«Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.» Hechos 1.8 

Vivimos en un mundo que está acostumbrado a funcionar bajo la «meritocracia», un sistema social en el que las personas son seleccionadas y avanzan en función de sus méritos, es decir, sus habilidades, talentos, esfuerzo y logros. Y qué difícil se nos hace recibir algo, cuando sabemos que no lo merecemos, haciéndonos sentir incluso incómodos o indignos. Reprimimos el deseo de recibir, e incluso de no pedir, pensando en que otras personas merecen más que yo. Y esto mismo nos sucede con el amor de Dios: creemos que por nuestros comportamientos, nuestras acciones o nuestros pecados somos indignos de recibir su amor; se nos hace difícil pensar que Dios nos ama, pero la verdad es que el amor de Dios no se condiciona en nuestras acciones, ni en nuestros errores, ni mucho menos en nuestros aciertos, porque el amor de Dios es GRACIA, es un regalo para nuestras vidas. (Nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados.) ¡Por gracia ustedes han sido salvados! (Efesios 2.5)

Jesús nos promete en Hechos 1.8 que vendrá el Espíritu Santo sobre nuestras vidas, un regalo que no está condicionado a lo que podamos hacer, ni mucho menos merecer, porque la realidad es que el Espíritu Santo está condicionado a lo que Dios dice, y es que va a venir sobre nuestras vidas en el momento que reconocemos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, para ser testigos con poder. 

En Juan 14:6 nos dice: "Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí. Sólo a través de Jesús llegamos a Dios. Pero primero tenemos que reconocer nuestra condición. Hemos ido en contra de la ley moral de Dios, y eso está en nuestra naturaleza humana, ya sea con una mentira, una mala decisión o, en resumidas cuentas, hemos transgredido alguno de los 10 mandamientos. Todo esto nos aleja de Dios, pero Jesús vino a este mundo a morir por nosotros, para que todo aquel que reconozca su condición pueda recibir salvación. TODOS NECESITAMOS DE JESÚS. Y si bien el evangelio es por gracia, necesitamos tomar una decisión, un compromiso personal día a día con Dios.  Decidimos creer y permanecer día a día. 

«En él también ustedes, cuando oyeron el mensaje de la verdad, el evangelio que les trajo la salvación, y lo creyeron, fueron marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido. Éste garantiza nuestra herencia hasta que llegue la redención final del pueblo adquirido por Dios, para alabanza de su gloria». Efesios 1:13-14.

Cuando reconocemos nuestra condición y decidimos creer en Jesús y aceptamos su salvación, por consecuencia el Espíritu Santo viene a habitar en nosotros. El Espíritu Santo incluye muchas bendiciones personales. Nos guía, nos capacita, nos consuela, nos restaura y nos da poder para vivir una vida y ser testigos. Es necesario saber que Dios no se ha olvidado de su promesa. Él nos ha prometido este maravilloso regalo de poder, autoridad y de ser testigos. Ser testigo se relaciona con la palabra «martyros» o «mártir», es decir entregar la vida física, dar testimonio hasta tal punto de dar la vida por ello, pero en nuestra realidad como país no vivimos persecución y no se nos castiga por creer en Jesús. Pero esto no nos exime de ser testigo ni mucho menos de morir, porque hay áreas en nuestro interior en donde debemos morir. (Culpa, falta de perdón, envidia, pena, tristeza, egoísmo, falta amor, rencor, odio, etc.) para poder ser libres y ser testigo de lo que Dios quiere hacer en nuestra vida. 

Dios puede cambiar una persona, una familia, una comunidad, una sociedad y un país, pero es necesario que nosotros primeramente podamos dar el primer paso y CREER, pero también PERMANECER. Y permanecer tiene que ver con negarse día a día. Permanecer en Él nos lleva a intentar parecernos un poco más a Jesús y menos a lo que éramos antes de morir internamente. ES UN PROGRESO Y UNA DECISIÓN DIARIA.

Tenemos la bendición de caminar día a día descubriendo los propósitos que Dios tiene para nuestras vidas, y uno de ellos es ser testigos, pero no cualquier testigo, sino uno con poder. Demostrando a quienes nos rodean que hay un Dios que salva, que cambia y que restaura. Porque el ser testigo no es solo ir a la iglesia los 52 domingos del año, cantar, orar y levantar los brazos en cada reunión; el ser testigo va mucho más allá; es morir internamente, morir a nuestro yo, a nuestro orgullo y tomar el compromiso de permanecer en Él.



¿ME ESTOY SINTIENDO AMADO POR DIOS O ESTOY BUSCANDO HACER COSAS PARA GANARME EL FAVOR DE ÉL?
El Espíritu Santo de Dios no viene a nosotros por lo que hagamos, sino por gracia; aceptar este regalo nos ayudará a experimentar una verdadera libertad y ser testigo de su amor y gracia en nuestras vidas.

¿ESTOY SOSTENIENDO DÍA A DÍA MI DECISIÓN DE SEGUIR A JESÚS?
Seguir a Jesús y permanecer en él es una decisión, es un compromiso intencional y diario; es por eso que necesitamos tener un corazón dispuesto a día a día decidir tener una relación genuina con Él. Involucrar a Dios en todas nuestras acciones y decisiones diarias, dejándolo a Él como modelo y prioridad.

¿ESTOY MOSTRANDO A OTROS A TRAVÉS DE MI VIDA LO QUE DIOS PUEDE HACER?
Estamos llamados a ser testigos del poder de Dios a través del Espíritu Santo, demostrando a quienes nos rodean que Dios salva, sana y restaura; al hacer esto no solo cambiamos nuestra vida, si no también la de quienes nos rodean, convirtiéndonos en verdaderos testigos del amor de Dios. 

 

 

 

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