«El que anda con sabios, sabio será; Mas el que se junta con necios será quebrantado.» Proverbios 13.20

Desde muy pequeños, naturalmente buscamos amigos con quienes compartir la vida. Amigos con los que encontramos coincidencia en gustos e intereses. Las personas con las que nos rodeamos hablan mucho de quienes somos, no solo porque buscamos coincidir, además aquellos con quienes nos relacionamos tienen el poder de influenciarnos, de ahí el dicho popular «DIME CON QUIÉN ANDAS Y TE DIRÉ QUIEN ERES».

Pero a lo largo de la vida vivimos experiencias que hacen que nuestro círculo social y amistoso sea cada vez más limitado. Por un lado, la sociedad en la que estamos inmersos nos arrastran a una vida individualista, donde cada vez hay más medios y tecnología para estar comunicados y conectados, pero al mismo tiempo lo importante termina siendo suplir nuestros propios intereses y deseos, poniéndonos en primer lugar. Pero también es cierto que muchas veces hemos sido defraudados o heridos por personas en las que confiábamos, y estas heridas hicieron que muchos decidan cerrarse a las relaciones, como un mecanismo de defensa. (Salmos 55.6-8) Y hoy no solo lo pensamos o lo creemos, sino que hasta lo afirmamos “mejor solo que mal acompañado”. Muchos sufren las relaciones porque no se sienten correspondidos ni conectados con otros. Lamentablemente, se acostumbran a la soledad, pero aunque es verdad que hay momentos donde se disfruta pasar tiempo solos, nadie nace para vivir en soledad, porque fuimos creados para caminar con otros. LA SOLEDAD NO ES UNA CIRCUNSTANCIA SINO UNA DECISIÓN.

Creemos que caminar con otros nos potencia, porque sabemos que cuando estamos juntos, Dios está en medio nuestro. «…Más valen dos que uno, porque obtienen más fruto de su esfuerzo. Si caen, el uno levanta al otro. ¡Ay del que cae y no tiene quien lo levante! Si dos se acuestan juntos, entrarán en calor; uno solo ¿cómo va a calentarse? Uno solo puede ser vencido, pero dos pueden resistir. ¡La cuerda de tres hilos no se rompe fácilmente!» Eclesiastés 4.7-12

Caminar juntos es estar juntos y compartir vida, y en ese compartir somos bendecidos por Dios (Salmos 133.1-2)

Pero aun sabiendo esto, hay personas que deciden seguir viviendo en soledad. Es entendible que las malas experiencias los hagan elegir esa realidad, tal vez por temor a ser dañados. Pero no podemos dejar que nuestras experiencias pasadas nos impidan disfrutar de la presencia de Dios. Cuando llegamos a la iglesia, el amor desmedido que se nos expresa nos asusta, pero necesitamos entender que nuestra relación con Dios esta depende totalmente de nuestra relación con otros. (Mateo 5.21-26) Nuestra adoración a Dios, nuestro servicio e incluso nuestra ofrenda se ven limitadas cuando no tenemos una buena relación con otros.

Creemos que estar bien con Dios, mantener un hábito de oración y asistencia a la iglesia es suficiente, que nuestra relación con Él nada tiene que ver con mi relación con las personas, pero no es así. TU RELACIÓN CON DIOS ESTÁ TOTALMENTE LIGADA A TU RELACIÓN CON LAS PERSONAS. «Nosotros amamos porque él nos amó primero. Si alguien afirma: «Yo amo a Dios», pero odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto. Y él nos ha dado este mandamiento: el que ama a Dios, ame también a su hermano.» 1 Juan 4.19-21

En este punto muchos entran en conflicto, quieren caminar con Dios, pero no están dispuestos a ceder respecto al caminar con otros, porque quien ha vivido una mala experiencia no quiere repetirla. Y así vamos cerrando nuestro corazón, manteniendo relaciones superficiales sin involucrarnos demasiado. Pero olvidamos que la iglesia no es un edificio, son personas que caminan juntas siendo diferentes, teniendo distinto carácter y personalidad. Porque las diferencias no están para destruirnos, sino para potenciarnos, pero al no poder verlo de este modo dejamos que las diferencias nos afecten y nos destruyan.

En 1 Corintios nos encontramos a Pablo hablándole a una iglesia que estaba en conflicto, los creyentes no solo tenían problemas entre ellos, sino que los llevaban a la justicia. (1 Corintios 6.7-8)

Olvidamos que nuestra lucha no es contra carne ni sangre, no es contra otras personas, sino contra un enemigo espiritual que quiere destruirnos y destruir la iglesia. (Efesios 6.12) Por eso, es mejor soportar la injusticia, pasar por alto las ofensas y cubrir con amor las diferencias. Pero en lugar de eso, nuestra tendencia natural es reclamar justicia, buscar el castigo de aquel que nos lastimó. Hasta usamos pasajes bíblicos para pedirle a Dios que caiga sobre aquel que actuó mal, oramos para que «tenga su merecido». Lo que no nos damos cuenta es que la justicia de Dios es totalmente distinta a la nuestra. (Lucas 9.51-56)

Jesús no vino para perder las almas, Él no vino a castigar ni a condenar. Queremos que los malos paguen. PERO LA JUSTICIA DE DIOS ES PERDÓN Y GRACIA. Así es que, cuando pedimos justicia, lo que estamos pidiendo, es que Dios perdone a esas personas y extiende su gracia sobre ellos. Así como cuando nosotros éramos pecadores y merecíamos ser castigados, Cristo dio su vida por nosotros. (Romanos 5.8)

LA JUSTICIA DE DIOS ES QUE JESÚS FUE ENTREGADO EN LA CRUZ PARA QUE EL CASTIGO SEA SOBRE ÉL Y NO SOBRE NOSOTROS.

Jesús vino para salvar a las personas. Y su perdón hacia nosotros está ligado a la medida en la que nosotros perdonamos a otros. Porque nosotros también fuimos perdonados cuando estábamos muertos en nuestros pecados, su amor nos alcanzó y así su gracia nos capacita para que nosotros también podamos perdonar a otros. (Mateo 6.9-15 / Efesios 4.32)

Hay quienes dicen, yo no puedo perdonar, pero así como la soledad es una decisión, el perdonar también lo es. Al no perdonar quedamos atados al problema, esclavos del enojo y de la falta de perdón, y solo conseguimos que el dolor y el daño sea más y más grande. Aun nuestras oraciones se ven estorbadas cuando nuestras relaciones no están en orden. (1 Pedro 3.7)

La acción de perdonar es soltar al otro y hacerlo libre de su deuda. Cuando vemos el error en otros, por medio de la gracia de Dios, podemos ayudarlo a levantarse y corregir su camino en lugar de juzgarlo y condenarlo. (Mateo 18.15-20/Gálatas 6.1-2) Por eso podemos sufrir el ser defraudados, porque la gracia de dios es suficiente para vivir toda situación y poder sufrirla sin perder la paz.

Si Jesús nos llama amigos a nosotros, aun con nuestros errores y fallas, y nos enseña que el mayor amor es dar la vida por otros, nosotros también podemos amar con ese mismo amor a otros y caminar juntos. Entendiendo que nuestra relación con Dios está directamente ligada a nuestra relación con las personas. (Mateo 22.36-40 / Juan 15.12-15 / 1 Corintios 13.1-7) Como personas tenemos fallas, vamos a equivocarnos y vamos a ser defraudados, pero el amor es perfecto, y no hay vínculo más perfecto que el amor.

 «…Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto.» Colosenses 3.12-14


¿ESTOY DEJANDO QUE LAS MALAS EXPERIENCIAS DEL PASADO ME LLEVEN A CAMINAR SOLO?
La soledad es la decisión de caminar solos. No podemos dejar que lo que otros hicieron nos condicione, no nacimos para estar solos, sino para conectar con otros. Juntos somos mejores. 

¿ESTOY DEJANDO QUE LA FALTA DE PERDÓN ME IMPIDA DISFRUTAR DE LO QUE DIOS TIENE PARA MÍ?
Nuestra relación con Dios está totalmente ligada a nuestra relación con las personas. Cuando caminamos juntos experimentamos a Dios y sus bendiciones. 

¿ESTOY DANDO MI VIDA POR OTROS PARA QUE DESCUBRAN EL AMOR QUE YO ENCONTRÉ EN JESÚS?
Fuimos llamados a amar y dar la vida por otros de la misma manera que Jesús lo hizo por nosotros, aun cuando no lo merecíamos. No está en nuestras fuerzas, la gracia de Cristo es suficiente para perdonar y superar cualquier dolor.

 

¿Te perdiste de algún mensaje? Hacé click para ver todos los mensajes de VIVILO iglesia.