«Jesús se dirigió entonces a los judíos que habían creído en él, y les dijo: —Si se mantienen fieles a mis palabras, serán realmente mis discípulos; 32 y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres. 33 — Nosotros somos descendientes de Abraham —le contestaron—, y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir que seremos liberados? 34 —Les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado —afirmó Jesús—. 35 Ahora bien, el esclavo no se queda para siempre en la familia; pero el hijo sí se queda en ella para siempre. 36 Así que, si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres.» Juan 8.31-36.
Estos días, escuchando a las personas a mi alrededor, pude darme cuenta de cuánto temor e incertidumbre genera prestar atención a lo que dicen acerca de la realidad que vivimos. Es llamativo ver cómo cada uno percibe la realidad de una manera personal y subjetiva. Sin embargo, si entendemos por “realidad” aquello que su existencia es verdadera, esta debería ser una sola para todos.

Muchas veces hemos dejado que la manera en la que otros ven la realidad condicione nuestra manera de ver las cosas. Pero no podemos permitir que esto suceda sobre todo en un mundo que vive la cultura del engaño y la estafa. Nadie sabe a ciencia cierta que es real y que no. Aun en fechas como estas, los mitos abundan y nadie sabe bien de donde salen ciertas tradiciones y qué tanto tienen que ver ciertas costumbres con el origen de esta celebración. Por ejemplo el no comer carne, los huevos de chocolate, el conejo, etc. Y es importante que podamos descubrir cuál es el verdadero sentido de esta fiesta.

Pascuas, también conocida como la fiesta del pan sin levadura, o en su original en hebreo Pésaj, es una de las tres festividades principales de los judíos. Se celebra con el fin de recordar que así como Dios libertó al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto, estará presente en el futuro. Dios envió a Moisés a interceder ante el faraón para que dejara ir al pueblo de Israel, pero ante la negativa y endurecimiento de este, Dios envía nueve plagas. (Éxodo 12) Estas plagas destruyeron las cosechas, el ganado, dañaron el agua y a los habitantes de aquel lugar, y aun así el faraón permanecía firme en no querer dejarlos libres, entonces Dios envía una décima plaga, la muerte de los primogénitos.

Para que los israelitas puedan salvar a sus primogénitos de la muerte, Dios mandó al pueblo a celebrar y lo que se debía hacer, era tomar un cordero sin defecto por familia, uno por cada casa, para ser sacrificado, debía ser escogido, y con la sangre debían untar el dintel y los dos postes de la puerta de cada casa donde se comía el cordero, y así la muerte pasaría de largo por su casa. Las instrucciones fueron muy precisas, y el clima de la pascua sería de celebración, además debían continuar la tradición con las siguientes generaciones, y cuando sus hijos les pregunten: “¿qué significa para ustedes esta ceremonia?”, les responderán: “este sacrificio es la pascua del señor, que en Egipto pasó de largo por las casas israelitas, hirió de muerte a los egipcios, pero a nuestras familias les salvó la vida”.



Entonces podemos preguntarnos, por qué nosotros celebramos pascuas hoy si no somos judíos. Podemos caer en el error de pensar que esto no tiene nada que ver con nosotros. Lo mismo pensaban los judíos cuando escuchaban a Jesús decir que por medio de él serian verdaderamente libres (Juan 8.31-36). Al cuestionar esto no solo estaban olvidando que habían sido esclavos en su pasado, en su historia como nación, sino que además, estaban ignorando su condición espiritual. Ignoraban que estaban siendo esclavos del pecado. Hoy muchos viven de la misma manera, ignorando que son esclavos. Todos nosotros nos alejamos de Dios y por eso necesitamos un salvador que nos haga libres. Por eso nosotros celebramos las pascuas, porque de la misma forma que Dios liberó a Israel, nosotros necesitamos que él nos haga libres de la esclavitud al pecado. Jesús es ese cordero ofrecido en sacrificio para que nosotros no tengamos que morir (Juan 1.29). Pero a diferencia del cordero que ofrecían cada año los israelitas, Jesús se entregó una vez y para siempre, para que por medio de su muerte tengamos vida y libertad.

Nadie le arrebató la vida a Jesús, sino que se entregó voluntariamente, por amor a cada uno de nosotros (Juan 10.17-18). Necesitábamos que así sea porque no podíamos salvarnos por nosotros mismos, y de esta manera Jesús abrió el camino para que podamos volvernos a Dios (Romanos 5.6-8 / 1 Pedro 3.18). Por eso, Pascuas no es un tiempo de tristeza, sino de celebración, de esperanza, que nos recuerda que Jesús no solo murió por amor, sino que resucitó al tercer día, venciendo la muerte para que por medio de él tengamos vida eterna. Esta es la realidad de la pascua. Una realidad llena de vida, esperanza y oportunidad para nuestras vidas por medio de Jesús.

«Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.» Juan 3.16 



REFLEXIÓN:

¿ESTOY DEJANDO QUE LA MIRADA DE OTROS CONDICIONE MI REALIDAD? Acercarnos a Dios y descubrir lo que él hizo nos lleva a enfrentar la realidad con esperanza y fe.

¿ESTOY RECONOCIENDO QUÉ COSAS ME ESTÁN ESCLAVIZANDO? Muchos viven sus vidas creyendo que nada los esclaviza, pero todos nos hemos alejado de Dios y necesitamos que Jesús pueda darnos verdadera libertad. No podemos salvarnos por nosotros mismos.

¿ESTOY CELEBRANDO LO QUE JESÚS HIZO POR MÍ? No hay tristeza en estas fechas, hay alegría de saber que Dios nos amó de tal manera, que entregó a Jesús para salvarnos. Su muerte nos hizo libres y su resurrección nos dio esperanza y vida eterna.