La vida está llena de urgencias y necesidades que demandan nuestra atención, y terminamos colocando lo que habíamos planeado en espera porque tenemos que resolver otros asuntos. Pero no toda urgencia es prioridad, no toda urgencia es lo más importante. No toda situación que demanda nuestra atención es prioridad. Muchas veces nos damos cuenta de que lo que teníamos pensado hacer lo dejamos para el próximo año, y ya sin querer decidimos correr tras un montón de preocupaciones perdiendo de vista las prioridades. La verdad es que podemos avanzar, ya que toda nuestra vida hemos hecho esto por costumbre. Pero luego nos damos cuenta de que nos falta paz, tranquilidad, entusiasmo, pasión y nos encontramos vacíos con necesidades observando que nos hace falta algo. Es probable que empecemos a cuestionarnos y sentir que Dios no está con nosotros, y la mayoría de las veces es en ese momento que empezamos a buscar a Jesús para que nos rescate de lo que nosotros mismo hemos creado. En este descubrimiento nos damos cuenta de que Dios no está caminando con nosotros y empezamos a desesperarnos.
Es muy fácil caer en rutinas donde comenzamos a hacer las cosas por repetición. Esta manera de vivir nos lleva solamente a actuar sin pensar, sin reflexionar, hacer las cosas de manera automática. La rutina y costumbre no necesariamente es mala, pero puede convertirse en un impedimento si es que te hace perder de vista lo importante. Cuantas más veces repetimos las cosas, llega un momento que lo podemos hacer sin pensar o sin prestar atención, sin darnos cuenta de lo que hacemos aún mientras lo estamos haciendo.
En la Biblia nos encontramos con la historia de José, María y Jesús: «Los padres de Jesús subían todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, fueron allá según era la costumbre. Terminada la fiesta, emprendieron el viaje de regreso, pero el niño Jesús se había quedado en Jerusalén, sin que sus padres se dieran cuenta. Ellos, pensando que él estaba entre el grupo de viajeros, hicieron un día de camino mientras lo buscaban entre los parientes y conocidos. Al no encontrarlo, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al cabo de tres días lo encontraron en el Templo, sentado entre los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían se asombraban de su inteligencia y de sus respuestas. Cuando lo vieron sus padres, se quedaron admirados. —Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? —dijo su madre—. ¡Mira que tu padre y yo te hemos estado buscando angustiados! Él respondió: —¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que tengo que estar ocupado en los asuntos de mi Padre? Pero ellos no entendieron lo que decía. Así que Jesús bajó con sus padres a Nazaret y vivió sujeto a ellos. Y su madre conservaba todas estas cosas en el corazón. Jesús siguió creciendo en sabiduría y estatura, y cada vez más gozaba del favor de Dios y de la gente.» Lucas 2.41-51
José y María se dieron cuenta de que algo les faltaba. Muchas veces nos pasa que emprendemos muchas cosas pensando que Jesús está con nosotros sin darnos cuenta de que Él no camina con nosotros, y esperamos que Jesús se ocupe de todo lo nuestro solo por el hecho de conocerlo. Damos por hecho que por ser creyente o por ir a la iglesia eso es suficiente. Cuando la costumbre toma mayor valor que la razón por la cual lo hacemos, perdemos de vista lo más significante. La costumbre no debe convertirse en lo más importante.
«Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto. Cristo, a quien Dios escogió antes de la creación del mundo, se ha manifestado en estos últimos tiempos en beneficio de ustedes. Por medio de él ustedes creen en Dios, que lo resucitó y glorificó, de modo que su fe y su esperanza están puestas en Dios.» 1 Pedro 1.18-21
Hoy Dios nos invita a caminar con Él. Fuimos rescatados de una vida absurda y sin sentido. Cuando perdemos de vista las prioridades, nuestro corazón se enfoca en el lugar equivocado. No solo de ver a Jesús, sino también dejamos de ver a las personas.
No podemos olvidar que Jesús es el centro de nuestra vida, nuestra prioridad, porque separados de Él nada podemos hacer. Debemos estar enfocados.
Después de todo un día José y María encontraron a Jesús, y esta fue la respuesta de él «Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?» Lucas 2.49 RV196049
Muchas veces queremos forzar a Dios pretendiendo que esté donde nosotros queremos, y el error es que muchas veces corremos a Jesús siendo egoístas. Queremos que Él esté ocupado en nuestros asuntos, pero si realmente querés encontrar a Jesús, Él nos dice «encuéntrame en los asuntos de mi padre».
Mientras no lo hacemos no solo perdemos de vista a Jesús, sino que caemos en la ansiedad. Ese deseo intenso que nos consume por dentro.
Tu vida es mucho más valiosa que todas las urgencias y necesidades. Buscá el reino de Dios y su justicia, ahí vas a encontrarlo. Tenemos que alinearnos con Dios, es nuestro refugio garantizado.
¿CUÁL ES TU PRIORIDAD? Nuestra prioridad va a regir nuestro rumbo. Nuestra prioridad y enfoque debe encontrarse en Jesús, quien le da sentido a nuestra vida todos los días. Nos vamos a encontrar con la rutina y costumbre, pero no permitamos que nuestras urgencias hagan que perdamos de vista nuestra prioridad.
¿EN QUÉ ESTÁS OCUPANDO TU VIDA? Jesús vino al mundo para salvarte. Si no somos salvos, no podemos pretender un futuro. Nuestra vida no debe ser ocupada en miedo, frustraciones y vanidades, ya que si es así, empezaremos a distorsionar lo que Dios quiere para nosotros. Él tiene lo mejor para vos.
¿ESTOY SIENDO AGRADECIDO POR LO QUE HACE DIOS? Dar gracias a Dios es tener presente que Él nos ama. Él quiere transformar nuestra vida, nos va a llevar a vivir todo lo que Él tiene para nosotros. Dios nos quiere rescatar para darnos honor, identidad y juntos poder acercar a las personas a Dios.
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