«Pasé por el campo del perezoso, por la viña del falto de juicio. Había espinas por todas partes; la hierba cubría el terreno y el lindero de piedras estaba en ruinas. Guardé en mi corazón lo observado y de lo visto saqué una lección: Un corto sueño, una breve siesta, un pequeño descanso, cruzado de brazos… ¡y te asaltará la pobreza como un bandido, y la escasez como un hombre armado!» Proverbios 24.30-34
«TENGO LA CABEZA EN MIL COSAS» es una frase muy común hoy en día. Vivimos en la era de la multitarea, y tiene sentido que en el querer hacer tanto se nos escapen cosas. Pero muchas veces esta frase es una excusa frente a responsabilidades que estamos evadiendo. Nos justificamos en estar ocupados cuando en verdad hay cosas a las que no queremos prestar atención. Pero esto nos lleva a vivir siendo imprudentes; no medimos las consecuencias que puede traer aquello que estamos descuidando.
Sin embargo, todos queremos ver buenos resultados en nuestras vidas, pero esto no es posible si no somos responsables y cuidadosos con aquellas cosas que son vitales en nuestra vida.
Muchas de las situaciones de las que nos quejamos podrían evitarse si nuestras decisiones se tomarán siendo conscientes de sus efectos y asumiendo nuestra responsabilidad, porque hagamos lo que hagamos nada nos exime de ella.
El hecho de que muchas personas no asuman sus obligaciones puede tener muchos motivos. Hay quienes tienen temor al fracaso, a no poder cumplir las expectativas ajenas, porque no se sienten capaces o a la altura. Otros, por comodidad, no quieren asumir el esfuerzo que implican ciertas decisiones para cumplir con sus deberes. Y muchos, en lugar de asumir su responsabilidad, culpan a otros intentando evadirlas, justificándose por las acciones de los demás. Sin embargo, la palabra de Dios nos dice que hagamos lo que hagamos, independientemente de cuál sea nuestra situación, cada uno carga con su propia responsabilidad. (Gálatas 6.1–10), y no importa cuál sea el motivo que nos lleva a evadirlas, temor, falta de confianza, comodidad, o desconocimiento; no hay excusas.
Si buscamos a Dios, si decidimos ir a la iglesia el domingo, es porque nos hace bien, reconocemos que hay algo que necesitamos allí. Pero incluso buscar a Dios demanda una responsabilidad. Cuando Dios indica a Moisés como debía llevarse a cabo el holocausto, que era el sacrificio que los sacerdotes ofrecían a Dios, le da directivas específicas. (Levítico 6.8-13) El sacerdote era una persona consagrada a Dios que tenía la tarea de oficiar el culto y ofrecer los sacrificios a Dios que se realizaban en el altar. Su responsabilidad era cuidar ese altar todos los días. Hoy por la gracia de Cristo y por su obra en la cruz, ya no dependemos de un sacerdote humano ni de un altar físico. Hoy nosotros fuimos hechos sacerdotes por medio de Jesús y nos ofrecemos como sacrificio vivo. (1 Pedro 2.5 / 1 Pedro 2.9 / Romanos 12.1).
POR ESO HOY, A CADA UNO DE NOSOTROS NOS TOCA LA RESPONSABILIDAD DE MANTENER ENCENDIDO EL FUEGO DE NUESTRO PROPIO ALTAR PERSONAL.
«Por eso te recomiendo que avives la llama del don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos. Pues Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio.» 2 Timoteo 1.6-7
Pablo recomienda a Timoteo que se ocupe de mantener encendido el fuego en su interior. Una recomendación es un consejo con el fin de que quien lo recibe lo ponga en práctica para su propio bien. Nuestra responsabilidad es que el fuego de Dios no se apague nunca, que esté siempre encendido.
Tres veces se menciona en Levítico que el fuego debe permanecer encendido. «Se mantendrá encendido, no deberá apagarse, no deberá apagarse nunca, siempre deberá estar encendido» (Levítico 6.9; 12; 13). Pero para que esto suceda requería una atención constante por parte del sacerdote, que implicaba mover las cenizas y renovar la leña cada mañana. (Levítico 6.11-12) De la misma forma en nuestras vidas, el fuego necesita ser cuidado cada día. No podemos pensar que es suficiente asistir el domingo a la iglesia, sino que necesitamos mantener constantemente y diariamente lo que Dios ha puesto en nosotros.
En varias ocasiones, observamos en los evangelios como Jesús se apartaba de la multitud para tener sus tiempos de búsqueda de Dios, para cuidar su altar personal. (Marcos 1.35)
Un fuego para mantenerse necesita de tres elementos básicos como el combustible, el aire y el calor; sin cualquiera de ellos, el fuego se extingue.
En nuestras vidas, igualmente existen tres elementos básicos que necesitamos para mantener el fuego encendido. La oración, que es hablar con Dios y poder abrirle nuestro corazón, presentarle nuestras necesidades e inquietudes, como también interceder por otros. Muchas veces creemos que no sabemos orar y por eso no lo hacemos, pero como todo hábito y como toda relación necesita ser ejercida y puesta en práctica hasta que fluye de manera natural. LA ORACIÓN ES VITAL PARA MANTENER NUESTRA VIDA ESPIRITUAL. POR ESO, DECIMOS QUE ES NUESTRA PRIMERA OPCIÓN Y NO NUESTRO ÚLTIMO RECURSO. (1 Juan 5.14-15)
El segundo elemento clave es la lectura de la palabra de Dios, La Biblia, que, a diferencia de cualquier otro libro, es inspirada por Dios. LA PALABRA DE DIOS TIENE UN PODER TRANSFORMADOR SOBRE NUESTRAS VIDAS PORQUE ES LO QUE ÉL MISMO ESTÁ DICIENDO. (2 Pedro 1.19 / Juan 6.63 / Juan 6.68 / 2 Timoteo 3.16)
Y el último, pero no menos importante, de estos tres elementos es la comunión. Puedo orar y leer la Biblia, pero si no me congrego, si no estoy en comunión con otros, el fuego se va a apagar tarde o temprano. Pero la comunión no es solo asistir a un lugar, sino ser parte. Ser parte implica participar de las reuniones, grupos de conexión, actividades especiales, y estar realmente conectado con la vida de la iglesia. Incluso participar de los desafíos, es por eso que damos e invertimos nuestros recursos, no solo porque reconocemos que todo es de Dios, sino porque queremos ser parte de la iglesia en la misión de bendecir a otros. Una braza que se aparta del fogón podrá mantener su brillo un tiempo, pero finalmente se apaga.
LA COMUNIÓN ES COMO EL CALOR PARA EL FUEGO, ES LA ENERGÍA NECESARIA PARA INICIAR Y MANTENER LA REACCIÓN DE COMBUSTIÓN. (Salmos 133 / Hechos 2.46-47)
Muchos cometen el error de asistir a la iglesia cuando necesitan, solo en los momentos de desesperación, y al encontrar solución se alejan nuevamente, pero terminan apagándose.
«Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacer algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca.» Hebreos 10.24-25
Es nuestra responsabilidad que el fuego no se apague, pero necesitamos ser intencionales en nuestras acciones, no hacer por hacer. (Hebreos 6.10-12) El fuego alimenta el fuego; por eso, cuando compartimos con otros lo que Dios puso en nosotros, ese fuego crece. De la misma forma que hubo alguien que nos habló de Jesús y encendió este fuego en nosotros, hoy habiendo crecido hablamos con otros para encender sus corazones y que puedan creer en Jesús.
«Les dijo: —Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas noticias a toda criatura.» Marcos 16.15
Muchos hoy caminan buscando soluciones, algo que le dé sentido y razón a sus vidas, nosotros ya lo encontramos y es nuestra responsabilidad compartirlo con otros. (2 Corintios 5.20)
NO QUEREMOS SOLO MANTENER EL FUEGO, QUEREMOS HACERLO CRECER Y ENCENDER LA VIDA DE OTROS.
¿ESTOY SIENDO ASUMIENDO RESPONSABILIDAD SOBRE MI VIDA ESPIRITUAL Y PERSONAL?
Podemos ocuparnos de muchas cosas, pero hay responsabilidades que no podemos evadir. Para ver resultados en nuestra vida, necesitamos ocuparnos de aquellas cosas que son vitales.
¿ESTOY ALIMENTANDO EL FUEGO QUE DIOS ENCENDIÓ EN MI CORAZÓN?
Necesitamos ser intencionales y mantenernos atentos si queremos mantener encendido el fuego de Dios en nosotros. La oración, la lectura de la Biblia, y la comunión con la iglesia son los tres elementos esenciales para que el fuego no se apague.
¿ESTOY ENCENDIENDO LA VIDA DE OTROS CON LO QUE DIOS PUSO EN MÍ?
El fuego de la vida que Dios despertó en nosotros no es solo para que se mantenga sino para que encienda la vida de otros. Muchos buscan a ese Dios de esperanza que nosotros ya tenemos, es nuestra responsabilidad darlo a conocer
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