EL CUMPLIMIENTO — Mensaje #4 | Serie «HECHOS»


«Entonces Pedro, con los once, se puso de pie y dijo a voz en cuello: «Compatriotas judíos y todos ustedes que están en Jerusalén, déjenme explicarles lo que sucede; presten atención a lo que voy a decir. Estos no están borrachos, como suponen ustedes. ¡Apenas son las nueve de la mañana! En realidad lo que pasa es lo que anunció el profeta Joel:  »“Sucederá que en los últimos días —dice Dios—, derramaré mi Espíritu sobre todo ser humano. Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán, tendrán visiones los jóvenes y sueños los ancianos.  En esos días derramaré mi Espíritu aun sobre mis siervos y mis siervas, y profetizarán. Arriba en el cielo y abajo en la tierra mostraré prodigios: sangre, fuego y nubes de humo. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre antes que llegue el día del Señor, día grande y esplendoroso.Y todo el que invoque el nombre del Señor será salvo”. »Pueblo de Israel, escuchen esto: Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes con milagros, señales y prodigios, los cuales realizó Dios entre ustedes por medio de él, como bien lo saben. Este fue entregado según el determinado propósito y el previo conocimiento de Dios; y por medio de gente malvada, ustedes lo mataron, clavándolo en la cruz. Sin embargo, Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque era imposible que la muerte lo mantuviera bajo su dominio. En efecto, David dijo de él: »“Veía yo al Señor siempre delante de mí; porque él está a mi derecha, nada me hará caer. Por eso mi corazón se alegra y canta con gozo mi lengua; mi cuerpo también vivirá en esperanza. No dejarás que mi vida termine en los dominios de la muerte; no permitirás que tu santo sufra corrupción. Me has dado a conocer los caminos de la vida; me llenarás de alegría en tu presencia”. »Hermanos, permítanme hablarles con franqueza acerca del patriarca David, quien murió y fue sepultado, y cuyo sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy.  Era profeta y sabía que Dios le había prometido bajo juramento poner en el trono a uno de sus descendientes. Fue así como previó lo que iba a suceder. Refiriéndose a la resurrección del Cristo, afirmó que Dios no dejaría que su vida terminara en los dominios de la muerte ni que su fin fuera la corrupción. A este Jesús, Dios lo resucitó y de ello todos nosotros somos testigos. Exaltado a la derecha de Dios y, habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, ha derramado esto que ustedes ahora ven y oyen. David no subió al cielo, y sin embargo declaró: »“Dijo el Señor a mi Señor: ‘Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por debajo de tus pies’ ”. »Por tanto, que todo Israel esté bien seguro de que este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Cristo». Cuando oyeron esto, todos se sintieron profundamente conmovidos y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: —Hermanos, ¿qué debemos hacer? — ¡Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados—contestó Pedro—, y recibirán el don del Espíritu Santo. En efecto, la promesa es para ustedes, para sus hijos y para todos los que están lejos; es decir, para todos aquellos a quienes el Señor, nuestro Dios, llame. Y con muchas otras palabras les exhortaba insistentemente: —¡Sálvense de esta generación perversa!» Hechos 2.14-40

 

 

Vivimos rodeados de voces que opinan, que enseñan y que prometen dirección. Hay líderes, gurús, influencers, coachs, astrólogos, tarotistas y hasta falsos profetas que se presentan como guías, pero lo que terminan ofreciendo es confusión. Todos dicen tener la respuesta, todos tienen una verdad que vender, pero el costo de seguir esas voces no siempre es dinero: muchas veces es la pérdida del rumbo y del sentido. Jesús dijo que si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en un hoyo (Mateo 15:14).

En medio de tanta confusión, el mundo sigue buscando guía, dirección y propósito. Lo mismo pasó aquel día en Pentecostés. Mientras los ciento veinte obedecían la orden de esperar la promesa, el Espíritu Santo fue derramado sobre ellos y comenzaron a hablar las maravillas de Dios en distintos idiomas.

Las personas alrededor no entendían lo que estaba pasando, estaban maravilladas y confundidas, algunos incluso se burlaban diciendo que estaban borrachos, aunque eran apenas las nueve de la mañana (Hechos 2:12-13). Esto sigue pasando hoy. Cuando la gente ve lo que Dios hace y no lo entiende, reacciona con burla, miedo o incredulidad.

LO ESPIRITUAL NO PUEDE ENTENDERSE CON LOS OJOS NATURALES.

Como dice 1 Corintios 2:14, quien no tiene el Espíritu de Dios no acepta lo que procede de Él, porque le parece locura. El entendimiento del que no conoce a Dios está oscurecido (Romanos 1:20-25).

Desde el Génesis, Dios buscó darse a conocer, caminar con nosotros, pero muchas veces lo vimos como un Dios distante o ajeno. Y por eso el evangelio parece una locura: la cruz es una locura para los que se pierden, pero para nosotros es el poder de Dios (1 Corintios 1:18-25). Vivimos en un mundo que llama bueno a lo malo y malo a lo bueno, que se dice sabio y se vuelve necio. Por eso elegimos predicar a Cristo crucificado. Para los que creemos, el evangelio es poder de Dios para salvación (Romanos 1:16-17).

EL EVANGELIO NO ES UNA TEORÍA NI UNA FILOSOFÍA DE VIDA. ES PODER QUE TRANSFORMA, QUE ABRE LOS OJOS, QUE LIBERA, QUE DA VIDA.

Pedro, junto con los once, se puso de pie y habló a viva voz. No lo hizo con vergüenza ni temor, sino con autoridad y poder (Hechos 2:14-36). Dijo: «Déjenme explicarles lo que sucede; presten atención». Y eso hacemos también nosotros: hablar con claridad, llenos del Espíritu Santo

Jesús había dicho que recibiríamos poder para ser sus testigos hasta los confines de la tierra (Hechos 1:8). Y eso fue lo que sucedió. Pedro habló con claridad: Jesús murió según el plan de Dios (Hechos 2:23), nadie le arrebató la vida; Él mismo la entregó (Juan 10:18). La cruz no fue un accidente: fue propósito divino. Y Dios lo resucitó, porque era imposible que la muerte lo retuviera (Hechos 2:24). Luego lo exaltó y lo hizo Señor y Cristo (Hechos 2:33, 36).

Ese es nuestro mensaje: Jesús resucitó y vive. Él es Señor y Cristo. No predicamos una opinión más ni una motivación momentánea. Nuestro mensaje no es autoayuda ni filosofía. Predicamos a un Cristo vivo que venció la muerte. Como dijo Pablo, no dependemos de palabras sabias, sino del poder del Espíritu (1 Corintios 2:1-5).

NUESTRO MENSAJE NO ES UNA OPINIÓN MÁS, ES EL PODER DE CRISTO VIVO.

No estamos para callarnos ni para distraernos con temas políticos o sociales. Nuestro mensaje sigue siendo el mismo: Jesús. Él es nuestro mensaje, nuestra esperanza y nuestra respuesta. Somos llamados a hablar con poder y claridad en medio de tanta confusión. Así como Pedro dijo «presten atención», nosotros también nos levantamos hoy a decirlo con valentía: no estamos para callar, somos luz y sal en medio de este mundo.

JESÚS ES LA RESPUESTA.

Cuando la multitud escuchó a Pedro, se sintieron profundamente conmovidos y preguntaron: «¿Qué debemos hacer?» (Hechos 2:37). Esa sigue siendo la gran pregunta de hoy. Muchos siguen buscando respuestas, dirección y sentido, y la respuesta sigue siendo una sola: Jesús.

Él es la respuesta para todos por igual. No hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos (Hechos 4:12). Jesús mismo dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie llega al Padre sino por mí» (Juan 14:6).

NO HAY OTRO CAMINO, NO HAY OTRA ALTERNATIVA. SOLO JESÚS SALVA.

Solo Él nos lleva a Dios. No hay santo, no hay guía, no hay maestro espiritual que pueda ocupar su lugar. Ante el mensaje de Pedro, el pueblo fue conmovido, y nuestra tarea hoy es la misma: dar el mensaje con claridad y poder, sabiendo que quien convence es el Espíritu Santo, no nuestra elocuencia ni nuestras palabras (Juan 16:7-16).

El Espíritu Santo es quien trae convicción de pecado, justicia y juicio. Es Él quien toca los corazones y muestra el camino. Muchas veces tratamos de cambiar a otros por fuerza, pero solo el Espíritu Santo convence y transforma. Cuando Él actúa, surge esa pregunta sincera: «¿Qué debo hacer?».

La respuesta de Pedro fue clara y directa: «Arrepiéntanse y bautícense cada uno en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo» (Hechos 2:38).

ARREPENTIRSE SIGNIFICA CAMBIAR DE DIRECCIÓN.

Es reconocer nuestros errores, asumir responsabilidad y confesarlos. El arrepentimiento no es culpa ni castigo: es una decisión que nos lleva a la libertad. Como dice 2 Corintios 7:10, la tristeza que proviene de Dios produce arrepentimiento que lleva a salvación. No se trata de sentirnos mal, sino de volvernos a Dios con un corazón sincero.

EL ARREPENTIMIENTO NOS LLEVA A LA LIBERTAD.

Confesar nuestros pecados nos limpia de toda maldad (1 Juan 1:5-10). Cuando vivimos en la luz, no necesitamos ocultar nada. Dios nos invita a reconocer nuestras faltas, no para humillarnos, sino para restaurarnos. Por eso nos animamos unos a otros, oramos unos por otros y caminamos juntos en la fe (Santiago 5:15-16).

Dios quiere que todos se arrepientan (2 Pedro 3:9). Cada uno de nosotros tiene una responsabilidad personal frente a su mensaje. No hay salvación colectiva ni fe heredada: cada uno debe responder al llamado de Jesús.

El bautismo es el siguiente paso. Es señal de arrepentimiento y decisión. No es un rito simbólico sin sentido: es morir a nuestra vieja vida y nacer a una nueva (Mateo 3:11). Es una decisión personal, consciente y determinada de seguir a Jesús con toda nuestra vida. No es por tradición ni por emoción del momento, sino porque entendemos que ya no vivimos para nosotros, sino para Él.

EL BAUTISMO ES LA EXPRESIÓN EXTERNA DE UNA TRANSFORMACIÓN INTERNA.

Es una decisión personal, consciente y determinada de seguir a Jesús con toda nuestra vida. No es por tradición ni por emoción del momento, sino porque entendemos que ya no vivimos para nosotros, sino para Él. Es una confesión pública de fe, una declaración de que Jesús es el Señor de nuestra vida. No es una decisión liviana, es compromiso. Es levantarnos y decir: «Jesús, te sigo con todo lo que soy».

EN JESÚS ESTÁ TODO LO QUE NECESITAMOS.

Jesús nos llamó a anunciar las buenas noticias a toda criatura. «El que crea y sea bautizado será salvo» (Marcos 16:15-16). Por eso entendemos que en Jesús está todo lo que necesitamos: salvación, libertad, dirección y propósito. Ninguna sabiduría humana, filosofía o sistema puede reemplazar lo que Él hace en nosotros.

Y después de arrepentirnos y bautizarnos, viene la promesa: recibir el Espíritu Santo.

Y ESA PROMESA ES PARA TODOS.

Esa promesa no fue solo para los que estaban allí ese día, sino también para nosotros y para todos los que el Señor llame (Hechos 2:39). El Espíritu Santo se sigue derramando hoy. Él llena nuestras vidas, nos da poder, valentía y sabiduría para responder a un mundo que no entiende, que supone, que busca en lugares equivocados.

EL ESPÍRITU SANTO NOS DA LA CLARIDAD QUE EL MUNDO NO TIENE.

Pedro exhortó: «¡Sálvense de esta generación perversa!» (Hechos 2:40). Y ese llamado sigue siendo vigente. No es un mensaje de condena, sino de esperanza. Es una invitación a salir del ruido, de las voces falsas, de los engaños espirituales, y volver a Dios.

Fuimos rescatados de la oscuridad y trasladados al reino de su Hijo amado (Colosenses 1:13-14). Sin embargo, a veces volvemos a buscar respuestas en la oscuridad, cuando la respuesta siempre fue Jesús.

Hoy esa invitación sigue abierta. El mismo Espíritu que se derramó en Pentecostés quiere derramarse sobre nosotros. El mismo poder que levanto a Jesús de entre los muertos puede levantar nuestras vidas.

Dios sigue cumpliendo su promesa. Jesús sigue siendo nuestro mensaje. Su Espíritu sigue siendo nuestra fuerza.

JESÚS ESTÁ VIVO, Y SU PODER SE SIGUE MANIFESTANDO EN NOSOTROS.

 

 


REFLEXIÓN

¿DÓNDE ESTOY BUSCANDO RESPUESTAS?

Muchas veces buscamos respuestas en las personas, en la lógica o en lo que el mundo ofrece, pero nada de eso puede llenar el corazón. Las respuestas verdaderas están en Jesús. Él no solo responde, Él guía, sostiene y da sentido. En Él encontramos fuerzas para seguir, esperanza cuando todo parece confuso y dirección cuando no sabemos por dónde ir. Jesús no es una opción más, es la respuesta que da vida.

 

¿ESTOY ASUMIENDO LA RESPONSABILIDAD DE MIS ACCIONES?

Muchas veces buscamos a quién culpar, pero mientras hacemos eso, no cambiamos. El cambio comienza en nosotros. Cuando reconocemos nuestros errores y decidimos arrepentirnos, le damos espacio a Dios para obrar. No se trata de sentir culpa, sino de tomar decisiones nuevas. Asumir la responsabilidad es nuestro paso hacia la libertad. En nosotros está elegir cambiar, pedir perdón y dejar que Dios transforme lo que tiene que ser transformado.

 

¿ESTOY COMPARTIENDO EL MENSAJE DE JESÚS?

El mundo está lleno de voces que prometen respuestas, pero nosotros tenemos el único mensaje que da vida: Jesús. No fuimos llamados a ser una voz más, sino a ser testigos con valentía y claridad. Cuando el Espíritu Santo está en nosotros, no hablamos desde la opinión, sino desde el poder de Dios. Nuestro mensaje no es motivación ni filosofía: es un Cristo vivo que sigue transformando vidas.