«¿Qué les parece? —continuó Jesús—. Había un hombre que tenía dos hijos. Se dirigió al primero y dijo: “Hijo, ve a trabajar hoy en el viñedo”. “No quiero”, contestó, pero después se arrepintió y fue. Luego, el padre se dirigió al otro hijo y le pidió lo mismo. Este contestó: “Sí, señor”; pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo lo que su padre quería?». —El primero —contestaron ellos. Jesús dijo: —Les aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas van delante de ustedes en el reino de Dios. Porque Juan vino a señalarles el camino de la justicia y no le creyeron, pero los recaudadores de impuestos y las prostitutas sí creyeron en él. Incluso después de ver esto, ustedes no se arrepintieron para creerle.» Mateo 21.28-32

 

 

Vivimos en un mundo que promueve el individualismo, donde cada uno hace lo que quiere sin pensar en nadie más. Donde pensar primero en uno mismo está bien visto. Frases como «te merecés ser feliz» o «nadie te va a cuidar mejor que vos» suenan lindas, pero en el fondo esconden egoísmo.

Nos volvemos expertos en cuidar lo nuestro, aunque eso implique pisar a los que tenemos cerca. Porque cuando ponemos nuestras ganas, deseos y opiniones por encima de todo, lastimamos a otros sin darnos cuenta.

Porque cuando somos niños no lo podemos disimular, porque «todo es mío» y no sabemos compartir, solo pensamos en nosotros. Pero a medida que crecemos, nos vamos perfeccionando, nos hacemos expertos en que no se note, en disimular que seguimos siendo egoístas.

Nos cuesta detectar y aceptar que somos egoístas porque ya pasa a ser algo natural en nosotros. No nos interesa las personas a nuestro alrededor. No solo somos capaces de pisotear a los demás, sino que hasta podemos hacer marcha atrás y volver a pisarlos para que no queden dudas de que no fue un accidente.

Y esto va en aumento. La Palabra dice que vendrán tiempos difíciles, tiempos peligrosos. En 2 Timoteo 3.1-5 dice que en los últimos días la gente va a estar llena de egoísmo y avaricia, jactanciosa, arrogante, ingrata… amadores de sí mismos; más amiga del placer que de Dios. Pero no solo habla de personas egoístas, sino que dice «avaros y mentirosos».

El avaro busca poseer más y más solo por el placer de tener, atesorar y no compartir. El mentiroso finge ser piadoso, muestra compasión, dice que daría la vida por otros, pero al final del día solo quiere lo suyo y no le importa nada más.

En Marcos 8.31-38, Pedro intenta frenar a Jesús cuando Él les anuncia su muerte. Para Pedro, esto no solo fue una sorpresa, sino algo que quería evitar a toda costa. Aparentemente, su reacción podría verse como un acto de protección y valentía, pero en realidad, estaba revelando su propio egoísmo: quería proteger a Jesús pero desde su perspectiva, sin comprender el propósito de la muerte de Cristo.

Jesús le responde: «¡Aléjate de mí, Satanás! Tú no piensas en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.» (Marcos 8.33). Pedro no quería perder a Jesús, pero su enfoque estaba centrado en él mismo. Y a pesar de que Pedro había dicho que daría su vida por Jesús (Juan 13:37), cuando el gallo cantó, lo negó tres veces (Lucas 22.54-62).

Al igual que nos pasa a muchos de nosotros, el miedo lo hizo priorizarse a sí mismo. Marcos 8:34-35 nos dice: «Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa y por el evangelio, la salvará».

Vivimos en un mundo donde muchos de nosotros perdemos nuestra alma al dejarnos arrastrar por el egoísmo. Estamos dispuestos a luchar por nuestros propios intereses, tratando de salvarnos a toda costa, sin darnos cuenta de que ese camino puede llevarnos a la perdición.

EL AMOR NO BUSCA LO SUYO.

En un mundo donde el egoísmo predomina, muchos no entienden lo que es el verdadero amor, ya que lo que han experimentado a lo largo de sus vidas no ha sido amor, sino actos egoístas disfrazados que los han llevado a desconfiar de su verdadero significado. Sin embargo, la Palabra de Dios nos revela que el amor es perfecto.

En 1 Corintios 13.1-10 se nos recuerda que podemos hacer de todo, hablar lenguas, tener fe, ser generosos… pero si no hay amor, no sirve de nada. Porque el amor no es egoísta, no guarda rencor, todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo disculpa.

Es común escuchar a parejas y matrimonios decir o excusarse con la frase «el amor se acabó», pero en realidad, eso no fue amor, sino egoísmo. La Biblia nos enseña que el amor nunca se extingue (1 Corintios 13.8-9).

NADIE PUEDE DAR LO QUE NO TIENE.

En 1 Juan 4:7-11 vemos que el amor verdadero proviene de Dios. Aquellos que aman han nacido de Él y lo conocen, ya que Dios es amor. Él mostró su amor al enviar a su Hijo como sacrificio por nuestros pecados. No se trató de palabras ni sentimientos vacíos, sino de acciones concretas. Porque el amor se demuestra.

Muchos no entienden el amor de Dios porque nunca fueron verdaderamente amados. Pero Dios nos amó con hechos, no solo con palabras. Y ese amor no se escondió. Romanos 5.8 dice: «Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.» Cantares 2:4 agrega: «Sobre mí enarboló su bandera de amor.» Un amor visible, público, real.

Mientras nosotros muchas veces estamos mirando solo nuestros propios intereses, Jesús dio su vida por todos. Y quiere que conozcamos ese amor. Efesios 3.16-19 dice: «Que podamos comprender cuán ancho, largo, alto y profundo es el amor de Cristo.»

PASCUA ES AMOR.

Eso es Pascua: celebramos un amor que se expresó con hechos, que se levantó en una cruz. Jesús, teniendo el poder para salvarse a sí mismo, eligió entregarse. En Juan 12:23-32, vemos su corazón expuesto: «Ahora está angustiada mi alma… ¿acaso voy a decir: “Padre, sálvame de esta hora difícil”? ¡Si precisamente para afrontarla he venido!»

Él pudo haberse negado, pudo haber dicho: «No quiero pasar por este dolor», pero no lo hizo. En Juan 10.18, Jesús deja claro: «Nadie me quita la vida». A veces pensamos que fueron los romanos, Judas, o los líderes religiosos quienes lo llevaron a la cruz, pero la verdad es que Jesús eligió enfrentarla, porque a eso vino.

Lo hizo porque su amor no es egoísta. Su amor es la esencia del amor perfecto: un amor que piensa en el bien del otro, incluso a costa de sí mismo.

EL AMOR NO ES UN SENTIMIENTO, ES UNA DECISIÓN.

En Mateo 21:28-32, Jesús cuenta la historia de dos hijos: uno que al principio dijo que no, pero luego, arrepentido, obedeció, y otro que dijo que sí, pero al final no hizo nada.

Muchas veces esperamos «sentir» amor para actuar, como si todo dependiera de las emociones. Pero el amor no es solo un sentimiento, porque estos son engañosos y cambian; el amor es una decisión, una convicción que se sostiene en hechos concretos.

Marcos 12:33 nos recuerda cuáles son los mandamientos más importantes: «Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo es más importante que todos los sacrificios». Y ahí es donde solemos entrar en crisis, porque amar al prójimo, a quien tenemos al lado, puede ser más difícil de lo que parece. No siempre entendemos cómo hacerlo, o no nos nace naturalmente.

Pero el mandamiento no dice que dejemos de amarnos a nosotros mismos, sino que usemos esa misma medida: amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos, con el mismo cuidado, la misma atención y el mismo valor.

Filipenses 2.4-8 lo deja aún más claro: «No mirando solo por lo nuestro, sino también por los intereses de los demás». Cuando entendemos que Dios nos amó de tal manera, que no se puso a Él en primer lugar, sino que nos puso a nosotros, algo cambia en lo profundo.

Jesús se entregó hasta la muerte, y muerte de cruz, para que no vivamos Pascua como una fecha especial nada más, sino que celebremos cada día, con nuestra vida entera, lo que Él hizo a nuestro favor.

Ese amor perfecto no solo quiere obrar en nuestras vidas, también quiere movilizarnos, sacarnos de la pasividad. Pero muchas veces estamos ahí, esperando sentir algo o entender todo primero... mientras luchamos con situaciones en nuestro corazón y en nuestra mente.

Y nos olvidamos que fuimos rescatados por amor, por su misericordia, no por mérito propio. Aun así, nos seguimos resistiendo a lo que Él quiere hacer en nosotros, como si ese amor que nos salvó no fuera también ese amor que puede transformarnos.

Un amor que no fue egoísta, pero nosotros seguimos aferrados a nuestro egoísmo. Un Dios que se entregó por completo por amor a nosotros, pero seguimos intentando reservar nuestra vida, controlar lo que entregamos.

Un Dios que lo dio todo para que podamos alcanzar salvación y perdón, pero aun creyendo en Él, nuestra fe no siempre se refleja y no es consecuente con nuestras acciones. Vivimos a medias, cuando Él se entregó por completo.

La cruz nos habla de un amor absoluto y de sacrificio. Dios no busca acciones vacías, sino corazones dispuestos a reflejar su amor. A días de celebrar Pascua, recordamos no solo la salvación que recibimos, sino un amor que nos llama a vivir de manera diferente, un amor que nos transforma y nos moviliza a amar a otros como Él nos amó.

Como dice 1 Juan 3:16-18, el amor verdadero se muestra: Jesús entregó su vida por nosotros, y nosotros también debemos estar dispuestos a dar la nuestra por los demás. Si vemos a alguien en necesidad y no actuamos, no podemos decir que el amor de Dios habita en nosotros.

Como iglesia, nuestra misión es acercar a las personas a Dios, y esto solo se logra reflejando Su amor en nuestras acciones. No basta con hablar de amor, necesitamos demostrarlo con hechos.

Que cada uno de nosotros sea un reflejo de ese amor, invitando a otros a conocer a Dios y experimentar lo que Él ha hecho por nosotros.

¡Que todos lo sepan! El mayor acto de amor fue el de Jesús entregándose por nosotros, y ahora nos toca compartir este amor con el mundo.

 

 



¿MIS ACCIONES SON MOVIDAS POR EL EGOÍSMO?

El egoísmo está presente cuando anteponemos nuestro propio interés sobre el bienestar de los demás. La sociedad actual promueve este individualismo, donde el «yo primero» es la norma. Pero Dios nos llama a vivir para los demás, no buscando lo nuestro, sino el bien de otros. Como se ve en Mateo 21:28-32, cuando actuamos con egoísmo no estamos alineados con la voluntad de Dios. El amor de Dios es desinteresado, no egoísta.

 

¿QUÉ BUSCA DIOS EN NUESTRAS VIDAS?

Dios busca corazones rendidos, dispuestos a hacer su voluntad y no la nuestra. Mateo 21:28-32 nos enseña que el arrepentimiento genuino y la obediencia son lo que Dios valora. Nos llama a actuar según su voluntad, sin excusas, y a vivir el amor que Él nos da para compartir con otros. Dios no busca sacrificios vacíos ni palabras sin acción, sino una vida transformada y un corazón dispuesto a seguirle.

 

¿ESTOY COMPARTIENDO EL AMOR DE DIOS CON OTROS?

El amor de Dios no solo se recibe, sino que se comparte. Dios nos amó tanto que entregó a su Hijo para darnos vida eterna (Juan 3:16), y ese amor nos transforma. No basta con sentirlo, debemos vivirlo y demostrarlo a los demás. A veces, un simple acto de amor, una palabra de aliento o estar allí para alguien es suficiente. No subestimes el poder de un acto de amor, porque al compartir el amor de Dios, estamos mostrando quién es Él y lo que ha hecho por nosotros. ¡Que todos lo sepan! Donde estas hoy es el lugar perfecto para compartir sobre Jesús.