«Había entre los fariseos un dirigente de los judíos llamado Nicodemo. Este fue de noche a visitar a Jesús. —Rabí —le dijo—, sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él. —De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios —dijo Jesús. —¿Cómo puede uno nacer de nuevo siendo ya viejo? —preguntó Nicodemo—. ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y volver a nacer? —Yo te aseguro que quien no nazca de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios —respondió Jesús—. (...)» Juan 3.1-15
Nicodemo era un líder religioso muy respetado. Era fariseo, que era un grupo judío conocido por seguir al pie de la letra las reglas y tradiciones. También formaba parte del Sanedrín, el consejo más importante del pueblo judío.
Aunque parecían muy espirituales, muchos fariseos estaban más enfocados en aparentar que en tener una relación sincera con Dios. En Mateo 23, Jesús confronta duramente a los fariseos, denunciando su religiosidad vacía.
Los llama hipócritas: «¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!... ¡Fariseo ciego!» (Mateo 23:25-26). Y para rematar, pronuncia una de sus palabras más fuertes: «¡Serpientes! ¡Camada de víboras! ¿Cómo van a escapar de la condenación del infierno?» (Mateo 23:33).
Esta confrontación tan directa provocó un fuerte rechazo hacia Jesús, al punto de que los fariseos se unieron con otros grupos religiosos y políticos para elaborar el plan que finalmente llevaría a Jesús a la cruz.
LA CURIOSIDAD PUEDE LLEVARNOS A JESÚS.
A pesar de su preparación y tradiciones, algo en Jesús desconcertaba a Nicodemo, despertando su curiosidad. Esa curiosidad, el deseo de saber más, sigue llevando a muchos a buscar a Jesús, atraídos por lo que les resulta llamativo o desconocido.
Sin embargo, la curiosidad por sí sola no basta. Puede acercarnos, pero no garantiza una relación genuina. Muchos están cerca, pero siguen lejos de un encuentro verdadero con Jesús.
NICODEMO SABÍA MUCHO SOBRE DIOS, PERO NO CONOCÍA A DIOS.
Nicodemo veía algo diferente en Jesús y lo reconocía como un maestro enviado por Dios, pero no entendía quién era realmente.
Muchos hoy siguen tradiciones religiosas como el bautismo, la Pascua u oran antes de comer, pero aún no saben quién es Jesús, aunque se consideren creyentes.
En Mateo 16.13-20, Jesús pregunta a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy?» Las respuestas varían: unos piensan que es Juan el Bautista, otros que Elías o Jeremías, pero Pedro reconoce que es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces Jesús le aclara que esa verdad no la sacó de lo que otros decían, ni porque alguien se lo explicó, sino que fue el mismo Dios quien se la reveló directamente.
Hoy en día, muchos hablan de Jesús sin saber quién es Él realmente. Opinan basados en lo que les han contado o en experiencias ajenas, pero no conocen personalmente a Jesús.
PODEMOS ESTAR CERCA DE JESÚS Y, AUN ASÍ, NO CONOCERLO REALMENTE.
Nicodemo estaba frente a Jesús, al Mesías esperado, al Hijo de Dios hecho carne… y aun así no lo entendía. Solo lo veía como un buen maestro enviado por Dios, sin tener revelación de quién era Él realmente. Hoy, muchos siguen en la misma situación: cerca de Jesús, pero lejos de conocerlo verdaderamente.
La revelación de quién es Cristo no depende de nosotros; porque no podemos forzar a nadie a entenderlo. Y nuestra misión como Iglesia no es «imponer» nuestra fe, sino acercar a las personas a Dios, porque la verdadera revelación viene del Espíritu Santo, como dice Mateo 16.17.
El error está en intentar imponer nuestra fe o convencer a las personas, cuando en realidad es el Espíritu Santo quien trae la revelación al corazón (Juan 16.8). Nuestra tarea es hablar de Jesús, aun cuando muchos se enfocan en Sus obras, pero aún no logran ver quién es Él realmente.
NACER DE NUEVO.
Nicodemo le dice a Jesús: «Sabemos que eres un maestro de Dios, porque nadie podría hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él». Jesús le responde: «Te es necesario nacer de nuevo».
Porque solo a través de este nuevo nacimiento podemos conocer verdaderamente a Jesús. Muchos, como los fariseos, nos quedamos con lo superficial, sin ver lo que Dios realmente tiene para nosotros.
Nicodemo, sorprendido, pregunta cómo puede nacer de nuevo alguien ya grande, y Jesús le aclara: «Quien no nazca de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios» (Juan 3.2-6).
NACER DE NUEVO NO ES UNA REFORMA O MEJORA.
Nacer de nuevo no es solo una mejora o un ajuste superficial. No se trata de un parche para lo viejo ni de una actualización pasajera. Es un proceso profundo de muerte y resurrección.
Este nuevo nacimiento no depende de nuestro pasado ni de los errores que hemos arrastrado, sino de la transformación que solo el Espíritu puede hacer en nosotros. Es por eso que Jesús dice que quien no nazca de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.
EL AGUA HABLA DE ARREPENTIMIENTO.
«Nacer del agua» habla del bautismo, que simboliza el arrepentimiento y la vida nueva. Al bautizarnos, reconocemos nuestra condición de pecadores y aceptamos a Jesús como nuestro Salvador, restaurando la relación rota por el pecado. El bautismo no es una purificación externa, sino un compromiso con Dios, donde nuestra vieja vida es sepultada.
1 Pedro 3.21 nos recuerda que el bautismo no es una limpieza del cuerpo, sino un compromiso de tener una buena conciencia delante de Dios, y todo esto es posible por la resurrección de Jesucristo. Sin embargo, hay quienes piensan que al bautizarse se liberan de toda lucha.
Pero el bautismo no elimina las dificultades, sino que marca el inicio de un nuevo camino. Gálatas 2.20 nos enseña que somos crucificados con Cristo, y lo que ahora vivimos lo hacemos por fe en Él.
AL SALIR DEL AGUA, RESUCITAMOS A UNA NUEVA VIDA EN CRISTO.
Nuestra vieja vida queda sepultada, como se afirma en Romanos 6:3-4 y Colosenses 2:11-15. Somos bautizados para unirnos con Cristo en su muerte y resurrección, dejando atrás el pasado y comenzando una nueva vida en Él.
EL ESPÍRITU HABLA DE TRANSFORMACIÓN.
Muchos piensan que la transformación depende de nuestro esfuerzo, pero la verdad es que no podemos cambiar por nosotros mismos. Jesús le dijo a Nicodemo que la transformación no era algo que pudiera lograr por su cuenta, sino algo que solo el Espíritu podía hacer.
Como dice Juan 6:63: «El Espíritu da vida; la carne no vale para nada.» Y en Romanos 8:5-8, se nos recuerda que los que viven según la carne no pueden agradar a Dios, pero los que viven conforme al Espíritu tienen vida y paz.
Nicodemo, aunque maestro de la ley, no entendía que sin el Espíritu no podría cambiar. Jesús le explicó que lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu (Juan 3.6). Y es que solo por el Espíritu de Dios podemos nacer de nuevo y experimentar una transformación real.
LEVANTEMOS NUESTRA MIRADA A JESÚS.
«Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna» Juan 3.14-15.
No se trata de hacer, se trata de creer. Como en Números 21.4-9, los que miraban la serpiente vivían. No hacían nada más, solo miraban con fe.
JESÚS FUE LEVANTADO EN UNA CRUZ PARA QUE, AL MIRARLO, RECONOZCAMOS NUESTRA CONDICIÓN.
Él que no tenía pecado, fue hecho pecado por nosotros. No fue por obras ni por esfuerzo humano, sino por gracia y misericordia (Tito 3.4-7).
Cuando lo miramos y entendemos su amor, no podemos seguir viviendo para nosotros mismos. «El amor de Cristo nos obliga… para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos» (2 Corintios 5.14-15). Lo viejo quedó atrás. Ahora vivimos para Él.
Somos embajadores de Cristo. Dios nos dio el mensaje de la reconciliación. «En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios» (2 Corintios 5.20). Él fue tratado como pecador para que en Él recibamos la justicia de Dios.
No estamos para convencer o forzar a nadie. Pero sí vamos a orar para que Jesús sea revelado con poder y cada persona pueda nacer de nuevo.
REFLEXIÓN
¿CONOZCO REALMENTE A JESÚS?
Saber sobre Jesús no es lo mismo que conocerlo de verdad. Nicodemo sabía mucho: tenía información, prestigio, autoridad, pero no lo conocía aun estando frente a Él. Cuando realmente conocemos a Jesús, algo dentro de nosotros cambia. Ya no lo vemos como un simple maestro o líder espiritual; lo reconocemos como el Hijo de Dios, quien vino a rescatarnos, a darnos vida y a transformarnos. No es solo un líder más, es el único que tiene el poder de cambiar nuestro corazón.
¿QUÉ ESTOY NECESITANDO DE PARTE DE DIOS?
Muchas veces nos conformamos con lo que sabemos o hemos escuchado, pero lo que Dios realmente nos invita es a tener una relación personal con Él, una transformación profunda de nuestro corazón. Nacer de nuevo no se refiere a un cambio superficial o a una respuesta temporal frente a una necesidad, sino a un encuentro real con Dios que nos renueva por completo.
¿EN DÓNDE ESTÁ PUESTA MI MIRADA?
Nuestra mirada necesita estar puesta en Jesús. Como la serpiente levantada en el desierto, Él fue levantado en la cruz para darnos vida eterna. No se trata de lo que hacemos, sino de lo que creemos en Él. Al mirar a Jesús con fe, reconocemos nuestra condición y recibimos Su gracia. Su amor nos transforma para vivir ya no para nosotros, sino para Él, como embajadores de Su mensaje de reconciliación.