«Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una montaña no puede esconderse. Tampoco se enciende una lámpara para cubrirla con una vasija. Por el contrario, se pone en el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa. Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben a su Padre que está en los cielos.» Mateo 5:14-16 NVI

 

 

Qué mal la pasamos cuando se corta la luz… y encima, parece que siempre pasa en el peor momento. En medio de la oscuridad, hacemos lo que sea para encontrar algo que alumbre. Pero si es de noche, sabemos que por mucho que abramos la cortina, la luz de la luna no alcanza.

Y eso debe a que la luna no tiene luz propia: solo refleja la del sol, es decir, no brilla por sí misma, simplemente muestra lo que recibe de otro. Y nos pasa lo mismo a nosotros: muchas veces intentamos mostrar algo que en realidad no somos.

Corremos tras cosas que creemos que nos van a dar identidad o valor. Pensamos: «tengo que ser alguien en la vida», «quiero que me recuerden por lo que logré». Pero aunque lo consigamos, pronto nos damos cuenta de que no valía tanto como pensábamos. Y en esa búsqueda, olvidamos que ya tenemos a alguien muy valioso con nosotros y en nosotros: Jesús.

Jesús dijo: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8:12 NVI).

JESÚS EN NOSOTROS ES LO QUE LE DA EL VERDADERO VALOR A NUESTRAS VIDAS. SU ENTREGA EN LA CRUZ POR VOS, POR MÍ Y POR TODOS.

Eso es lo más valioso: Jesús, la luz de la vida. Y Él mismo nos dice: «ustedes son la luz del mundo» (Mateo 5:14). No porque nos lo ganamos, no porque hicimos méritos, o porque tenemos cierta edad, experiencia o estudios.

Somos luz porque Jesús está en nosotros. Es una condición que ya tenemos. «Ser» habla de una cualidad permanente. Y aunque hoy no nos sintamos así, aunque estemos agotados, preocupados, arrastrando heridas, errores, comparaciones… seguimos siendo lo que Dios dice que somos.

Y no es por esfuerzo humano. Socialmente estamos acostumbrados a que todo se gana: el ascenso, el título, el reconocimiento. Pero con Dios, es diferente: es por gracia. (Efesios 2:1-5)

LA MISERICORDIA DE DIOS ES ABUNDANTE Y NO TIENE LÍMITES.

No nos pidió estar en orden, ni que merezcamos su amor. Porque Él ya nos amó primero.

«En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados» 1 Juan 4:10 NVI.

No necesitamos ganarnos nada. Solo aceptar a Jesús. Y si ya lo hicimos, necesitamos vivir conforme a lo que somos en Él. No podemos esconderlo. No se puede negociar ni tapar. Lo que somos en Jesús no se puede ocultar.

NO ESCONDAMOS LO QUE ESTÁ EN NOSOTROS

«Esconder» habla de poner algo en un lugar que no puede ser visto, sinónimo también de ocultar, que tiene que ver con callar de forma intencional algo que se debe decir.

No podemos callar lo que recibimos, porque estamos hablando de salvación para otros (Hechos 4:20). No podemos ser indiferentes. Hay personas que necesitan lo que llevamos: esperanza, salvación, valor eterno, amor verdadero, vida eterna, futuro.

JESÚS ES NUESTRO MENSAJE.

Nuestro mayor ejemplo es Jesús, en Mateo 6:1-2 se hizo escuchar, Él sabía la condición y la necesidad de las personas que estaban entre la multitud en el Sermón del Monte y se subió en un punto alto de una montaña para que todos pudieran oírlo.

Y es que cada momento de nuestras vidas, y cada lugar donde nos posicionamos (nuestro hogar, colegio, trabajo, facultad, etc.) es nuestra plataforma perfecta para poder compartir de Jesús.

NO HACEMOS BENEFICENCIA, NI MUCHO MENOS CARIDAD.

Estamos llamados a hablar, actuar y compartir de Jesús a nuestro al rededor, y no basta solo con los gestos de amor en la calle, o darle un abrigo o alimento a un necesitado, eso puede cambiar una condición momentánea y estaríamos actuando bajo la caridad, lo que necesitamos entender es que las personas necesitan de Jesús y está en nosotros que otros le conozcan, una decisión que puede cambiar la vida y la eternidad de las personas.

Necesitamos entender que el tiempo es ahora (Proverbios 3:27-28). Porque Su Palabra dice «ustedes son la luz del mundo» no dice «fuiste», o «serás en algún momento la luz», sino de una realidad presente, de un ahora.

Ser luz nos habla de abrazar, acompañar, escuchar, charlar, orar, perdonar, formar parte de un grupo de conexión, ser iglesia, entendiendo que lo que somos hasta en la acción más sencilla se refleja el amor de Jesús.

HACEMOS LA DIFERENCIA.

«Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben a su Padre que está en los cielos» Mateo 5:16 NVI.

Y es que nuestra vida necesita hacer la diferencia donde estemos. En el trabajo, la facultad, la familia, la calle. Porque amamos a las personas, y las personas son nuestro corazón. Y aunque muchas veces nos olvidamos lo que tenemos, porque la rutina, el cansancio y el día a día nos va generando un desgaste, la Biblia nos anima en Hebreos 13:16 «No se olviden de hacer el bien y de compartir con otros lo que tienen, porque esos son los sacrificios que agradan a Dios».

Nuestra vida hace la diferencia, es por eso que necesitamos decidir cada día hacer el bien a otros porque el amor de Dios también se demuestra en nuestras acciones.

Y en una sociedad marcada por las apariencias, donde todo se disfraza, se filtra, se retoca. Hay una luz que no se puede esconder: la luz de Jesús.

Lo bueno se comparte. Y nosotros tenemos el tesoro más grande. No seamos egoístas, necesitamos compartir con otros de Jesús.

Juntos hagamos la diferencia, que nuestras acciones sean contundentes e intencionadas siempre para que otros lo conozcan a través de nuestras vidas. Porque nuestra misión es acercar a las personas a Dios.

 

 


REFLEXIÓN

¿ME ESTOY DEJANDO LLEVAR POR LAS APARIENCIAS?

Muchas veces caemos en la trampa de creer que solo quienes están visiblemente rotos son los que necesitan a Jesús. Como si el dolor tuviera una única forma de mostrarse. Pero la verdad es que todos lo necesitamos. Vivimos en una sociedad donde todo se disfraza: se filtra, se retoca, se maquilla. Y así como hay quienes sufren a la vista, también hay muchos que sonríen, pero están vacíos por dentro. No podemos guiarnos solo por lo que se ve. La necesidad de Jesús no distingue apariencia. Cada persona, por más «entera» que parezca, necesita conocer el amor, la esperanza y la salvación que solo Él puede dar.

 

¿HACIA DÓNDE ESTOY CORRIENDO?

Vivimos corriendo, persiguiendo cosas que creemos que nos van a dar identidad, valor o propósito. Queremos lograr algo, ser alguien, dejar una marca. Pero incluso cuando lo conseguimos, algo dentro nuestro sigue sintiéndose vacío. Y es que muchas veces olvidamos que nuestra identidad no está en lo que logramos, sino en quién tenemos. No se trata de conseguir algo, sino de recordar que ya tenemos a alguien: Jesús. Él es quien le da sentido y valor real a nuestras vidas. Mientras el mundo nos empuja a correr detrás de lo pasajero, nosotros ya tenemos al eterno caminando con nosotros.

 

¿ESTOY COMPARTIENDO DE JESÚS CON OTROS?

Jesús dijo que somos la luz del mundo. No que vamos a serlo algún día, sino que lo somos hoy. Y la luz no se esconde, no se tapa, no se calla. Cada espacio donde nos movemos (nuestra casa, el trabajo, la facultad, etc.) es una oportunidad para reflejar a Jesús. Lo que tenemos no es solo un buen mensaje: es vida eterna, es esperanza, es amor real. Las personas necesitan conocer a Jesús, y nosotros somos parte de ese encuentro. No escondamos lo que tenemos. No estamos haciendo beneficencia, estamos haciendo la diferencia. Porque lo que compartimos no mejora solo un momento… puede cambiar para siempre la vida de alguien y su eternidad.