que puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir, por el poder que obra eficazmente en nosotros,»
No son nuestras fuerzas las que van a traer el cambio, sino un corazón que se deja tratar por Dios y no huye de Él. En Juan 15.16, nos recuerda que Él nos escogió, aún con nuestros errores, y nos llama a dar frutos que perduren en el tiempo.
Necesitamos dejar de limitar y frenar a aquel que nos escogió y amó por sobre todo. El fruto habla de resultados que perduran en el tiempo, es la evidencia de una vida transformada.
Colosenses 1.9-14 nos enseña que el poder de Dios quiere obrar en nuestras vidas para provocar resultados. Él desea que crezcamos en el conocimiento de Dios, seamos fortalecidos para mantenernos firmes, y podamos perseverar con constancia. También quiere que disfrutemos con alegría y gratitud todo lo que nos da, y participemos de todo lo que tiene preparado para nosotros.
DIOS NO NOS DESCARTA, ÉL BUSCA MOSTRAR SIEMPRE SU AMOR.
El deseo de Dios es que haya resultados en todas las áreas de nuestra vida. Sin embargo, si no lo permitimos, somos nosotros quienes nos descartamos y nos limitamos.
Necesitamos dejar de limitarnos y permitir que Dios trabaje en nuestras vidas, confiando en que su amor no abandona. Él quiere que experimentemos su amor en cada área de nuestra vida, que descubramos que está a nuestro lado y que su mano nos suelta.
Su misericordia es abundante, y su deseo es tener un CUIDADO ESPECIAL EN NUESTRAS VIDAS.
¿QUÉ CONCEPTO ESTOY TENIENDO DE MI MISMO?
Muchas veces, somos rápidos para descartarnos a nosotros mismos o a los demás. Vemos nuestras fallas y pensamos que ya no hay esperanza de cambio. Nos frustramos por lo que no hemos logrado y creemos que nuestra situación es irreversible. Pero Dios no nos ve así. Aunque nos sintamos sin fruto, Él no nos descarta ni nos da por perdidos. En cambio, nos da cuidado especial y una nueva oportunidad para crecer.
¿LE ESTOY DANDO EL LUGAR A DIOS PARA QUE TRABAJE EN MÍ?
Dios quiere transformar nuestras vidas, pero muchas veces nos resistimos a su proceso. En lugar de permitir que Él nos limpie y corte lo que no nos hace bien, huimos o nos conformamos con nuestra realidad. Sin embargo, cuando nos dejamos tratar por Dios, su amor nos cambia y nos hace dar fruto, resultados que perduran en el tiempo. No es con nuestras fuerzas, sino con su poder en nosotros.
¿QUÉ NECESITO PARA VER RESULTADOS?
Dios no abandona la obra que ha comenzado en nosotros. Aunque no siempre veamos cambios de inmediato, Él sigue trabajando con constancia y paciencia en nuestras vidas. Como nos dice Filipenses 1.6, «El que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús». Para ver resultados, necesitamos tener la seguridad de que Dios no nos descarta ni nos deja atrás, sino que sigue transformándonos en Su tiempo perfecto. A pesar de nuestras imperfecciones y momentos de frustración, podemos estar seguros de que Él no nos abandonará hasta cumplir Su propósito en nosotros.