«Estimado Teófilo, en mi primer libro me referí a todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar 2 hasta el día en que fue llevado al cielo, luego de darles instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido. Después de padecer la muerte, se les presentó dándoles muchas pruebas convincentes de que estaba vivo. Durante cuarenta días se les apareció y les habló acerca del reino de Dios. Una vez, mientras comía con ellos, les ordenó: —No se alejen de Jerusalén, sino esperen la promesa del Padre, de la cual les he hablado: Juan bautizó con agua, pero dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo. Entonces los que estaban reunidos con él le preguntaron: —Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el reino a Israel? —No les toca a ustedes conocer la hora ni el momento determinados por la autoridad misma del Padre —les contestó Jesús—. Pero, cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra. Habiendo dicho esto, mientras ellos lo miraban, fue llevado a las alturas hasta que una nube lo ocultó de su vista. Ellos se quedaron mirando fijamente al cielo mientras él se alejaba. De repente, se les acercaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: 11 —Galileos, ¿qué hacen aquí mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido llevado de entre ustedes al cielo, vendrá otra vez de la misma manera que lo han visto irse.» Hechos 1.1-11

 

 

El libro de los Hechos, el quinto del Nuevo Testamento, fue escrito por el mismo autor del Evangelio de Lucas. Es la continuación de lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar y narra lo que sucedió después de su muerte y resurrección (Hechos 1.1-3).

Allí vemos que Jesús se presentó a sus discípulos con pruebas convincentes de que estaba vivo y durante cuarenta días les habló acerca del reino de Dios.

EL MENSAJE CENTRAL DE JESÚS SIEMPRE FUE EL REINO DE DIOS.

Marcos 1.14-15 dice que Jesús comenzó su ministerio predicando y anunciado las buenas nuevas, diciendo que el reino de los cielos está cerca. Los evangelios están llenos de parábolas y enseñanzas sobre este tema, del reino de Dios.

El reino de Dios no es algo lejano, sino una realidad que podemos recibir en nuestras vidas. Sin embargo, por causa del pecado estábamos lejos, privados de su gloria (Romanos 3.23).

EL REINO DE DIOS ES EL GOBIERNO OBRANDO Y ACTUANDO EN NUESTRAS VIDAS.

Todos nosotros, por causa del pecado, estábamos lejos de Dios. Habíamos hecho lo malo delante de Él y quedamos privados de su gloria (Romanos 3:23). No había ni uno solo que hiciera lo bueno; vivíamos bajo el dominio de la oscuridad, siguiendo nuestros propios deseos, siguiendo nuestra voluntad y nuestros propios propósitos, éramos por naturaleza objetos de la ira de Dios (Efesios 2:1-3).

Porque el pecado no trae otra cosa más que muerte y esclavitud (Romanos 6:23; Juan 8:34). El resultado de nuestras malas acciones y conducta nos arrastra a una vida sin sentido y sin esperanza.

PERO DIOS POR SU GRAN AMOR, PORQUE AUN SIENDO MALOS, AÚN SIENDO PECADORES Y ENEMIGOS DE DIOS… DIOS ENTREGÓ A SU HIJO, SU ÚNICO HIJO PARA DARNOS VIDA.

El amor de Dios se mostró en una entrega total: dio a su único Hijo para que tengamos vida eterna, no para condenarnos sino para salvarnos (Juan 3:16-17). Ese amor se hizo visible cuando todavía no teníamos nada para ofrecer, porque aun siendo pecadores, Cristo murió por nosotros (Romanos 5:8).

Por su misericordia y gracia nos dio vida, no por esfuerzo ni por mérito, sino como un regalo inmerecido (Efesios 2:4-5). Hemos sido justificados gratuitamente mediante la redención en Cristo Jesús (Romanos 3:24). La salvación no es por obras, no es por lo que hacemos, sino un regalo de Dios para que nadie se gloríe (Efesios 2:8-9).

La obra de Cristo operó en nosotros sin que aportáramos nada, y por medio de Él fuimos librados del dominio de la oscuridad y trasladados al reino de su Hijo amado (Colosenses 1:13).

SU REINO EN PRIMER LUGAR.

Lo común es que nos olvidamos y perdemos de vista el verdadero significado del reino de Dios. Por eso Jesús se tomo 40 días para hablar acerca de esto. En Hechos 1.4-7 nos encontramos a Jesus hablando acerca del reino de los cielos y revelando los misterios, anticipándoles que serian llenos del Espíritu Santo en pocos días, pero los discípulos estaban pensando en cosas terrenales, como cuando establecería su reino terrenal, pensando solo en su presente.

Sin embargo Jesús enseñó a sus discípulos que su reino no era terrenal ni político, sino espiritual y eterno. «El reino de Dios no es cuestión de comidas o bebidas, sino de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo» (Romanos 14.17).

EL REINO DE LOS CIELOS NO SON COSAS EXTERNAS, SINO UNA REALIDAD EN EL CORAZÓN.

Cuando estuvo frente a Pilato afirmó: «Mi reino no es de este mundo» (Juan 18.36). Sin embargo, al igual que ellos, nosotros muchas veces buscamos a Jesús esperando soluciones inmediatas para nuestras necesidades. Lo buscamos solo para que cumpla nuestras metas personales, sin darnos cuenta de que su obra no se trata de cumplir nuestros planes, sino de salvar nuestra vida y rescatarnos del pecado.

Así como los discípulos preguntaban: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el reino de Israel?» (Hechos 1:6), hoy también muchos, al buscar a Jesús, lo primero que piensan es: «¡Ahora sí voy a conseguir lo que tanto deseo!». Y cuando no lo logran, se frustran e incluso se enojan con Dios, porque su expectativa estaba puesta en alcanzar algo personal.

Corremos detrás del afán de nuestras necesidades y de la gratificación instantánea, olvidando lo que Jesús nos enseñó: que no nos preocupemos por lo que comeremos, beberemos o vestiremos, porque nuestro Padre sabe de qué tenemos necesidad; en cambio, nos llamó a buscar primero su reino y su justicia (Mateo 6:25-34).

Nuestra vida estaba perdida y sin futuro, y perdemos de vista que lo que Jesús vino a hacer no tiene que ver con cumplir nuestros planes personales, sino con revelarnos su reino y librarnos de la muerte y del pecado que nos tenían esclavos.

Pero seguimos queriendo saciar nuestros deseos, llenarnos de cosas materiales y terminamos poniendo como prioridad lo que no lo es. No toda urgencia es prioridad. Eclesiastés 1:14 lo dice: «Todo cuanto se hace en esta vida es absurdo, ¡es correr tras el viento!»

Lo más valioso que Jesús vino a rescatar fue nuestra vida. Nos advirtió: «El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará» (Mateo 16.24-27).

JESÚS VINO A BUSCAR Y A SALVAR LO QUE SE HABÍA PERDIDO.

Lucas 19.10 dice que Jesús vino a buscar y salvar lo que se había perdido. Él no vino a rescatar nuestra economía, nuestra casa o nuestras cosas, vino a rescatar nuestra vida. Su deseo es que todos se arrepientan y sean salvos (2 Pedro 3.9; 1 Timoteo 2.4-6).

Después de resucitar, Jesús no se quedó como espectador ni dejó a sus discípulos solos. Les prometió poder para cumplir la misión: «Cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos […] hasta los confines de la tierra» (Hechos 1.8).

LA LLENURA DEL ESPÍRITU SANTO NO ES OPCIONAL, ES VITAL.

Jesús, al morir y resucitar, volvió con sus discípulos. No era el fin, sino el comienzo de algo mucho más grande. Y así como ellos se quedaron mirando al cielo, muchas veces nosotros también nos quedamos esperando, como espectadores. Pero no fuimos llamados para ser simples observadores de lo que Jesús hizo.

NOSOTROS NO SOMOS ESPECTADORES DE LO QUE JESÚS HIZO, SOMOS PROTAGONISTAS DE LO QUE DIOS SIGUE HACIENDO HOY.

La ascensión de Jesús marca el final de su ministerio físico en la tierra, pero también el inicio del ministerio del Espíritu en y a través de la iglesia. Él nos prometió que seríamos revestidos de poder, porque no podemos solos: necesitamos la llenura de su Espíritu.

Esa llenura no es opcional, es vital. Es más que importante, más que necesaria para vivir nuestras vidas y cumplir la misión que se nos encomendó.

Jesús dijo: «Recibirán poder» (Hechos 1:8). Ese poder es una capacidad sobrenatural para vivir, para predicar y para transformar la vida de otros. No es para satisfacer nuestros deseos ni para un bienestar personal, es para cumplir la misión.

LO QUE JESÚS COMENZÓ NO TERMINÓ CON SU ASCENSIÓN AL CIELO, CONTINÚA HOY EN NOSOTROS, SU IGLESIA, POR MEDIO DEL ESPÍRITU SANTO.

Él obra en nuestra vida para que podamos llevar a cabo la misión que Jesús nos encomendó: «Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas noticias… hagan discípulos de todas las naciones… enseñándoles a obedecer…» (Marcos 16:15-18; Mateo 28:18-20).

Las señales no son un fin en sí mismas. No buscamos las señales ni corremos tras ellas; al obedecer y avanzar, las señales nos acompañan. Porque Jesús mismo lo aseguró: «El que cree en mí, las obras que yo hago también él las hará, y aún mayores, porque yo vuelvo al Padre» (Juan 14:12).

Así como Jesús al comenzar su ministerio dijo: «El Espíritu del Señor está sobre mí…» (Lucas 4:18-19), hoy su Espíritu está sobre nosotros para:

  • Anunciar buenas noticias en medio de un mundo lleno de malas noticias, violencia, guerras y conflictos
  • A proclamar libertad a quienes todavía son esclavos del pecado, de los deseos, de los vicios y del miedo.
  • A abrir los ojos de los que viven sin esperanza, engañados y sin fuerzas para avanzar.
  • A poner en libertad a los oprimidos por el diablo, por la ansiedad, el dolor y la muerte.
  • Y a proclamar con voz clara que el amor, el perdón, la gracia, la vida y la salvación de Dios están disponibles para todos.

LA PROMESA ES QUE JESÚS VOLVERÁ… HASTA ENTONCES, NOS TOCA A NOSOTROS PREDICAR Y ANUNCIAR SU VENIDA.

 

 


REFLEXIÓN

¿ESTOY BUSCANDO A JESÚS PARA SUPLIR MIS NECESIDADES?

Muchas veces vamos a Jesús como si fuera un recurso para que resuelva lo urgente. Y cuando las cosas no salen como esperamos, sentimos frustración y hasta pensamos que Dios nos dejó. Pero la verdad es que no se trata de que Él cumpla todos nuestros planes, sino de que aprendamos a confiar en que su presencia siempre está con nosotros, incluso cuando los resultados no son los que imaginamos.

 

¿EN QUÉ ESTOY INVIRTIENDO MI VIDA?

Podemos llenar la agenda de logros, trabajar por metas y acumular cosas, pero si al final perdemos lo más importante, nuestra alma, nada de eso sirve. La inversión real de nuestra vida no se mide por lo que juntamos, sino por lo que sembramos en otros y por lo que construimos en lo eterno. Si toda nuestra energía se va en correr tras lo pasajero, estamos perdiendo la oportunidad de vivir con propósito eterno.

 

¿USO EL PODER DE DIOS PARA SUPLIR MIS DESEOS O PARA CUMPLIR SU MISIÓN?

El poder que Dios nos dio no es para que lo usemos como un lujo personal, sino para que cumplamos la misión que nos encomendó. Cuando el Espíritu Santo nos llena, no lo hace para que vivamos en comodidad, sino para que seamos testigos y llevemos su amor a otros. No tenemos que esperar señales para avanzar; cuando caminamos en obediencia, las señales nos siguen. El secreto no está en pedir poder para lo que queremos, sino en avanzar en la misión confiando en que el Espíritu nos respalda.