LA PROMESA — Mensaje #3 | Serie «HECHOS»


«Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, vino del cielo un ruido como el de una violenta ráfaga de viento y llenó toda la casa donde estaban reunidos. Aparecieron entonces unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Estaban de visita en Jerusalén judíos piadosos, procedentes de todas las naciones de la tierra. Al oír aquel bullicio, muchos corrieron al lugar y quedaron todos pasmados porque cada uno los escuchaba hablar en su propio idioma. Desconcertados y maravillados, decían: «¿No son galileos todos estos que están hablando? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye hablar en su lengua materna? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de la provincia de Asia,  de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia cercanas a Cirene; visitantes llegados de Roma; judíos y convertidos al judaísmo; cretenses y árabes: ¡todos por igual los oímos proclamar en nuestra propia lengua las maravillas de Dios!». Desconcertados y perplejos, se preguntaban: «¿Qué quiere decir esto?». Otros se burlaban y decían: «Lo que pasa es que están borrachos».» Hechos 2.1-13 NVI

 

 

Continuamos con nuestra serie de mensajes llamada «Hechos», donde nos metemos en lo que sucedió después de la crucifixión y resurrección de Jesús. Luego de resucitar, Él pasó 40 días con sus discípulos, hablándoles acerca del Reino de Dios y entregándoles una misión: llevar las buenas noticias a todo el mundo. Pero antes de salir, Jesús les dio una orden clara: «Quédense en Jerusalén y esperen la promesa del Padre».

La Biblia dice: «Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar» (Hechos 2.1). Otra versión dice: «estaban todos unánimes juntos» (RVR1960) Y es que no se trataba solo de estar reunidos físicamente, sino de estar unánimes, en un mismo sentir, mente y corazón.

La unidad es mucho más que compartir un espacio; es acuerdo, armonía y una decisión común. Podemos estar juntos en un mismo lugar, pero estar unánimes significa algo más profundo: compartir una misma convicción y caminar en la misma dirección.

Ellos habían escuchado y obedecido la orden de Jesús: «No se alejen de Jerusalén, sino esperen la promesa del Padre, de la cual les he hablado: Juan bautizó con agua, pero dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo» (Hechos 1.4-5).

LA UNIDAD ES VITAL, NO ES OPCIONAL.

Vivimos en un mundo que potencia el egoísmo y el individualismo, donde lo más importante parece ser nuestra comodidad, deseos e intereses, en donde lo común es optar por la soledad. Pero la soledad no es una circunstancia, si no la decisión de caminar solos en la vida.

La unidad es mucho más que estar acompañados, tiene que ver con caminar con otros donde hay un mismo sentir, donde dejamos de lado nuestro egoísmo y lo que queremos. Jesús antes de ir a la cruz oró por sus discípulos diciendo: «Padre santo, protégelos con el poder de tu nombre… para que sean uno, lo mismo que nosotros» (Juan 17.11).

Y añadió: «Ruego también por los que han de creer en mí… para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Juan 17.20-21).

LA UNIDAD ES VITAL, NO SOLO PARA SER GUARDADOS EN LA FE, SINO PARA QUE EL MUNDO CREA EN JESÚS.

La clave para permanecer firmes, resistir, avanzar y ver resultados está en la unidad. Jesús nos lo enseña en innumerables ocasiones, mostrándonos que el fin de todo es la unidad (Mateo 18.15). Por eso la Palabra nos recuerda: «Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mateo 18.20), y nos anima: «No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacer algunos, sino animémonos unos a otros» (Hebreos 10.25).

DONDE HAY UNIDAD, LA PRESENCIA DE DIOS SE MANIFIESTA.

La unidad atrae la presencia de Dios, como declara el Salmo: «¡Cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos convivan en armonía!… Allí el SEÑOR envía su bendición, vida para siempre» (Salmos 133.1-3).

Sin embargo, todo busca que no estemos unidos, que nos distanciemos, que nos dividamos. Pero cuando no estamos unidos, todos perdemos: nosotros y las personas a las que podríamos impactar con nuestra vida.

Unidad no significa que todos pensemos o hagamos lo mismo, pero sí implica que dejamos de lado orgullo, posturas y egoísmo por el bien común. La iglesia no es un lugar donde cada uno busca lo suyo, sino un cuerpo donde todos perseguimos lo mismo: conocer a Jesús, crecer juntos y vivir con propósito.

La unidad es vital para que el Espíritu Santo se derrame y para que las personas crean. Donde hay obediencia y unidad, el Espíritu se derrama. Lo que nos toca a nosotros es esforzarnos por mantener esa unidad (Efesios 4.1-6).

En la unidad de la iglesia crecemos en fe, en amor, nos ayudamos y nos potenciamos unos a otros a través de la comunión, la oración, la Palabra, el servicio y la amistad (Efesios 4.16). Para crecer necesitamos ser plantados en un lugar, como nos enseña Salmos (92.12-15).

Y ES QUE LA UNIDAD ES EL TERRENO DONDE DIOS DERRAMA SU ESPÍRITU Y RESPONDE. Y ESO FUE EXACTAMENTE LO QUE SUCEDIÓ EN PENTECOSTÉS.

«De repente, vino del cielo un ruido como el de una violenta ráfaga de viento y llenó toda la casa donde estaban reunidos. Aparecieron entonces unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse» (Hechos 2.2-4).

Jesús había prometido: «Cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos» (Hechos 1.8). Y el profeta Joel ya lo había anunciado: «Derramaré mi Espíritu sobre todo ser humano. Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán, tendrán sueños los ancianos y los jóvenes recibirán visiones» (Joel 2.28-29).

EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU SANTO ES PODER PARA VIVIR Y SERVIR MÁS ALLÁ DE NUESTRAS FUERZAS.

El bautismo en el Espíritu Santo no es lo mismo que la salvación. Es una experiencia espiritual con evidencias como hablar en lenguas (Hechos 2.4), predicar con denuedo y recibir convicción de corazón.

Hechos 1.8 nos dice: «Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos… hasta en los confines de la tierra». La llenura del Espíritu Santo nos da poder para vivir y servir más allá de nuestras capacidades y cumplir el propósito de Dios.

LA EXPERIENCIA DE LA LLENURA DEL ESPÍRITU SANTO, SEGÚN ES RELATADA EN LA BIBLIA, VA ACOMPAÑADA DE UNA SEÑAL QUE ES PARA EDIFICACIÓN DEL CREYENTE.

En la Biblia, esta experiencia viene acompañada de señales que nos edifican. Una de ellas es la oración en lenguas. Hechos 2.2-4 relata: «De repente, vino del cielo un ruido como el de una violenta ráfaga de viento… Aparecieron entonces unas lenguas como de fuego… Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse».

Hablar en lenguas nos edifica personalmente, como dice 1 Corintios 14.4, aunque no edifica directamente a los demás. Por eso debemos combinar oración con entendimiento y usar palabras comprensibles en la iglesia (1 Corintios 14.12-19).

Al orar en lenguas, el Espíritu intercede por nosotros, porque sabe lo que necesitamos aunque nosotros no lo sepamos. Romanos 8.26-27 nos recuerda: «Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos… intercede conforme a la voluntad de Dios».

El Espíritu nos da palabras en la mente y el corazón, pero somos nosotros quienes las expresamos. Jesús nos enseñó a pedir, buscar y llamar para recibirlo (Lucas 11.1-13), y hoy sigue bautizándonos con el Espíritu Santo. Es una promesa para todos nosotros, y todos deberíamos desear esta experiencia en nuestra vida. Nos toca pedir, buscar y llamar.

LAS MARAVILLAS DE DIOS NO SON PARA ENTRETENER, SINO PARA REVELAR SU GRANDEZA Y ATRAER A LAS PERSONAS HACIA ÉL.

Jesús mismo nos lo aseguró: «Estas señales acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en nuevas lenguas… pondrán las manos sobre los enfermos y estos recobrarán la salud» (Marcos 16.17-18).

Y no fue algo aislado del día de Pentecostés: la Biblia muestra cómo siguió ocurriendo. Pedro lo explicó: «El Espíritu Santo descendió sobre ellos tal como al principio descendió sobre nosotros» (Hechos 11.15). En Samaria: «Pedro y Juan les impusieron las manos y ellos recibieron el Espíritu Santo» (Hechos 8.17). En Éfeso: «Cuando Pablo les impuso las manos, el Espíritu Santo vino sobre ellos y empezaron a hablar en lenguas y a profetizar» (Hechos 19.6). Y esta promesa sigue vigente hoy para nosotros.

El Espíritu Santo es persona, no energía. Es quien nos guía, nos fortalece, nos ayuda a orar e intercede por nosotros: «En nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos… intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras» (Romanos 8.26). Y Jesús mismo nos aseguró: «¡Cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!» (Lucas 11.13).

En el día del pentecostés algunos se asombraban y otros se burlaban: «Lo que pasa es que están borrachos» (Hechos 2.13). Pero la Escritura explica: «El que no tiene el Espíritu no acepta lo que procede de Dios, pues para él es locura» (1 Corintios 2.14).

Aun así, Dios quiere revelarse de manera que todos lo podamos entender. Y la promesa es clara: cuando hay unidad y obediencia, el Espíritu Santo se derrama. Nos llena de poder para vivir más allá de nuestras fuerzas, para ser testigos y para que el mundo conozca las maravillas de Dios.

 

 


REFLEXIÓN

¿ESTOY SIENDO INTENCIONAL EN MANTENER LA UNIDAD?

La unidad no es una opción, es vital. No alcanza con estar en el mismo lugar físico; la verdadera unidad se trata de tener un mismo sentir, mente y corazón con un solo fin: que todos conozcan a Jesús. Ser intencionales implica ir en contra de lo que el mundo promueve, la individualidad y egoísmo, por eso necesitamos esforzarnos en mantener la unidad. Cuando lo hacemos, no solo nos beneficiamos nosotros, sino que mostramos al mundo la clave para creer en Jesús.

 

¿LA LLENURA DEL ESPÍRITU SANTO ESTÁ DISPONIBLE PARA MI VIDA HOY?

La llenura del Espíritu Santo no quedó en la historia, es una promesa vigente para todos. Dios aseguró que derramaría Su Espíritu sobre toda persona, sin excepción. Jesús nos dio la clave: pedir, buscar y llamar. Así como un padre da lo mejor a sus hijos, nuestro Padre celestial nos dará el Espíritu Santo si se lo pedimos. Sin esta investidura de poder sería imposible cumplir la misión. Lo que nos toca es desearlo con todo el corazón y pedirlo con insistencia.

 

¿ESTOY COMPARTIENDO DE JESÚS CON OTROS?

El propósito de recibir el Espíritu Santo es claro: recibiremos poder y seremos Sus testigos hasta en los confines de la tierra. Ese poder no es teórico, es real, y se refleja en la forma en que vivimos y hablamos de Jesús. No fuimos llamados a quedarnos cómodos, sino a llevar esperanza a cada persona que se cruza en nuestro camino. Pero si nos quedamos callados, limitamos el impacto que nuestra vida puede tener en quienes más lo necesitan. Lo que Dios hace en nosotros no es un adorno para nuestra vida, es un mensaje vivo que tiene que salir hacia afuera. Acerquemos a más personas a Dios.