«Hace mucho tiempo se me apareció el SEÑOR y me dijo: Con amor eterno te he amado; por eso te sigo con fidelidad.» Jeremías 31.3

 

 

Todos conocemos personas difíciles de amar. Complicadas, malagradecidas, con heridas, con mal carácter. Pero si somos honestos, muchas veces nosotros también somos así. Y sin embargo, Dios nos ama.

DIOS AMA A PERSONAS DIFÍCILES DE AMAR, Y SOMOS LA PRUEBA DE ESO.

El libro de Oseas relata una historia impactante y única. Dios le habla por primera vez a un joven profeta soltero (Oseas 1.1-2) y le da una orden impensada: casarse con una mujer prostituta llamada Gómer.

Era impensable que un profeta se uniera a alguien así; se esperaba que se casara con una mujer pura, temerosa de Dios. Pero Oseas obedeció. Gómer tenía un pasado difícil, una historia que muchos esconderían. Y Oseas la amó. No fue solo obediencia, fue un amor real, más grande que el pasado de ella (Oseas 1.3). Se casaron y formaron una familia con tres hijos (Oseas 1.4-9).

Esta historia no solo muestra obediencia total a Dios, sino que revela cómo Él nos ama con un amor eterno, a pesar de nuestros errores y nuestra condición. A través del amor de Oseas por Gómer, Dios quiso mostrarnos la profundidad de su amor por nosotros (Oseas 3.1; Oseas 11.8).

DIOS NOS AMÓ, NOS AMA Y NOS SEGUIRÁ AMANDO.

Se cree que solo el primer hijo de este matrimonio era de Oseas, y que los otros dos no lo eran (Oseas 1.6, 1.8-9). Aun así, él siguió siendo fiel. La siguió amando. No la abandonó, no la rechazó. Su amor no cambió con el dolor ni con la traición.

EL AMOR DE DIOS ES PARA TODOS.

A veces pensamos que el amor de Dios solo es para los que están pasando por momentos difíciles o para aquellos que han fracasado limitando el amor de Dios. Sin embargo, la realidad es mucho más profunda, el amor de Dios es para todos, porque todos hemos fracasado a causa de nuestra condición.

Marcos 2.17 nos dice «No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos. Y yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.» Dando énfasis en que no tiene que ver con los fracasos, o con nuestra condición externa. Sino con nuestra condición espiritual, NECESITAMOS DE JESÚS.

EL AMOR DE DIOS NO ES PARA ALGUNOS, ES PARA TODOS LOS QUE CREAN EN ÉL.

El creer en Jesús nos hace ser hijos de Dios (Juan 1.12) y no solo eso, sino tener una relación directa con Él y recibir su amor, y su gracia sobre nuestra vida. Porque el amor de Dios es más grande que nuestra condición y nuestros errores, su amor trae dignidad, restaura nuestras vidas y nos transforma, así como Gómer recibió una nueva identidad al casarse con Oseas, pasando de ser una prostituta a ser esposa y madre.

Pero algo en su corazón la llevó a alejarse nuevamente. Esta vez cayó más bajo que nunca. Ya no se vendía a otros, sino que se convirtió en esclava, y su valor era miserable. Sin embargo, Oseas no dudó. Fue, la buscó y la compró (Oseas 3.1-2).

Lo mismo sucede con nuestras vidas: comenzamos nuestra relación con Dios y, aunque Él nos restaura y transforma, siempre hay un momento en el que le fallamos, ya sea públicamente o en lo secreto. Y la Biblia es clara: todo aquel que dice que no tiene pecado, es un mentiroso. Así lo afirma 1 Juan 1.8: «Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad».

NECESITAMOS DE JESÚS.

Necesitamos a Jesús porque Su amor es mucho más grande que nuestros errores y fracasos. A pesar de nuestra inconstancia, Él permanece constante. Solo a través de Él podemos experimentar ese amor incondicional de Dios que nunca se agota ni se detiene, y que siempre está dispuesto a restaurarnos.

SU AMOR ES MÁS GRANDE QUE LA CULPA.

Cada mala decisión trae consecuencias, algunas más duras que otras. Pero incluso cuando tocamos fondo, el amor de Dios no se olvida de nosotros. Él nos busca ahí, en lo más oscuro, para traernos de vuelta hacia Él.

Porque cuando le fallamos, la culpa aparece, nos llena de dudas, nos aleja de Dios y nos hace cuestionar si todavía nos ama. Pero su amor es más grande que nuestra culpa. Es un amor eterno, que no se rinde, que no se cansa de ir tras nosotros una y otra vez. Porque a pesar de nosotros ser infieles, Él sigue siendo fiel.

DIOS NO DESCARTA.

Muchos de nosotros habríamos descartado a alguien como Gómer. Pero Dios le dice nuevamente a Oseas: «Ve y ama a Gómer» (Oseas 3.1). Porque el amor de Dios no descarta, no se rinde ni se cansa. Al contrario, su amor va hasta lo más profundo de nuestras vidas, incluso a los lugares más oscuros a donde nos han llevado nuestras propias decisiones.

Gómer estaba atada, siendo vendida como esclava. Había caído aún más bajo que antes. Y ahí, en medio de su peor momento, Oseas toma una decisión que nos descoloca: la compra, a pesar de que ya era su esposa. Paga por alguien que ya le pertenecía, simplemente porque la ama.

¿QUIÉN PAGA TANTO POR TAN POCO?

El acto de amor de Oseas es un reflejo de lo que Dios hace con nosotros. Así como Oseas pagó un precio por Gómer, Dios también pagó un precio por nuestras vidas.
«Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto». 1 Pedro 1.18-19

El oro y la plata pueden valer mucho en ciertos momentos y casi nada en otros. Pero hay algo que nunca pierde valor: la sangre de Cristo.  Ese es el precio que Dios pagó por nosotros. Y eso nos habla de cuánto valemos: cada gota del amor que Jesús derramó en la cruz.

La única forma y manera de que nosotros tuviéramos este acceso al amor de Dios y una relación directa con Él es gracias a Jesús (Juan 14.6).

El amor de Dios es mayor que nuestra culpa, ni nos descarta a pesar de nuestras decisiones y de sentirnos prisioneros por las malas consecuencias de ellas, porque Él pago un precio, y no fue cualquier precio, sino la sangre preciosa de Jesús.

DIOS VINO A RECUPERAR LO QUE ES DE ÉL.

«Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido». Lucas 19.10

En algún momento de nuestras vidas, todos nos perdemos. Pero Dios está dispuesto a ir hasta el lugar más oscuro de nuestra historia para rescatarnos.

Y aunque muchas veces nos sentimos como Gómer: con culpa, con errores y con un pasado que pesa. Sentimos que fallamos tantas veces que ya no valemos la pena, que Dios ya no podría fijarse en nosotros, es necesario recordar, una y otra vez, que el amor de Dios es eterno, que no tiene fin.

 

 


REFLEXIÓN

¿MI PASADO O MIS ERRORES ME IMPIDEN ACERCARME A DIOS?

Lo que muchas veces nos impide acercarnos a Dios es la culpa que sentimos cuando le fallamos, el peso de nuestros errores, las malas decisiones que tomamos y las consecuencias que traen. Nos invade la idea de que ya no valemos la pena, que fallamos tantas veces que Dios no podría volver a fijarse en nosotros. Incluso creemos la mentira de que Él ya nos descartó. Pero el amor de Dios es mucho más grande que todo eso. Es un amor eterno que no se rinde, que no se cansa, que va al lugar más oscuro de nuestra vida para rescatarnos y restaurarnos.

 

¿ESTOY SIENDO VERDADERAMENTE LIBRE?

Podemos vivir como personas libres y, sin embargo, seguir cargando con cadenas internas. A veces, aunque Dios ya nos dio una nueva identidad, seguimos volviendo a los mismos errores, a los mismos lugares de esclavitud emocional o espiritual. Nos alejamos, nos perdemos, y volvemos a caer en lo que ya habíamos superado. La verdadera libertad no es solo cambiar de vida por fuera, sino permitir que el amor de Dios transforme lo más profundo de nuestro corazón. Es decir, día a día, permanecer en esa libertad que nos fue regalada, confiando en que somos amados, buscados y valiosos, incluso cuando nos equivocamos.

 

¿CREO QUE DIOS ME AMA?

Dios nos vino a rescatar pagando un precio que no se puede medir con cosas materiales. No fue con oro ni plata, sino con algo infinitamente más valioso: la sangre de Jesús. Él dio su vida por nosotros, aún sabiendo lo inconstantes que podíamos ser. Ese sacrificio no solo cubre nuestros errores, sino que restaura nuestra dignidad, nos devuelve la identidad y nos abre el camino para volver a casa, no como esclavos, sino como hijos. Ese amor no escatima nada, va hasta el final por nosotros. Porque a pesar de nosotros ser infieles, Él sigue siendo fiel.