»¿Por qué me llaman ustedes “Señor, Señor”, y no hacen lo que les digo? Voy a decirles a quién se parece todo el que viene a mí, oye mis palabras y las pone en práctica: Se parece a un hombre que al construir una casa cavó bien hondo y puso el cimiento sobre la roca. De manera que cuando vino una inundación, el torrente azotó aquella casa, pero no pudo ni siquiera hacerla tambalear porque estaba bien construida. Pero el que oye mis palabras y no las pone en práctica se parece a un hombre que construyó una casa sobre tierra y sin cimientos. Tan pronto como la azotó el torrente, la casa se derrumbó y el desastre fue terrible.» Lucas 6:46-49 NVI

 

 

Todos queremos ver buenos resultados y éxito en lo que hacemos, pero la vida muchas veces nos golpea. Tormentas emocionales, físicas, económicas o familiares nos sacuden, y ahí es donde nos preguntamos por qué las cosas no salen como esperamos.

A veces pensamos que es cuestión de suerte, o que Dios tiene «favoritos». Pero los resultados no dependen de la suerte, sino de escuchar y obedecer. Jesús dijo en Lucas 6:47 que el que viene a Él, oye sus palabras y las pone en práctica, se parece a alguien que construyó sobre roca firme.

PERO LOS RESULTADOS NO TIENEN QUE VER CON SUERTE, SINO CON SABER OÍR Y HACER.

Pero cuando las cosas salen bien creemos, equivocadamente, que Dios no nos habla. Pensamos que le habla a otros, que tiene sus elegidos, sus favoritos. Incluso hemos escuchado otros decir frases como: «estoy viviendo un silencio de parte de Dios» cuando las cosas no andan bien.

Pero la Biblia nos muestra todo lo contrario. Desde el Génesis, vemos a un Dios que busca acercarse, hablar y revelarse a nuestras vidas. Hebreos 1:1 dice que Dios ha hablado muchas veces y de muchas maneras, buscando llegar a nosotros.

PERO NO ES QUE DIOS NO NOS HABLE, ES QUE SOMOS NOSOTROS QUIENES NO ESCUCHAMOS.

Y es que muchas veces aunque escuchemos lo que Dios quiere decirnos, seguimos haciendo las cosas a nuestra manera porque nos cuesta obedecer. Pero tenemos algo poderoso en nuestras manos: la palabra profética más segura (2 Pedro 1:19). Y Pedro nos anima a prestarle atención como a una lámpara que alumbra en la oscuridad, hasta que amanezca y el lucero de la mañana salga en nuestros corazones.

En Josué 1:6-9, Dios le habla directamente a Josué, que estaba por enfrentar el enorme desafío de conquistar la tierra prometida. Y solemos pensar que cuando Dios le dice «sé fuerte y valiente», se refiere a la guerra o a enfrentar enemigos. Pero no. Dios no le pide fuerza para conquistar, sino para obedecer.

Le dice: «solo te pido que seas fuerte y muy valiente para obedecer toda la ley que te dio Moisés». Es decir, la verdadera valentía estaba en prestar atención y cumplir exactamente lo que Dios había dicho. La promesa era clara: «si obedecés mi palabra, te va a ir bien y vas a tener éxito».

LO ÚNICO QUE SE LE HABÍA ENCARGADO A JOSUÉ ERA OBEDIENCIA.

Por eso la palabra nos insiste una y otra vez en que prestemos atención a lo que Dios nos dice. Y aunque a veces sentimos que no estamos capacitados o que no tenemos la fuerza necesaria para enfrentar las situaciones que se nos presentan. Dios nos asegura que si enfocamos nuestra atención en su palabra, vamos a estar capacitados para toda buena obra. (2 Timoteo 3.16-17).

Además, Santiago 1.22-25 nos dice que no alcanza con escuchar. Necesitamos poner en práctica lo que Dios nos dice. Quienes perseveran en esa palabra, sin olvidarla, sino haciéndola, reciben bendición al practicarla. Es decir tienen éxito y mayores resultados.

PERO AUN ASÍ QUEREMOS HACER LAS COSAS A NUESTRA MANERA.

Muchos aun escuchando a Dios y teniendo su palabra escrita al alcance de la mano, siguen buscando a alguien que les diga lo que quieren oír. Y ahí es cuando nos encontramos con personas que no viven de acuerdo a lo que Dios dice, sino de acuerdo a sus emociones, sus impulsos o sus sentimientos.

Jeremías 17.9 nos habla que nuestro corazón es engañoso y perverso, más que todas las cosas. Y quien viva de acuerdo a lo que su corazón dice, va a permitir que su corazón determine el rumbo y el destino de su vida.

QUE NUESTRO CORAZÓN NO TOME EL CONTROL DE NUESTRAS DECISIONES.

Pero muchas veces tomamos decisiones basándonos en intuiciones, experiencias pasadas o estados emocionales, y dejamos que eso defina nuestro camino. Pero la palabra de Dios es clara: «sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón» (Proverbios 4.23).

Guardamos nuestro corazón cuando escuchamos la voz de Dios y obedecemos su palabra. Pero seamos sinceros: hablar de obediencia no es algo que suene muy atractivo. Porque, por naturaleza, somos desobedientes. Y cuando llegamos a Dios y Él nos pide obediencia, muchas veces entramos en crisis.

Porque obedecer implica hacer la voluntad de alguien más. Y nadie quiere que lo manden. Siempre queremos guiarnos bajo nuestro propio camino, y cuando los resultados no son los que queremos nos terminamos enojando con Dios.

OBEDIENCIA HABLA DE ESCUCHAR

Nadie puede obedecer si antes no escucha, o no está atento a la dirección que Dios quiere darnos. Pero obedecer también significa sometimiento. Someter implica usar fuerza para frenar nuestra voluntad, nuestros planes y sueños, y ponerlos a un costado para enfocarnos en lo que Dios quiere.

El problema es que muchas veces vamos a Dios sin saber realmente qué quiere Él para nosotros, sino más bien con la idea fija de lo que nosotros queremos. Obedecer es hacer una pausa, tomar el control de nuestro corazón, emociones y voluntad, para someter todo eso bajo la autoridad de Dios.

En 2 Reyes 5:9-14 está la historia de Naamán, un general poderoso con lepra. Buscó sanidad en Israel y llegó al profeta Eliseo, pero no fue como esperaba: Eliseo ni siquiera salió a recibirlo, solo le dijo que se zambullera siete veces en el río Jordán.

Naamán se enojó y estuvo a punto de irse, porque no era lo que él imaginaba. Pero sus siervos le recordaron algo clave: «si te pidiera algo difícil, ¿no lo harías? ¿Por qué no hacer esto que es simple?» Entonces obedeció, y fue sanado completamente.

Muchas veces estamos tan cerca de experimentar el poder de Dios, pero como no sucede según nuestras ideas, nos frustramos y hasta nos enojamos. La obediencia no es parcial ni condicionada, es hacer lo que Dios pide, no lo que nosotros queremos.

Dios quiere que nuestra voluntad se alinee con la suya. Cuando lo hacemos, vemos milagros y resultados reales. Naamán se zambulló siete veces y al final quedó limpio, pero muchas veces perdemos lo que Dios quiere hacer porque no encaja con nuestra forma de pensar.

Dios nos habla, insiste, pero estamos atrapados en nuestras ideas y emociones, esperando que Él actúe a nuestra manera.

LA OBEDIENCIA DEMANDA PACIENCIA.

Muchas veces queremos que todo pase rápido, al ritmo que nos conviene. Pero los tiempos de Dios son perfectos y Él obra en el momento indicado, como dice Eclesiastés 3. Aun así, nos apuramos y aceleramos los procesos.

En 1 Samuel 13:8-13, la Biblia nos habla que Saúl debía esperar siete días a que Samuel llegara con instrucciones, pero no tuvo paciencia. Al ver que Samuel no venía, que la gente se dispersaba y los filisteos se acercaban, se impacientó y decidió actuar por su cuenta, ofreciendo el holocausto él mismo.

Cuando Samuel llegó, le reclamó por no esperar ni obedecer a Dios, llamándolo loco y necio. Por su impaciencia, Saúl perdió la promesa de un reino eterno, y Dios empezó a buscar a otro conforme a su corazón.

A veces, como Saúl, no sabemos esperar. Actuamos impulsivamente, confiando más en lo que vemos que en la verdad de Dios. Pero la Biblia nos dice que no vivimos según lo que se ve, porque lo visible es temporal (2 Corintios 4:18).

CUANDO NO HAY OBEDIENCIA, CONTINUAMOS REPITIENDO UN ERROR, TRAS OTRO ERROR.

Muchas veces decimos que aprendemos de nuestros errores, pero sin obediencia eso no cambia nada. Si dejamos que nuestros sentimientos y emociones guíen nuestra mente, vamos a repetir el mismo error una y otra vez.

LA OBEDIENCIA NO ADMITE EXCUSAS.

Es interesante cómo, apenas unos capítulos después, volvemos a encontrar la historia de Saúl y su desobediencia en 1 Samuel 15.

Dios le dice a Samuel: «me pesa haber puesto a Saúl por rey, porque se ha apartado de mí y no ha cumplido mis palabras» (1 Samuel 15:11). Cuando Samuel lo confronta, Saúl insiste en que sí obedeció, pero Samuel le responde: «¿y qué es ese mugido de ganado que escucho?»

Saúl se justifica diciendo que fue el pueblo quien tomó el botín y que todo se ofrecería a Dios. Pero Samuel le deja algo clarísimo: «¿qué le agrada más al SEÑOR: los sacrificios o la obediencia? Obedecer vale más que sacrificar, y prestar atención vale más que la grasa de carneros» (1 Samuel 15:22).

Así somos nosotros muchas veces: pensamos que con sacrificios, esfuerzos o «hacer cosas para Dios» compensamos la desobediencia. Pero lo que Dios quiere es que escuchemos su voz y le obedezcamos.

Obedecer no es hacer lo que nos parece ni lo que nos conviene, es rendir nuestra voluntad. Asistir, cantar o dar no alcanza si el corazón no está entregado. Como dice el Salmo 51:16-17, Dios no quiere sacrificios vacíos, sino un corazón obediente y rendido a Él.

¿QUIÉNES SOMOS PARA ESTORBAR A DIOS?

En Hechos 10, Pedro tenía hambre y estaba esperando que le sirvieran comida cuando Dios le habló a través de una visión: un lienzo bajaba del cielo con animales impuros y Dios le decía: «mata y come»

Pero Pedro se resistía por sus tradiciones. Dios repitió la visión tres veces, porque Él siempre ha insistido en nuestras vidas. Después Dios le mostró el propósito de esa visión: debía ir a la casa de Cornelio, un hombre que no era judío.

Pedro obedece, y cuando llega les pregunta por qué lo llamaron. Ellos le responden: «queremos escuchar acerca de Jesús». Entonces Pedro comienza a hablar, y el Espíritu Santo se derrama sobre todos los presentes.

Dios no se movió porque Pedro entendiera todo, sino porque obedeció. Muchas veces no vemos su poder, no porque Él no pueda, sino porque nosotros ponemos excusas. Más adelante, cuando lo critican por haber ido con gentiles, Pedro responde con una pregunta que lo dice todo: «¿quién soy yo para pretender estorbar a Dios?» (Hechos 11:17).

OÍR + HACER + OBEDECER

Muchas veces las situaciones que vivimos no fueron culpa de la mala suerte, ni del diablo, ni de alguien externo. Fuimos nosotros mismos los que estorbamos lo que Dios quería hacer simplemente por no obedecer ni poner en práctica lo que Él nos pidió. No fue falta de poder de Dios, fue falta de obediencia de nuestra parte.

Para tener mayores resultados la clave está en escuchar, hacer y obedecer. Que hoy podamos decidir, como Pablo en Hechos 9:6 y preguntarle a Dios: «Señor, ¿qué quieres que yo haga?». Porque en la obediencia está el éxito.

No se trata de hacer lo que nosotros queremos, sino de rendir nuestra voluntad y confiar en que Dios sabe lo que es mejor.

 

 


REFLEXIÓN

¿ESCUCHO A DIOS O SOLO LO QUE YO QUIERO OÍR?

Muchas veces vamos a Dios sin saber realmente qué quiere Él para nuestras vidas, sino más bien con la idea fija de lo que nosotros queremos. Tomamos decisiones basándonos en nuestros sentimientos y emociones en lugar de lo que Él nos dice. Pero la obediencia no se trata de hacer lo que nos parece ni lo que nos conviene. Obedecer es hacer una pausa, tomar el control de nuestro corazón, emociones y voluntad, para someter todo eso bajo la autoridad de Dios, porque no quiere sacrificios vacíos, sino un corazón obediente y rendido a Él.

 

¿DEJO QUE MI IMPACIENCIA ME ALEJE DE LOS PLANES DE DIOS?

Al no saber esperar, nos apuramos y aceleramos los procesos. Queremos que todo pase rápido, al ritmo que nos conviene, lo que nos lleva a actuar impulsivamente, confiando más en lo que vemos que en la verdad de Dios. Si dejamos que nuestros sentimientos y emociones guíen nuestra mente, vamos a repetir el mismo error una y otra vez. Obedecer, no es hacer lo que nos parece ni lo que nos conviene, es rendir nuestra voluntad a Dios.

 

¿ESTOY HACIENDO LO QUE DIOS DICE AUNQUE NO LO COMPRENDA TODO?

Muchas veces no vemos el poder de Dios actuar en nuestras vidas no porque Él no pueda, sino porque nosotros ponemos excusas. No se trata de hacer lo que nosotros queremos, sino de rendir nuestra voluntad y confiar en que Dios sabe lo que es mejor para nuestras vidas. Para tener resultados en nuestras vidas, la clave está en escuchar, hacer y obedecer lo que Dios nos pide, porque en la obediencia está el éxito.