«Un día subían Pedro y Juan al Templo a las tres de la tarde, que es la hora de la oración. Junto a la puerta llamada Hermosa había un hombre lisiado de nacimiento, al que todos los días dejaban allí para que pidiera limosna a los que entraban en el Templo. Cuando este vio que Pedro y Juan estaban por entrar, les pidió limosna. Pedro, con Juan, mirándolo fijamente, le dijo: —¡Míranos! El hombre fijó en ellos la mirada, esperando recibir algo. —No tengo plata ni oro —declaró Pedro—, pero lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda! Y tomándolo por la mano derecha, lo levantó. Al instante los pies y los tobillos del hombre cobraron fuerza. De un salto se puso en pie y comenzó a caminar. Luego entró con ellos en el Templo con sus propios pies, saltando y alabando a Dios. Cuando todo el pueblo lo vio caminar y alabar a Dios, lo reconocieron como el mismo hombre que acostumbraba a pedir limosna sentado junto a la puerta del Templo llamada Hermosa, entonces se llenaron de admiración y asombro por lo que le había ocurrido.» Hechos 3:1-10 NVI

Vivimos en una era en la que se promueve muchísimo la «conciencia social». Más que nunca, las personas asumen una causa y la defienden no sólo por sostener un derecho o necesidad personal, sino pensando en otros. Hay cientos de ONG, organismos, nuevas carreras y oficios basados en ayudar y acompañar a personas en distintas condiciones a poder vivir una vida más justa y equitativa. Pero por más recursos y herramientas que tengamos, tenemos que saber que la humanidad, aquellos que aún no han conocido a Jesús, caminan con una sentencia de muerte por delante. Y nada de lo que hagamos con métodos y estrategias comunes puede cambiar esa realidad.

Todos pecamos, es decir, todos le dimos la espalda a Dios, por lo que estamos condenados a una muerte segura, a una vida lejos de Dios. (Romanos 3.23) y el único capaz de cambiar esa realidad es Jesús, muchas herramientas y prácticas pueden mejorar el paso de las personas por la tierra, pero nada de eso les trae libertad. Lo que Dios hace en el corazón de las personas es irremplazable.

Cuál habría sido la realidad del paralítico, si Pedro y Juan hubieran tenido una limosna para darle; o si fuéramos nosotros los que nos cruzamos con este hombre, probablemente lo hubiéramos ayudado económicamente, habríamos quedado conforme por tener una buena actitud cristiana con él, pero su realidad no habría cambiado. Una vez que ese dinero se gasta su condición sigue siendo la misma.

Por años la iglesia ha buscado estrategias y formas de involucrarse en la sociedad tratando de estar presente en la necesidad de las personas. Pero han dejado que la presión por responder a problemas sociales y momentáneos desenfoque su mensaje a lo que las personas quieren o esperan escuchar. Como si el mensaje de Jesús ya no fuera suficiente. Lo hemos reemplazado por palabras de autoayuda, soluciones pasajeras y autocompasión, olvidando cuál es la principal tarea de la iglesia. Al mismo Jesús, en cierta ocasión, luego de haber alimentado milagrosamente a más de cinco mil familias con solo algunos panes y peces, intentaron proclamarlo rey. (Juan 6.14) Pero Jesús tenía muy en claro que su reino no era de este mundo, que Él era el mesías prometido por los profetas, pero no para restaurar un gobierno terrenal como los judíos pretendían, sino para restaurar la relación de la humanidad con Dios.

Los milagros que Jesús realizaba eran señales, para que las personas vean y crean que el poder sobrenatural de Dios estaba sobre Él, un poder por encima de cualquier ley natural y estructura humana.  Jesús vino a llevarnos de la muerte a la vida. Por lo tanto, nada puede reemplazar su obra en la cruz y lo que esta significa para cada uno de nosotros.

«—Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed —respondió Jesús—, pero el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna. —Señor —dijo la mujer—, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni siga viniendo aquí a sacarla» Juan 4.13-15

Una ayuda económica no habría cambiado la realidad del paralítico, pero lo que Jesús hizo en él, a través de Pedro y Juan, cambió su historia para siempre. Por eso hemos llegado a Jesús, porque aunque intentamos por todos los medios encontrar algo que satisfaga la necesidad de nuestra alma, no lo conseguimos, nada fue suficiente hasta que llegamos a Jesús.

No es que Dios no esté interesado en responder a nuestras necesidades, no es que Dios pase por alto o se desentienda de nuestro dolor. Lo que necesitamos entender es que esa necesidad que nos lleva a Jesús, nos encuentra con un Dios que hace mucho más que eso, que nos transforma en nuevas criaturas, nos da salvación y vida eterna, nos libra de una vida sin sentido y nos da una nueva identidad. Una vida nueva en la que ya no tenemos que mendigar, esperando que alguien se apiade de nosotros, porque Jesús abrió el camino y hoy tenemos libre acceso al trono de Dios, con todos los beneficios que esto significa. (Efesios 2.4) Nos encontramos con las riquezas que la gracia de Dios deposita en nosotros.

Por esto mismo, la expresión «no tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy». No es una excusa para no involucrarnos con la necesidad del otro. La Biblia nos enseña a cuidar de los necesitados, a amar al prójimo y darnos por otros. Como iglesia y como hijos de Dios tenemos una responsabilidad moral y social indiscutible. Pero lo que no podemos hacer es perder de vista que cada recurso que Dios nos da, cada lugar en el que Dios nos posiciona socialmente, cada talento que Dios pone en nosotros, es una plataforma para poner en alto el nombre de Jesús; para llegar a las personas con el mensaje de salvación y esperanza, porque todo lo que hagamos humanamente es perecedero, pero el mensaje de salvación transforma la vida de las personas para una eternidad con Dios. «Entonces Jesús dijo:—Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; 26 y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?» Juan 11.25-26. 

Por eso, como iglesia tenemos un valor innegociable, JESÚS ES NUESTRO MENSAJE, LAS FORMAS Y LAS ESTRATEGIAS PUEDEN CAMBIAR PERO NUESTRO MENSAJE SEGUIRÁ SIENDO EL MISMO. Porque tenemos en nuestras manos el tesoro de la salvación, la esperanza de que lo que Jesús hizo en nuestras vidas puede hacerlo en otros, y no podemos reemplazar esa verdad con ninguna otra cosa.

NO HAY AYUDA ECONÓMICA, PSICOLÓGICA, NI EMOCIONAL QUE PUEDA SACIAR LA NECESIDAD ESPIRITUAL DE LAS PERSONAS. Y como iglesia necesitamos tenerlo en claro, de lo contrario nuestra identidad y esencia pierden sentido. (Mateo 5.13).


¿ESTOY ENTENDIENDO EL PODER DE LO QUE JESÚS HIZO EN MI VIDA?
Llegamos a Jesús porque nada pudo saciar nuestra necesidad. Hoy disfrutamos del milagro de su gracia, de las riquezas de ser hijos de Dios, nada de eso podríamos haberlo conseguido en otro lugar.

¿ESTOY DANDO A CONOCER LO QUE DIOS PUEDE HACER A OTROS?
Jesús vino a restaurar nuestra relación con Dios y quebrar la sentencia de muerte con la que la humanidad carga. Lo que JESÚS HACE EN UNA PERSONA ES IRREMPLAZABLE, por eso las personas que nos rodean necesitan escuchar EL MENSAJE DE JESÚS.

¿ESTOY YENDO A JESÚS EN MEDIO DE MI NECESIDAD O DESCANSO EN OTROS RECURSOS?
Si llegaste hasta acá es porque nada pudo saciar la necesidad de tu corazón, y en medio de tu situación, Jesús te invita a acercarte a Él, dejar tus cargas y creer en lo que solo Él puede hacer en tu vida. Dios no solo quiere resolver el problema que hoy te atormenta, quiere transformar tu vida y llevarte a impactar la vida de otros con ese mismo amor.

JESÚS TIENE RESPUESTA PARA TU NECESIDAD, ACERCATE A ÉL (MATEO 11.28).

 

 

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