«Entonces regresaron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, situado aproximadamente a un kilómetro de la ciudad. Cuando llegaron, subieron al lugar donde se alojaban. Estaban allí Pedro, Juan, Jacobo, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas hijo de Jacobo. Todos, en un mismo espíritu, se dedicaban a la oración, junto con las mujeres y con los hermanos de Jesús y su madre María. Por aquellos días Pedro se puso de pie en medio de los creyentes, que eran un grupo como de ciento veinte personas, y les dijo: «Hermanos, tenía que cumplirse la Escritura que, por boca de David, había predicho el Espíritu Santo en cuanto a Judas, el que sirvió de guía a los que arrestaron a Jesús. Judas se contaba entre los nuestros y participaba en nuestro ministerio. (Con el dinero que obtuvo por su crimen, Judas compró un terreno; allí cayó de cabeza, se reventó, y se le salieron las vísceras. Todos en Jerusalén se enteraron de ello, así que aquel terreno fue llamado Acéldama, que en su propio idioma quiere decir “Campo de Sangre”). »Porque en el libro de los Salmos —continuó Pedro— está escrito: »“Que su lugar quede desierto, y que nadie lo habite”. También está escrito: »“Que otro se haga cargo de su oficio” Por tanto, es preciso que se una a nosotros un testigo de la resurrección, uno de los que nos acompañaban todo el tiempo que el Señor Jesús vivió entre nosotros, desde que Juan bautizaba hasta el día en que Jesús fue llevado de entre nosotros». Así que propusieron a dos: a José, llamado Barsabás, apodado el Justo, y a Matías. Y oraron así: «Señor, tú que conoces el corazón de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido para que se haga cargo del servicio apostólico que Judas dejó para irse al lugar que le correspondía». Luego echaron suertes y la elección recayó en Matías; así que él fue reconocido junto con los once apóstoles.» Hechos 1.12-26
En Hechos 1.12-26 vemos a los discípulos en ese tiempo de espera entre la promesa de Jesús y la llegada del Espíritu Santo. Él les dio una orden clara: «No se alejen de Jerusalén, sino esperen la promesa del Padre» (Hechos 1.4-5).
El problema es que la espera nunca es fácil. El «mientras tanto» incomoda, porque la ansiedad nos empuja a resolver todo rápido. Pero es más costoso no esperar, que esperar.
La Biblia muestra las consecuencias de quienes no supieron esperar: un rey perdió su reino (1 Samuel 13), un joven perdió su vida (Jueces 16) y un hombre quiso «ayudar a Dios» para cumplir la promesa y hasta hoy vemos las consecuencias (Génesis 16).
LA ORDEN DE JESÚS HABÍA SIDO BIEN CLARA: ¡ESPEREN!
Desde el Antiguo Testamento, Dios había prometido derramar su Espíritu: Isaías declaró: «Hasta que desde lo alto el Espíritu sea derramado sobre nosotros» (Isaías 32.15-16) y «Derramaré mi Espíritu sobre tu descendencia» (Isaías 44.3); Ezequiel afirmó: «Les daré un nuevo corazón y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes» (Ezequiel 36.26-27), «Pondré en ti mi aliento de vida y volverás a vivir» (Ezequiel 37.14), y «derramaré mi Espíritu sobre toda Israel» (Ezequiel 39.29) Joel lo confirmó: «Derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano, Y todo el que invoque el nombre del Señor será salvo,» (Joel 2.28-32).
En el Nuevo Testamento la promesa se repite: Juan el Bautista anunció: «Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego» (Mateo 3.11); Jesús afirmó: «El Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan» (Lucas 11.13), «ríos de agua viva brotarán de su interior, con esto se refería al Espíritu que habrían de recibir más tarde los que creyeran en él.» (Juan 7.37-39), «yo le pediré al Padre, y él les dará otro Consolador» (Juan 14.16-17), Por eso dijo «les conviene que me vaya, porque si no me voy, el Consolador no vendrá» (Juan 16.7-8), Por eso Jesús le dijo a sus discípulos que esperen y no se vayan, porque hay una promesa para todos. «quédense en la ciudad hasta que sean revestidos del poder de lo alto» (Lucas 24.49).
EL ESPÍRITU SANTO, NO ES UNA FUERZA O UNA PALOMA, ES LA TERCERA PERSONA DE LA TRINIDAD, Y SU OBRA ES PODEROSA EN NUESTRAS VIDAS.
El Espíritu Santo en nuestra vida es vital para nosotros y para la vida de todos los creyentes porque:
- Nos convence de pecado, justicia y juicio (Juan 16.8-11). El Espíritu nos muestra dónde estamos fallando.
- Nos regenera y da nueva vida (Juan 3.5-6; Tito 3.5). Nacer de nuevo no es un esfuerzo humano, es obra del Espíritu. Él nos limpia y nos hace empezar de cero.
- Habita en nosotros (1 Corintios 6.19). No estamos solos, somos templo del Espíritu Santo. Su presencia vive en nosotros cada día.
- Nos guía a toda verdad (Juan 16.13). En un mundo lleno de mentiras y confusión, el Espíritu nos dirige, nos enseña y nos revela lo que necesitamos saber y lo que nos conviene.
- Nos da poder para testificar de Jesús (Hechos 1.8). Con el Espíritu tenemos valor y autoridad para hablar de Cristo en cualquier lugar.
- Nos consuela y fortalece en la debilidad (Romanos 8.26). Cuando no tenemos fuerzas ni palabras, Él intercede por nosotros, trayendo fuerzas y fortaleza.
- Produce resultados en nuestra vida (Gálatas 5.22-23). El carácter de Cristo se forma en nosotros: amor, alegría, paz, paciencia, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio.
- Nos da dones para edificar la iglesia (1 Corintios 12.7-11). Nos capacita para hacer el bien a otros.
- Nos enseña y recuerda las palabras de Jesús (Juan 14.26). Cuando necesitamos dirección, Él nos trae a la memoria lo que Jesús ya nos dijo en nuestras vidas.
- Nos sella como garantía de salvación (Efesios 1.13-14). Su presencia en nosotros es la marca de que pertenecemos a Dios.
- Nos da entendimiento espiritual (1 Corintios 2.15-16). Nos abre los ojos para discernir lo que viene de Dios y lo que no, y nos da la mente de Cristo para tomar decisiones.
- Nos da libertad (2 Corintios 3.17). Donde está el Espíritu de Dios, hay verdadera libertad: libertad de la culpa, de la condena y de todo lo que nos ata.
- Nos transforma a la imagen de Cristo (2 Corintios 3.18). Somos transformados para vivir y parecernos a Cristo.
- Nos capacita para orar correctamente (Romanos 8.27). Aun cuando no sabemos cómo pedir, el Espíritu intercede de acuerdo a la voluntad de Dios.
- Da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios (Romanos 8.16). Pertenecemos a la familia de Dios. Somos sus hijos.
- Nos fortalece interiormente (Efesios 3.16). Aunque enfrentemos dificultades, por Él nos llena de poder, nos sitúen y nos da fortaleza.
- Nos unge para la misión (Lucas 4.18-19). El Espíritu nos equipa y nos capacita para acercar a otras personas a Dios.
Lamentablemente hoy muchas personas viven sin saber lo que Dios ha prometido y por eso no esperan nada.
Hoy muchos viven sin esperar nada de Dios porque no conocen sus promesas. Jesús dijo «esperen», pero en nuestra cultura la palabra «orden» se asocia a abuso, autoritarismo y control. Esto genera rechazo hacia toda autoridad, porque muchos han sufrido maltrato en la familia, el trabajo, la educación, el gobierno e incluso la iglesia. Así, se confunde autoridad con autoritarismo.
Vivimos en una sociedad que idolatra la autonomía, cree que libertad es hacer lo que uno quiere y que obedecer es perder independencia. Se escucha «seguí tu corazón, hace lo que sientas», y cualquier orden parece intromisión. Esto lleva a evitar compromisos, rechazar estructuras y vivir sin dirección, gobernados por emociones frágiles y relaciones rotas.
PERO EL MODELO DE AUTORIDAD QUE JESÚS ENSEÑA HACE BIEN A OTROS.
Pero Jesús mostró un modelo distinto: «entre ustedes no debe ser así» (Mateo 20.25-28). La verdadera autoridad busca el bien del otro y se expresa en servicio, no en opresión. Y cuando Dios da una orden, lo que espera de nosotros es obediencia. Eso significa escuchar, rendir nuestra voluntad y confiar en que Él sabe mejor que nosotros.
Obedecer implica esperar, incluso en una cultura de lo inmediato, donde todo es rápido e instantáneo. Pero la obediencia nos guarda bajo el diseño de Dios. Toda autoridad fue establecida por Él para nuestro bien (Romanos 13.1-5), y nos llama a vivir practicando el bien con humildad (Tito 3.1-2).
Cuando vivimos así, quedamos libres del temor a la autoridad, porque hacemos lo bueno y honramos a Dios (1 Pedro 2.13-17). Reconocemos que la autoridad bien ejercida bendice, y aprendemos también a ser buena autoridad cuando nos toca liderar.
LA ORDEN PARA LOS DISCÍPULOS ERA CLARA: «ESPEREN».
Jesús fue claro: «esperen». Y aunque la cultura de hoy rechaza la idea de autoridad, obedecer no es perder libertad: es confiar en que Dios sabe hacer las cosas mejor que nosotros. «El obedecer vale más que el sacrificio» (1 Samuel 15.22). Los discípulos obedecieron. No tenían todos los detalles, pero permanecieron unidos en oración y expectativa. Y esa obediencia abrió el camino para que la promesa se cumpliera.
Nosotros también somos llamados a obedecer. Obedecer significa rendir mi voluntad, mis deseos y mis tiempos, para hacer lo que Dios quiere. Y eso siempre trae bendición, crecimiento y dirección.
ESPERAR NO ES PASIVIDAD O NO HACER NADA… ES PREPARARSE, MANTENER LA EXPECTATIVAS, ESTAR ACTIVO Y CONFIANDO EN LA PROMESA DE DIOS.
La fe no es pasividad: «La fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve» (Hebreos 11.1).
En el «mientras tanto», los discípulos no se quedaron inmóviles: oraron, se mantuvieron juntos y eligieron a Matías para seguir con la misión (Hechos 1.21-26). Ellos entendieron que la tarea era grande y que necesitaban sumar a otros.
Nosotros también entendemos que la espera se transforma en oportunidad cuando nos preparamos: buscamos a Dios, nos fortalecemos en su Palabra, sumamos personas y seguimos avanzando en la misión.
El Espíritu Santo ya fue enviado, pero todavía esperamos lo más grande: Jesús volverá. «Este mismo Jesús, que ha sido llevado de entre ustedes al cielo, vendrá otra vez» (Hechos 1.11).
En el «mientras tanto», vivimos en obediencia, esperamos con fe y nos preparamos activamente. Buscamos ser llenos del Espíritu, porque solo Él nos da poder para vivir como testigos de Jesús y llevar adelante la misión.
La espera no es pérdida. Es el terreno donde Dios nos forma, nos fortalece y nos prepara para lo que viene.
REFLEXIÓN
¿ESTOY CREYENDO Y ESPERANDO LAS PROMESAS DE JESÚS?
Jesús les dijo a los discípulos «esperen». Al igual que ellos, necesitamos de este poder, pero hay algo que Dios nos pide: obedecer y esperar con un corazón expectante, confiando en lo que Él va a hacer. Muchas veces, cuando no vemos lo que deseamos, perdemos el rumbo y nos cuesta reconocer con claridad que Dios está con nosotros. Su Espíritu Santo nos fortalece, nos equipa en cada circunstancia y nos recuerda que todo lo que Dios promete, lo cumple.
¿ESTOY BUSCANDO SER LLENO DEL ESPÍRITU SANTO?
Necesitamos ser llenos del Espíritu Santo para ser transformados profundamente, guiando nuestra vida y mostrándonos dónde necesitamos cambiar. Nos fortalece en la debilidad, nos libera de todo lo que nos ata y nos asegura como hijos de Dios. Su presencia nos da valor, sabiduría y dirección, y nos capacita para cumplir la misión que Él nos ha encomendado. Vivir llenos del Espíritu es vivir en su poder, su paz y su propósito cada día.
¿ESTOY ACERCANDO A OTROS A DIOS?
El Espíritu Santo no actúa solo para nuestro beneficio; su propósito también es que otros lo conozcan. Nos capacita para compartir lo que hemos visto y oído. Nuestra vida refleja a Dios, facilitando que otros lo conozcan, siempre recordando que somos parte de algo más grande: sumar a otros, para que juntos ayudemos a que todos puedan acercarse a Dios.